miércoles, junio 20, 2007

Década ominosa

No podía creer lo que veían sus ojos, demasiado acostumbrados a no ver nada interesante, pero allí estaba ella, de nuevo, diez años más tarde, luciendo la misma sonrisa de princesa distraída, gastando sus tacones de aguja Calle Preciados hacia arriba, contoneando sus caderas al ritmo veraniego de esta ciudad desierta de primeros de agosto, con una falda plisada negra que redondeaba su rotundo trasero de cuarentona maciza, sintiendo él en su corazón una punzada de dolor por las horas perdidas y los momentos vacíos, un dolor incómodo e inoportuno, una década después, y la sensación horrible de no haber evolucionado durante todo ese tiempo, de ser la misma inmadura criatura de siempre, más viejo pero no más sabio, y el odio y a la vez dependencia que aún anida en su pecho para con ella, las ganas irrefrenables de acercarse, hablar con ella, pero el miedo a hacerlo, el miedo al rechazo o peor aún, el miedo a no ser rechazado, a que ella lo acoja de nuevo en su seno, a volver a navegar por ese cuerpo de infarto, a volver a invadir esa mente y descubrir que ella sigue mandando sobre él, y volver a penar por lo mismo, y acabar igual, para nunca romper la espiral en la que se encuentra sumergido de forma irreparable, una y otra vez, y otra, y otra, pero a la vez puede ver que se va acercando a ella, frágil esquife en busca de puerto seguro, cada vez más cerca, temblando y sudando dentro de su traje, confinado tras una americana y una corbata, demasiado viejo para cambiar ahora, y casi puede alcanzarla, oh, qué cerca está ahora de él, ahora puede verla mejor, mucho mejor, la delicadeza de sus piernas desnudas, sin necesidad de medias, su largo pelo castaño cayendo hasta casi rozar ese culo en el cual él pasó tantas y tantas horas de ansiedad, de caricias, de sexo furtivo en bancos, plazas, cines, moteles, su casa, donde la encontró entregada a dos de sus mejores amigos, oh, sí, aquella imagen, imborrable, pesadilla a lo largo del tiempo, y ella no pagó aquello, no, no pagó, y ahora vuelve a él, pero él no desea venganza, desea sumisión, sumisión por parte de él, como siempre, quiere ser su esclavo de nuevo, su perro fiel, tocarla, verla, verla de frente, obligarla a mirarle a sus ojos, no puede haberse olvidado de los ojos de él, no, imposible, llega hasta ella, atrapa su brazo con su mano derecha, y la hace girar para descubrir que ella no es ella, que se ha confundido de persona.

Cayetano Gea Martín

6 comentarios:

Margot dijo...

Amores perros los llamo yo y no me gustan, naita, ná...

Pero tu cuento sí, ey!!!

Un besote guau!

Kay dijo...

A mí tampoco me gustán los amores perros, pero haberlos...

Gracias por los elogios de media tarde...

Besos de miércoles terminal

Isa Segura B. dijo...

¡Ayyyyyyyyy! Esos amores sumisos que te llevan a mal traer y se camuflan en la que te descuidas en un cuerpo serrano para luego dejarnos con la cara en la acera para que te la pisotee todo el bullicio de la calle Preciados...
Buen relato.
Saludos y gracias por compratirlo.

Anónimo dijo...

Magnifica la forma de destrozar un romance en tre palabras.

Kay dijo...

ISA, efectivamente... La sumisión de amor al final tiene esa recompensa cruel y merecida... ¿Habrá que olvidar?
Gracias por comentar, besos castizos de gratitud

TENSO, caro amigo, espero que hoy no te hayas visto reflejado en la historia, que hoy, tampoco, va sobre tus vivencias ególatras y epicúreas, je, je...
Un abrazo de este, tu más antiguo amigo...

Anónimo dijo...

me ancanto tu historia , casi se me salieron los ojos de leerla tan rapido, tengo un amor así, y odio tu final, me hubiese gustado que me cogieran por el brazo...