sábado, septiembre 04, 2004

Escombreras, Cuarto Capítulo

Cierto día leí que las terminaciones nerviosas que captan el dolor no se adaptan, es decir, que aunque un dolor intenso dure dos horas nosotros percibimos ese dolor como si fuese el primer instante en el que hubiese aparecido y ponían como ejemplo el dolor de muelas, que puede estar machacándote los nervios durante horas y tú no dejas de padecer. Pues, a pesar de esto, yo ya he hecho del dolor un compañero. Hay ocasiones en las que no me parece sentirlo, días en los que los golpes de Luis no son tan fuertes como de costumbre, en los que no se tiene en pie de la borrachera que trae, esos días casi llego a pensar que es un placer que me pegue así.

Pero, ¿fue siempre Luis un maltratador o algún suceso, quizá nimio y muy reprimido en su interior, le ha tornado tal y como es hoy día? Descartada la posibilidad de que sea yo la culpable de su violencia, me niego a creer que alguien pueda nacer con el deseo de maltratar a sus semejantes. Si eso fuese cierto dejaría de creer en la humanidad, no compensarían ese hecho las grandes obras que han creado otros hombres, mejor sería la extinción, el olvido, y que se borrase nuestra huella en la Tierra. No, nadie nace maltratador, quizá se puede nacer más susceptible a serlo, los caprichos de los genes y sus apareamientos azarosos, quizá una educación mal enfocada puede conducir a esa personalidad, e incluso, quizá, quién sabe, hasta alguna mujer alguna vez mereció ese castigo. Quizá yo, incluso, me mereciera algún castigo. No sus brutales maneras, por supuesto, pero sí algún silencio despreciativo, una mirada perdida en el odio, un momento de tensión e insultos callados.

No he sido una buena persona en mi vida. No del todo, al menos. He cometido errores, me he movido a veces por el rencor y el desamor. He pagado los castigos de Luis en otras personas. Y lo cierto es que sin él no soy nada, tampoco. Pero con él muero cada día. Este castigo ejemplar, esta tortura constante, esta diatriba de amor y odio sin final, este valle de lágrimas, como un campo de rosas regadas con sangre, este rastro de carne mortal que se muere por las esquinas de las habitaciones en las que me castiga, en las que me castiga mi amor y mi odio, mi vida y mi muerte, esta canción triste, en fin, es mi destino, mi único universo. Y tengo miedo. Mucho miedo. Miedo de él. Y miedo a no estar con él. Tengo miedo de salir de mi cueva, aunque el mundo de fuera sea esplendoroso. Aunque pueda volver a maravillarme con la sensación de una suave lluvia de verano sobre mi rostro, borrándome las heridas que marcó el amor y el odio, librándome de todo pecado, de todo mal. Aunque sea capaz de romper mi cadena y ser libre, libre al fin para soñar, para vivir, para gritarle al viento que soy una mujer libre, libre, libre. Pero sobre todas las cosas, tengo mucho miedo. Y detrás de todo ese miedo, sigue estando mi miedo por él.
Pedro Garrido y Cayetano Gea

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