- Te digo yo que no, joder.
- Pues yo te digo que sí. Y me reafirmo, coño. ¿No te das cuenta de que ha perdido completamente el norte? No tiene nada que ver ahora. Antes era otra cosa muy distinta. Elegante, afable, inteligente, no el estúpido engreído que es ahora.
- Pues yo te digo que no ha cambiado, que siempre ha sido así. Bueno, y aunque hubiese cambiado a mí me sigue cayendo muy bien, qué narices. Es un gran profesional. Y con un ácido sentido del humor.
- ¿Un gran profesional? ¿Ese? ¿Ese gilipollas integral que se dedica a rebuscar entre lo más asqueroso de la sociedad y te lo da de comer? ¿Ese baboso? ¡Vamos, no me jodas! Te perdono porque a tu edad yo también decía estupideces constantemente.
- ¡Eh, eh! Tranquilito, ¿vale? Que yo soy muy olvidadizo y en un momento determinado me puedo pasar por ahí el respeto a la tercera edad, ¿estamos? Que porque ya no se te levante no tienes que pagarlo con los demás, coño. Además, si yo digo que a mí me gusta cómo lo hace Xavier Sardá, pues tu me respetas y punto, ostia.
- Vale, tío, vale. Calma, ¿eh?
- ¡Joder, ya!
(Silencio)
- Juli, tío, ¿qué te pasa últimamente?
- Nada, joder, nada. Estoy algo nervioso, eso es todo…
- Julián, ¿cuántos años hace que somos compañeros, tío? Cinco. Exactamente el mismo tiempo que hace que eres Policía Nacional. Y yo siempre he estado ahí, ostia. Somos, amigos, ¿no? Vamos, si hasta vienes a comer a mi casa dos veces en semana, coño.
- Te digo que no pasa nada, ¿vale?
- Y yo te digo que te pasa algo. Es más, me apostaría la placa a que eso que te pasa tiene que ver con las faldas. Yo no nací con cincuenta y cuatro años de repente, ¿sabes? Sé lo que es tener veintiséis.
- Mira, Fede, tío… Lo que me pasa es algo gordo, ¿vale? Joder, no debería ni mencionarte esto, coño. Me pasa algo gordo, pero es algo que no puedo ir aireando por ahí, ni a ti. No puedo hacerlo, porque ni siquiera estoy seguro de si es algo cierto o no. Pero, creo… Creo que… Creo que me he enamorado de alguien… Pero ese alguien, aunque me consta que siente cierta empatía hacia mí, está… comprometida, por decirlo de alguna manera.
- Joder… No tenía ni idea, Juli. ¿Quieres decir que te has encoñado de una mujer casada?
- Sí. Básicamente, sí, así es. Cuando la veo es como si me viera a mí mismo por primera vez en mi vida. Siento que es mi meta, mi destino. No he sentido nada tan intenso jamás. Es algo que me asusta y supera. Y no sé qué hacer, la verdad. Por una parte, pienso que no tengo derecho a inmiscuirme en un matrimonio, pero por otra parte…
- ¿Por otra parte?
- Esto es delicado. Por lo que más quieras, déjame decir todo lo que tengo que decir sin interrumpirme, ¿de acuerdo? No creo que pueda volver a contarte esto en otra ocasión.
- De acuerdo. Habla.
- Ella y yo hemos quedado un par de veces. Nada serio, por supuesto, y aquí mismo, en la comisaría, con la excusa de una absurda denuncia a sus vecinos del piso de arriba por montar escándalo a las tantas de la mañana. Las dos veces, las dos veces, aparte de cuando me la encuentro por la calle, las dos veces he… observado moratones y cortes en su cara. De esos que la gente, cuando le preguntas, te contesta que se ha golpeado con el armarito de las medicinas del baño. Yo nunca le he preguntado nada. No lo necesito. Sé lo que esos… golpes significan, y sé de donde… provienen. Conozco a su marido del barrio. Da el perfil perfectamente. Y, a veces, se me pasan locuras por la cabeza. Temo que pueda llegar a cometer una estupidez.
- Eso es lo que cometerías si haces algo, una estupidez. Una estupidez que no te beneficiaría ni a ti ni a ella. Debes procurar calmarte, ¿vale?
- ¿Calmarme? ¡¿Calmarme?! ¡Tú no te pasas las noches en vela como yo, llorando de rabia e impotencia, pensando en lo que ese desgraciado la estará haciendo en ese momento! ¡Dios! ¡Tengo ganas de coger por el cuello a ese grandísimo hijo de puta y darle de ostias hasta que se me duerma la mano! ¡Darle el doble de lo que ella ha recibido! ¡Hablar con algún chapero que nos deba un favor para que entre tres le pongan el puto culo como un bebedero de patos! ¡Tengo…! ¡Tengo ganas de matarle! ¡De ver cómo se desangra en el suelo el muy cabrón! ¡Quiero que chille como un puto cerdo el día de la matanza! ¡Quiero justicia, joder! ¡Justicia!
- Ni tienes ninguna prueba de que ese hombre sea un maltratador, Julián. Ninguna prueba concreta. Y tú, como policía, deberías saberlo mejor que nadie. Lo único que conseguirás será ponerla a ella en peligro o incluso a ti mismo. Cálmate y utiliza eso que tienes arriba y que vale para algo más que para sujetar pelo.
- Tienes razón, Fede, tienes razón. Bufff… Lo siento, ¿vale? Ya estoy algo más tranquilo, tío. Joder, si sé que tienes razón, pero me jode tanto que…
- Vale, vale. No pasa nada. ¿De acuerdo? Además, existen otras vías. Hay otras formas de reclamar justicia. Con pruebas.
- ¿Cómo?
- ¿Qué te parece si esta noche como por casualidad nosotros dos vigilamos de paisano su casa?
- Una patrulla nocturna, vamos.
- Efectivamente.
- Señor Federico, es usted un puto genio.
- La veteranía es un grado, pimpollo.
- Nunca te lo podré agradecer bastante, tío. Joder, y encima voy yo y te grito… Espero que sepas perdonarme.
- ¿De qué vas? Pues claro que te perdono, hombre. Además, me gusta que le hayas echado el ojo a una chica madurita. A lo mejor así dejas de esperar a mi hija a la salida del instituto…
- ¡Ja, ja, ja! ¡Ni loco, chavalote! Además, tu niña tiene ya más tablas que tú y que yo juntos…
- Cuidadito con lo que decimos, ¿eh? O esta noche te acompaña a patrullar tu abuela. Además, porque en Crónicas Marcianas salgan muchachitas ligeras de cascos, eso no quiere decir que todas sean así…
-No, todas no. Pero tu hija…
- ¡Que te calles!
- Je, je, je…
Cayetano Gea Martín