viernes, septiembre 17, 2004

PARÁSITOS




- Parásitos, tío, putos parásitos.

- ¿Perdón?

- ¿Es que esa novena caña te ha dejado sordo? Parásitos. Son todos unos parásitos sociales. Se alimentan de lo que los ricos defecan. Se matan unos a otros por intentar comer más mierda que nadie. Y con la boca untada de excrementote sonríen con petulancia y se jactan de su estilo de vida.

- Es una metáfora un poco desafortunada, ¿no crees?

- Puede ser, pero es que ellos son desafortunados. Y lo son porque, al estar envueltos en propiedades inútiles, asfixian su esencia, su espíritu. Yo digo: hay que deshacerse del coche, de la tele, del DVD, del Home Cinema y del móvil polifónico. Tenemos que intentar escuchar nuestra propia voz. La posesión material destruye nuestra propia libertad.

- Me sigue pareciendo una visión un tanto extremista.

- No, extremista es que alguien que gana 500 euros al mes esté pagando hipotecas toda su vida: la hipoteca del piso, la del coche, la del cine en casa...¡la del cine en casa! La última gran gilipollez inventada por los ricos para tenernos en casita alienados. ¡Ya no hay que ir al cine! ¡Puedes tener un sistema de audio y de vídeo perfectos! ¡Altavoces 5.1! ¡Pantalla de plasma! ¡THX, Lucas Film Company! ¡Pero cómo coño hay gente que cree en esa mierda!

- Javi, tío, calma.

- Es que me revienta, tío, ¿es que acaso crees que cinco altavoces y un subwoofer en un piso de 50 metros cuadrados te van a dar un buen sonido? ¿Crees que esa es la acústica adecuada? ¿O que los vecinos no van a hacer una colecta para abrirte la cabeza por poner el puto Home Cinema a toda ostia? Pero no, ¡hay que tenerlo! Y cuando los colegas vayan a casa hay que ponerlo para que flipen un rato. Vanitas, vanitatis. ¡Puta vanidad!

- Frena un poco colega, que vas lanzado.

- Lo siento, veo que ya voy algo cocido, ¿nos tomamos otra?

- Venga. Dos cañas más, por favor.

- Vanidad, tío. Todos estos parásitos quieren, necesitan creerse algo que no son y que nunca serán. Nunca serás rico. No puedes comprar la felicidad ni el éxito. Eres un puto currante y morirás siendo un puto currante. Por muchas deudas que contraigas, por mucho mirar por encima del hombro a los que no tienen un móvil tan puntero como el tuyo, por mucho votar al PP. Que esa es otra, currante y del PP. ¡Eso es como que te den por el culo y encima comerles la polla!

- Ejem, bonito discurso, tío. ¿Nos damos una vuelta?

- Claro, tú. ¿A dónde vamos?

- No lo sé, caminemos al azar, adonde nos lleven nuestros pasos por esta hermosa tarde madrileña.

- Vale, Javi. Pero paga tú, tío, que para eso curras.

- La madre que te parió, lo a gusto que se quedó, Antoñito. ¡Camarero! ¡Perdona! ¡Oye! ¡Tú! Ni puto caso. Dirás lo que quieras de los países con régimen comunista, pero seguro que en Cuba te atienden cagando ostias, que, por cierto, podría ser el país de éste. Ah, ahí viene. Sí. Cóbrate todo, por favor. Gracias.
- ¿Ves? Los españoles no sabemos ahorrar, je, je.

