martes, julio 26, 2005

Velázquez

Transito veloz entre palacios, embajadas, villas, antiguos monasterios y edificios de paredes de metacrilato y suelo de linóleo. La calle se abre ante y para mí, expectante y deseosa de recibirme. Su vitalidad me atrae irresistiblemente, Paseo por ella, piso su suelo alfombrado de secas flores amarillas, que se precipitan desde los vigilantes árboles, los cuales crean un entorno de columnata catedralicia a toda la calle. Me senté en un banco suyo a escribir esta breve historia de amor. La he amado desde hace tanto… Por sus arterias corren las mías y es especial al resto de las calles, aunque aún sus confines se pierdan en el horizonte y sienta miedo a explorarla del todo, de descubrir que es como las demás, y que llega un punto en que se acaba o se desvirtúa.

La dejo por hoy, el deber me reclama. Mañana volveré a sentarme en este banquito, desde el cual observo la magnificencia de la embajada italiana y de ese extraño palacio romano que aún no sé qué es, que nace entre ti y Juan Bravo y que se extiende por extraños vericuetos de mi imaginación, de esta imaginación mía que ama la ciudad, las calles y las casas.

Un anciano me miró y me caló enseguida: “Qué hermosa es, ¿verdad?”. Y tanto.
Cayetano Gea Martín

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