Si con Borges descubríamos las listas caóticas que finalmente alcanzaban un orden o criterio para ser evaluadas, con Flaubert nos lanzamos al mundo de las enumeraciones eruditas. Flaubert se sentía especialmente orgulloso de dos de sus obras que estaban surcadas por muy diversas enumeraciones. Estas enumeraciones tienen un doble fin. Por un lado, en La tentación de san Antonio, las listas son un simple ejercicio de erudición acompañado de la sensación de que siempre hay algo más allá de los que se nos cuenta, una sensación de inconmensurabilidad. En Bouvard y Pecuchet, las listas tratan de ser exhaustivas, al estilo científico, por lo que constituyen en sí mismas un ejercicio de eurdición (no en vano Flaubert leyó algo más de mil obras de diversos temas para escribir esta última novela que no pudo finalizar).
Así, en La tentación de San Antonio (es el que tengo más a mano), podemos descubrir una sucesión casi interminable de heresiarcas que pasan ante los ojos (más bien durante el sueño) de San Antonio. Estos heresíarcas son: Manes, Saturnino, Cerdón, Marción, San Clemente de Alejandría, Bardesanes, los hérnicos, los priscilianistas, Orígenes, Basílides, los elkasaítas, los carpocracianos, los nicolaítas, los marcosianos, los helvidianos, los mesalianos, los paternianos, Aecio, los arcónticos, los tacianitas, los valesianos, los cainitas, los circonceliones, los audianos, los coliridianos, los ascitas, los marcionitas, los sampseanos, Arrio, Sabilio, los valentinianos, los setianios, los teodosianos, los merintianos, los apolinaristas, Marcelo de Ancira, el Papa Calixto, Metodio, Cerinto, Pablo de Samosata, los cerintianos, los encratitas, los viejos ebionitas, Eusebio de Cesarea.
Tras otra sucesión casi interminable de dioses que mueren ante Antonio, descubrimos una enumeración, en este caso descriptiva (pero también erudita) de diversos animales quiméricos.
Y surgen toda clase de bestias espantosas: el Tragelafo, mitad ciervo y mitad buey; el Mirmecoleo, por delante león, por detrás hormiga; con los genitales al revés; el pitón, Aksar, de sesenta codos, que espantó a Moisés; la gran comadreja Pastinaca, que mata los árboles con su olor; el Presteros, cuyo contacto vuelve imbécil a la gente; el Mirag, liebre cornuda, que habita en las islas del mar. El leopardo Falmat, revienta su vientre de tanto aullar; el Senad, oso de tres cabezas, desgarra sus crías con la lengua; el perro Cepus, que derrama sobre las rocas la leche azul de sus mamas. Empiezan a zumbar mosquitos, a saltar sapos, a silbar serpientes. Aparecen mosquitos zumbando, sapos saltando, serpientes silbando. Brillan los relámpagos. Comienza a granizar.
Llegan ráfagas llenas de anatomías fabulosas. Son cabezas de caimanes con pies de corzo; búhos con cola de serpiente; cochinos con hocico de tigre; cabras con grupa de asno, ranas peludas como osos, camaleones grandes como hipopótamos, terneros con dos cabezas, una que llora y otra que muge, fetos cuatrillizos unidos por el ombligo y bailando como peonzas, vientres alados que revolotean como moscardones [...] Y alzando los ojos, divisa todas las aves que se alimentan del viento: el Gouith, el Ahuti, el Alfalim, el Iunek de las montañas de Caff, los Homai de los árabes, que son las almas de los hombres asesinados. Escucha a los loros pronunciar palabras humanas, luego a las grandes palmípedas pelasgianas que sollozan como niños o ríen burlonamente como las viejas.
Recordad que si sabéis de alguna enumeración o lista que queráis compartir podéis enviárnosla a ruinacicular@yahoo.com y la publicaremos al instante.
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1 comentario:
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