- Pues tú debes ser alemán o de por ahí, porque se te da de maravilla, mamonazo. Tu problema es que ahorras a costa de los demás. Lo que te quería comentar, después de tu impresionante aunque carente de sentido discurso, es que, y con todos mis respetos, en este tema yo sé de lo que hablo, joder. Yo estoy pagando una hipoteca de 750 euros al mes por un puto piso de 40 metros cuadrados, teniendo para ello que echar más horas que un cabrón en el restaurante. Tú, que tanto entiendes de comunismo y de teorías de mercado, vives con tus libros y con tus papás, dedicándote sólo a estudiar tu carrera, la cual, por otra parte, he de avisarte que te llevará de cabeza al INEM, y te permites el lujo de opinar de lo que desconoces. Sí, no pongas esa cara, no me perdones la vida, ¿vale? lo desconoces. No se puede hablar de la mierda sin pringarse los dedos, tío. Además… ¡Ah, sí! Gracias.

- ¿Y a cuanto asciende la cuenta, oh, Gran Sabio y Sumo Conocedor de la Mierda Humana?

- Ja, ja. Qué gracioso es el ilustre ilustrado… ¡Joder! ¡La puta de oros! ¿Ves? A esto me refiero, coño. ¡23 euros! ¡Más de un euro por caña!

- Exactamente, 1’15 euros por caña.

- Gracias, cerebrito. ¡Es vergonzoso, joder! Puta sociedad de consumo… No te dejan ya ni salir a tomar algo. En fin, pagaré por que si no me voy acabar cagando en algo muy gordo. Hala. Ahí va. Justito. La propina ya se la han cobrado bien, los cabrones.

- Sí, pero el camarero no tiene la culpa.

- Cierto. Y mi bolsillo tampoco. Vámonos, anda.

- Usted primero, por favor. Siempre he tenido un gran respeto por los sabios como tú, los eruditos en cultura popular, los entendidos en la escuela de la calle, los revolucionarios de bar.

- Prefiero ser revolucionario de bar que de chalet en la sierra como tú, Antonio. Respira este aire hondo, señoritingo, que a vivir no os enseñan en la facultad. Ah, el olor de la calle, de la gente, de lo vivo. Yo hago un canto por la vida, amigo mío, por el momento, por el ahora, no por filósofos que llevan siglos siendo polvo.

- Pero sus ideas siguen siendo igual de válidas hoy en día. Ése es el embrujo de la filosofía. Llevan siglos muertos, sí, pero su presencia está aquí, en este momento, ahora y siempre.

- ¿Sus ideas dices? ¿Llegaron alguna vez a una conclusión? ¿Puedes definir la felicidad? ¿Explicarme el sentido de la existencia humana? ¿O sólo puedes decirme las definiciones de uno y de otro? Te explicaré mi teoría de la filosofía, mientras ascendemos por esta calle camino de la Plaza de la Paja, por esta estrecha y filosófica calle. Los filósofos eran o son todos unos condenados vagos. Sólo quien tiene tiempo de tocarse los cojones a dos manos puede comerse el tarro de esa manera. Paseando con las manos en la espalda por los bellos jardines atenienses, pensando en qué discípulo o discípula y de qué edad se pasarán por la piedra esa noche. Dándole vueltas y revueltas a todo, deteniéndose en la felicidad siempre, tratando de definirla.

- Incluso creo que alguno de ellos consigue hacerlo de forma bastante acertada, ¿no? Je, je, je.

- No. Ninguno de ellos. Para buscar y definir la felicidad no hay que ser filósofo. Es imposible que un filósofo defina o encuentre la felicidad.

- ¿Por qué?

- Porque tienen tiempo libre para comerse el coco. Y darle vueltas a las cosas sólo lleva invariablemente a callejones sin salida. Cuanto más libre es la gente, cuanto más independiente, cuanto más sentido del yo, más desgraciada se vuelve, más infeliz. El ser humano no sabe disfrutar de su tiempo libre, de sus momentos de ocio. Si trabajaras ocho, diez horas al día en jornada partida lo sabrías: la felicidad es cuando suena el timbre de irte a casa, te duchas y enchufas la tele. Somos tan estúpidos que tenemos que estar muy puteados para gozar de la vida, en definitiva, para ser felices. No hay mayor verdad en esta vida: la ignorancia es la felicidad.
Pedro Garrido y Cayetano Gea

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