Me crié en tres lenguas muertas- el hebreo, el arameo y el yidish- y en una cultura que se desarrolló en Babilonia: el Talmud. La
cheder (aula) donde se estudiaba era una habitación donde el profesor comía y dormía, y donde cocinaba su mujer. Allí yo no estudiaba aritmética, gerografía, física, química ni historia, sino las leyes que rigen para un huevo que se haya puesto en día festivo, y los sacrificios realizados en un templo que había sido destruido hacía dos mil años. Pese a que mis antepasados habían llegado a Polonia seiscientos o setecientos años antes de que yo naciera, sólo sabía unas pocas palabras de la lengua polaca. Era un anacronismo en
todos los sentidos, pero no lo sabía.
En Shosha, de Bashevis Singer.
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