viernes, junio 15, 2007

El hombre que observaba el infinito


Estaba comenzando a hacer bastante más frío que en las últimas cuarenta y ocho horas. David lo achacó a la evidente carencia de energía en los motores principales, y a la más que posible derivación de cualquier tipo de fuente energética secundaria hacia éstos. En estos momentos, era más prioritario el hecho de mantener la nave en marcha y en rumbo que la calefacción, los electrodomésticos o el agua caliente. David supuso que, de darse el caso, el ordenador de la nave suprimiría el oxígeno sin dudarlo. Al fin y al cabo, el sólo era el piloto orgánico de la misma, y ésta tenía autonomía suficiente para poder navegar sola en su periplo por el espacio.

Desde la frialdad y la penumbra de su asiento, David contemplaba las blancas estrellas. A pesar de haber pasado tres cuartas partes de su vida viajando por la inmensidad del cosmos, el simple hecho de observar los fríos astros que titilaban contra la negrura eterna siempre le producía el mismo y familiar sentimiento de saberse insignificante. Recordaba con nostalgia la última vez que estuvo en casa, en el viejo y familiar orbe. Recordaba sobre todo la luz del sol sobre su pálido rostro, y el bienestar provocado por la contemplación del cielo azul. Recordaba que se prometió a sí mismo que el próximo viaje sería el último. Ahora creía que estaba en lo cierto.

Era el último ser humano de la nave. El resto de la tripulación había muerto, básicamente en dos turnos. Durante el accidente, cinco de ellos fueron succionados hacia el espacio, donde estallaron a causa de la descompresión como globos llenos de sangre. Los otros dos quedaron atrapados bajo una de las tres enormes mamparas que se desplomaron. Fueron muriendo poco a poco, a lo largo de las veinticuatro horas siguientes, a pesar de los denodados esfuerzos de David por sacarlos de allí.

En los días siguientes, se dedicó a evaluar los daños. Algo más de la mitad de la nave se encontraba inoperante. Las selló todas y se deshizo de ellas. Las reservas de combustible no llegarían para llevarle hasta su destino. Su suerte, pues, estaba echada. Alea jacta est.

Mientras se acurrucaba aterido de frío en el asiento, observando las tinieblas que le rodeaban tanto dentro como fuera de la nave, a las estrellas y a la infinita soledad que sentía en su corazón, David pensaba que toda la existencia, no sólo la suya, es efímera, que la idea de sentirnos especiales, que el mero hecho de considerar que tenemos una parte inmortal dentro de nosotros, un alma o karma o lo que sea, no dejaba de ser una triste broma cósmica.

El ordenador consideró, al fin, que el oxígeno que David consumía no valía la pena, pero que el llegar a su destino sí. A pesar de ello, las lecciones de ética introducidas en su inteligencia artificial tuvieron la consideración suficiente como para liberar parte del monóxido de carbono producido como material de desecho hacia el interior de la cabina de mando, donde David poco a poco iba perdiendo la conciencia. Amodorrado por el gas, el piloto de la nave y último superviviente de ésta, cerró los ojos y se entregó a la entropía. La nave continuó su curso como estaba previsto, en silencio, hacia casa.


Todo es insignificante, nada es tan preocupante. La soledad es un lugar tan vacío siempre... (Enrique Bunbury – Lady Blue)


Cayetano Gea Martín


6 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay un cuento en el que un náufrago llega a una pequeña isla donde nadie puede encontrarle y la isla se va viendo invadida por el mar poco a poco, ola a ola. Este relato ofrece esa misma sensación.

Kay dijo...

Gracias, anónimo amigo, era la intención perseguida, así que, me alegro mucho...

Un saludo

Margot dijo...

Entropía, suena tan genial esa palabra, tan poética... uffff

Me encantó el relato, Kay ficcionero. Lo veía en viñetas en blanco y negro a medida que leía...

Kay dijo...

Ja, ese frikismo de cómic europeo ha hecho que sigas ganando puntos en mi 'hall of fame'...

Lo único malo de la palabra entropía es que es verdad...

Besos termodinámicos

Anónimo dijo...

Diossss, es como si Jack London se hubiese visto un par de capitulos de Star Treck.
Firma: el Tensero enmascarado al cual su ordenata no le deja firmar

Kay dijo...

Tenso, me ha encantado tu comentario, chavalín... Siempre he dicho que tus gustos literarios están que te cagas

Un abrazo, amigo redentor