sábado, diciembre 19, 2009

Odio


Mi padre me pegaba hasta perder totalmente el sentido, hasta que era incapaz de moverse él o de hacerme mover a mí. Me pegaba siempre que volvía de casa, incapaz de soportar mi presencia, pero demasiado cobarde como para matarme directamente. Decía que era culpa mía, mía, que lo merecía, que me merecía sus palizas y muchas más, por el simple hecho de ser homosexual.

Mi padre me decía, cuando estaba tan borracho que era incapaz de pegarme si caerse al suelo, que Dios me odiaba por ello. Que Dios me odiaba con toda la furia de su alma inmortal. Dios mismo me odiaba, me aseguraba, y no un subalterno, algún que otro funcionario celestial; no: el gran jefe en persona me odiaba hasta rabiar, mi padre me decía.

Mi padre me decía, babeante en el suelo, que Dios me castigaría por mi terrible, terrible pecado contra natura, como castigó Sodoma. Decía que Dios haría llover fuego y azufre sobre mi impúdica cabeza.

Con el paso de los años me han acabado resultando tan familiares y tan cristianos todos esos odios… Esos odios integristas y fieros hacia tantas y tantas cosas, que es difícil que no le salpiquen a uno: los maricas, los ateos, los judíos, los científicos, los musulmanes, los escépticos, los budistas, los paganos, las mujeres solteras, los infieles, los rojos, los masones, las almas libres, los pecadores todos, etcétera.

¡Y dicen proclamar el amor! ¡Ellos!


Cayetano Gea Martín


4 comentarios:

Cayetano dijo...

Recuérdame que te pegue una patada en el trasero cuando te vea.
Firmado: tu padre.

Kay dijo...

Pero si tú no eres católico: más bien todo lo contrario o una cosa agnóstica rara, sin forma ni espíritu...

Nestor dijo...

Recuerdame que te pegue una patada en el trasero ciando te vea.
Por no perder la costumbre y no ser menos que tu padre. XP

Kay dijo...

Ten,
Tuviste una oportunidad de oro el domingo pasado... Lamento que mantengas esas costumbres violentas para con mi persona: al fin y al cabo, yo he dejado de ponerte motes como hace diez años...