martes, noviembre 20, 2007

7.El tiempo.

El hombre con traje de Versace y unos excelentes Martinelli de piel tan sólo es consciente de una amenaza para su vida que no es amenaza, pero es irrevocable. El tiempo es quien supone esa amenaza, pero no de un modo activo, con ese deseo y elevación de plegarias al cielo (o al infierno, o a ambos), sino un devenir que subyace a todo lo vivo y lo supera. El tiempo es el mayor homicida de la historia, que se lo pregunten si no a los habitantes del siglo XV, o del XVI. No podrán responder porque a todos los superó el tiempo, esa maza marmórea que nos aplasta como a gusanos ínfimos.
Este hombre del traje de Versace intenta estratagemas para evadirse del continuo discurrir del tiempo y de su vida. La principal ha sido la de tornarse solipsista y esperar que ni siquiera el tiempo le afecte, que discurra para el resto, pero no para él, que se comportará como un sistema físico cerrado y dedicará un corte de mangas a la termodinámica y a esos físicos prepotentes que hablan de sistemas abiertos y procesos no reversibles. Pero es consciente de que esta estratagema es tan sólo una ilusión, que el Homicida avanza con paso implacable. Inmarcesible.
Se le ve andar cabizbajo, camino al bar, moviéndose en las cuatro dimensiones (la cuarta entra en juego gracias a la memoria), meditando....

me doblegará el tiempo y entonces no seré ya sino recuerdo, polvo, no sólo en el ataúd, sino en la pátina ligera que cubra los objetos domésticos que apenas haya usado, seré entonces los restos de mí esparcidos en páginas garrapateadas y en libros apenas surcados por un lápiz. Seré muchas cosas, pero sobre todo no seré, seré nada, nada diré, diré silencio, un silencio que no será angustioso, sino el silencio final, el sueño más profundo, el paso decisivo, la ventana abierta a lo eterno. No pensaré en ti entonces. Entretanto, tampoco te amaré, ni evocaré uno solo de nuestros fortuitos encuentros o de esos otros, deliberados, anhelados, reprimidos también, postergados. ¿De qué habrá valido la pena todo?¿Para qué amarte?¿Dónde quedarán las caricias y los besos y los te amo en la mesa de un café olvidado al que nunca volvimos? No soy más que un dromomaníaco ignaro de lo verdaderamente esencial. ¿Hay acaso algún motivo que no me incite a perderme en la desidia, a saberme carne mortal, perecedera, finita? Sólo, a veces, en raptos de una elipsis de mi vesania, el presente es capaz de ahogar esta desasosegante idea de traición a todo que supone la muerte. Es sólo entonces cuando me arrojo al verismo y la vida me vuelve a plantear los interrogantes malditos, los malditos interrogantes, ¿imaginarte o tocarte? Te imagino y te creo, te retoco, te recreo, te olvido, te reencuentro y altero tus facciones en un instante, como en un diorama, tantas veces como lo piden mis irresponsables preguntas. Pero, por otro lado yo, como máquina natural, sujeto a imperativos fisiológicos atávicos, generador de eructos y borborigmos y otros sonoros artificios corporales, ¿cómo no despreciar esa parte no leal a mí, que desarrolla su propia existencia ajena a la mía, pero que me obliga, como cadenas infames, a desear tocarte antes que imaginarte, a desear la vida en la vida y no en la muerte, a pesar de ver la vida como lampo, insignificante presencia en un fluir continuo donde no significo nada?

El hombre que viste traje de Versace sabe que el tiempo es invencible salvo catástrofe universal aunque aun así le llevaría a él por delante. Nacemos para morir, piensa, pero mientras...y se acerca a esa mujer rubia, de ojos verdes, que le mira insistentemente al otro lado de la barra, junto a la que logrará detener el tiempo durante unos instantes (los que duran una mirada, un silencio cómodo, un orgasmo), o será tan sólo una ilusión que el Homicida le permite para hacer más llevadero su transcurrir hacia el fin.
P.G.V.

3 comentarios:

Germánico dijo...

Un orgasmo es la forma que tiene la naturaleza de parar el tiempo, para ese hombre vestido de Versace, y también de continuar la cadena de la vida.

El tiempo se detiene cuando el organismo se aferra a ese clavo ardiendo que es su única manera de eternizarse.

Margot dijo...

Pero mientras... pues eso, e ilusos todos si de vencerle se trata.

Un beso, Pedro.

Pedro Garrido dijo...

Quería acabar de otro modo el relato, pero me parecía sentar cátedra. Quería decir que la felicidad es precisamente la búsqeuda de esos momentos de tiempo detenido que aunque sean una ilusión son al final los que más recordamos.

Y, qué demonios, que nos quiten lo bailao, por mucha ilusión que sea.