viernes, noviembre 17, 2006

Cero que tiende a infinito


La niña lloraba flores sobre su vestido de lágrimas rojas, mientras paseaba con candor de primavera helada su pelo por entre las cerdas del peine, las cuales, dicho sea de paso, eran seis, aunque siete habían sido en un final, pero la niña, odiando como sólo se puede amar a los números pares, arrancó en el futuro una, para poder crear así el inexistente e impar número seis.

El niño pelaba versos con el mango de su navaja, mientras leía con el deleite de los ojos cerrados la superficie interna de una naranja, ya que nada le causaba mayor placer que aquel dolor, el de no saberse eterno y mortal, joven y viejo, sabio y necio; y sin embargo, el niño no era feliz, a pesar de su inconmensurable dicha, ya que la lectura frugal y frutal no le saciaba lo más mínimo, tan harto estaba de empacharse de ella.

La niña alzaba el cielo hacia sus manos, mientras éstas permanecían inmóviles, llenando a los navíos de océanos, a los trenes de vías, a los aviones de nubes; pero en el retruécano ebrio en el que bebía su sobria vida, aún le sobraba tiempo para perderlo, para que éste marcara en el reloj las horas muertas: el minutero en cinco, el horario en cuarenta.

El niño era contemplado con la emoción del tedio por un ruidoso grupo de lobos mudos, a los que la luna les aullaba; y los lobos la iluminaban a su vez, con su negro color de plata muerta y viva, e imaginaban al niño, el cual existía por y para ellos, a pesar de ser un simple poeta en la imaginación de un pensamiento, tan basto como la ausencia de creación.

Ambos, el niño y la niña y ninguno de los dos, se encontraron en un punto eterno y no se vieron jamás, el niño soñó con la cara de la niña y ésta olvidó la espalda de éste; pero el niño jamás volvió a acordarse de ésta, justo en el mismo instante, medio milenio después, en el que ella le conoció y le besó, o fue besada por él, mientras ambos sentían el gélido calor que supone el no besarse nunca; y sus manos los entrelazaban desde la distancia infinita del número cero, y ellos latían a sus corazones a un unísono descompasado, mortalmente vivos, vivamente muertos.
Cayetano Gea Martín

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Horriblemente bonito

Martuki dijo...

Pooooozi.

Marga dijo...

Muuu chulo! justo lo que me apetecía leer hoy...

Besosss Caye

Kay dijo...

TAMARA: Gracias de agradecimiento vacuo e indefinido.

MARTA: Gracias por coincidir en todo y nada a la vez con Tamara...

MARGA: Gracias por descubrir que puedo adivinar tus apetencias diarias, o no...

Besos inversos (qué mal suena eso) para las tres furias...