Horrorizado, sin atreverse a entrar en el área sagrada, el padre de T’Chala contemplaba como aquel monstruo inmundo, al que estaba dispuesto a llamar yerno no ha mucho, intentaba abusar de su hija y, por como se desarrollaban los acontecimientos, nada hacía creer que no lo conseguiría. En efecto, Nok’Fala había desnudado por entero a la muchacha e intentaba separar sus piernas, piernas que T’Chala agitaba frenéticamente en un desesperado intento de impedir que aquella bestia consumara su horrendo propósito. -¡Deja de agitarte, perra! –escupía a grandes voces Nok’Fala -¡Deja de agitarte o te hundo la cabeza a golpes y violo tu cuerpo muerto! ¡No creas que me importa!
En aquel preciso instante, el viento dejó de soplar y los pájaros de cantar. Un silencio mortal inundó La Cumbre. La realidad comenzó a tornarse cada vez más azulada. Todos los pares de ojos que alzaron la vista al sol pudieron observar como éste se había vuelto turquesa. Paralizados por el terror, los presentes comenzaron a distinguir una silueta de mujer que, flotando en el horizonte, se iba acercando hacia ellos y cobrando nitidez por momentos. Para cuando llegó a La Cumbre, a ninguno de los hombres presentes (ni a T’Chala) les quedaba la menor duda de que se ante ellos se alzaba la Diosa Let’Oda, la Diosa de las Mujeres, guardiana de sus secretos y protectora de su simiente.
Con apariencia de mujer negra, mostraba, empero, un color turquesa muy claro en la piel, no así en su largo pelo, de un azul oscuro como el mar. Era hermosa, hermosa como sólo una representación onírica de pura belleza femenina puede serlo. Y temible. La Diosa se acercó hasta T’Chala, la alzó del suelo y la dio un beso con sabor a fresca hierba en la mejilla. Acto seguido, chasqueó los dedos delante de los ojos de Nok’Fala, el cual se había quedado petrificado por la sorpresa y el terror. No todos lo días cometía uno sacrilegio y se presentaba la deidad para castigarte. Porque de eso se trataba, comprendió inmediatamente el embrutecido guerrero.
Sin embargo, Let’Oda desapareció en un abrir y cerrar de ojos sin haber aniquilado o torturado a Nok’Fala. Éste comenzó a moverse con creciente alivio, hasta que notó una especie de ausencia al andar. Horrorizado y al borde del colapso (el cual no tardó mucho en llegar), vio que allí donde antes se alzaba orgulloso su enhiesto falo, ahora se dibujaba una hermoso pubis de mujer.
***
Después de los sucesos en La Cumbre, y a la espera de que Nok’Fala despertase de un coma profundo a consecuencia de su transformación, el consejo de ancianos debatía si expulsar o no a éste del poblado. Al final, se decidió que Nok’Fala ya portaba en su alma castigo suficiente.
Un año más tarde, Nok’Fala continuaba viviendo entre su gente. Su carácter se había dulcificado desde el castigo divino. Ahora, era un miembro integrado en la sociedad. Ayudaba a todo el mundo, se portaba bien con los niños, se mostraba respetuoso con los ancianos y escuchaba con atención a las personas cuando éstas hablaban.
Se había vuelto, en fin, mejor persona.
Se había vuelto mujer.
En aquel preciso instante, el viento dejó de soplar y los pájaros de cantar. Un silencio mortal inundó La Cumbre. La realidad comenzó a tornarse cada vez más azulada. Todos los pares de ojos que alzaron la vista al sol pudieron observar como éste se había vuelto turquesa. Paralizados por el terror, los presentes comenzaron a distinguir una silueta de mujer que, flotando en el horizonte, se iba acercando hacia ellos y cobrando nitidez por momentos. Para cuando llegó a La Cumbre, a ninguno de los hombres presentes (ni a T’Chala) les quedaba la menor duda de que se ante ellos se alzaba la Diosa Let’Oda, la Diosa de las Mujeres, guardiana de sus secretos y protectora de su simiente.
Con apariencia de mujer negra, mostraba, empero, un color turquesa muy claro en la piel, no así en su largo pelo, de un azul oscuro como el mar. Era hermosa, hermosa como sólo una representación onírica de pura belleza femenina puede serlo. Y temible. La Diosa se acercó hasta T’Chala, la alzó del suelo y la dio un beso con sabor a fresca hierba en la mejilla. Acto seguido, chasqueó los dedos delante de los ojos de Nok’Fala, el cual se había quedado petrificado por la sorpresa y el terror. No todos lo días cometía uno sacrilegio y se presentaba la deidad para castigarte. Porque de eso se trataba, comprendió inmediatamente el embrutecido guerrero.
Sin embargo, Let’Oda desapareció en un abrir y cerrar de ojos sin haber aniquilado o torturado a Nok’Fala. Éste comenzó a moverse con creciente alivio, hasta que notó una especie de ausencia al andar. Horrorizado y al borde del colapso (el cual no tardó mucho en llegar), vio que allí donde antes se alzaba orgulloso su enhiesto falo, ahora se dibujaba una hermoso pubis de mujer.
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Después de los sucesos en La Cumbre, y a la espera de que Nok’Fala despertase de un coma profundo a consecuencia de su transformación, el consejo de ancianos debatía si expulsar o no a éste del poblado. Al final, se decidió que Nok’Fala ya portaba en su alma castigo suficiente.
Un año más tarde, Nok’Fala continuaba viviendo entre su gente. Su carácter se había dulcificado desde el castigo divino. Ahora, era un miembro integrado en la sociedad. Ayudaba a todo el mundo, se portaba bien con los niños, se mostraba respetuoso con los ancianos y escuchaba con atención a las personas cuando éstas hablaban.
Se había vuelto, en fin, mejor persona.
Se había vuelto mujer.
Cayetano Gea Martín
3 comentarios:
¿quien es tierra de nadie? el cibermundo me intriga.
La historia me ha gustado. En realidad lo que me ha gustado, principalmente, ha sido el final. Si es que se os quita la cabeza pensante y empezais a utilizar la otra...
Un besote, grandullón. ¿Nos vemos el viernes?
Sí, nos vemos el viernes, que me lo comentó Eloy!!
olee!
buenas tardes queridos conejos, aqui va mi verso al verlos bailar.
desde el otro lado del mundo escuche hablar de el ninio que se desperto cronopio, una seniora de ojos bonitos me hablo de el.
mueno, eso.
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