Hoy he dejado salir de su prisión de carne y hueso a ese señor bajito, a modo de duendecillo ibérico, que anida en mi pecho. Es un viejo insoportable, de muy mal carácter y pronto destructivo (¿o era destructor?). Le tiene asco y odio a todo lo que huela a juventud, a frescura. Es huraño, rencoroso y se parece a mí. O a una versión alternativa, como si me hubiera zambullido en un cómic y hubiera extraído desde el fondo de su cuatricomía al típico clon gemelo malvado del futuro de una dimensión paralela del superhéroe de turno. Salvo que él no es clavado a mí, si no, como ya he dicho, pequeño y viejo, como un Mini-Yo arrugado y feo.
El por qué de mi decisión de sacarle a la calle ha respondido a la necesidad de librarme de él por un tiempo, ya que no para siempre. En esto también se parece a los villanos de los tebeos, cuyas derrotas son temporales y al final acaban volviendo siempre. Tampoco es posible convivir con él, lo que sería lógico, y siento que si le dejo hacer o deshacer a su antojo, absorberá todo lo que tengo y lo que soy. O lo que puedo llegar a ser si él me lo permite.
Así que he bajado junto a él los escalones de mi hogar y he dejado que se explaye a gusto fuera de mí. Es como sacar al perro a cagar, aunque yo procuro que él no lo haga a la vista de nadie. Me he sentado con él en el frío césped de invierno, a templar su carne arrugada al ritmo de un sol que no existe. Y cuando el ha considerado que los hados son propicios, ha decidido comenzar a hablar. Su voz ha surgido ronca y quebrada, ridículamente aguda. La frase es siempre la misma, siempre certera y rotunda en su perfecta monotonía armónica: “¿Por qué me has abandonado?” Y como siempre, no he tenido respuesta.
Cayetano Gea Martín
El por qué de mi decisión de sacarle a la calle ha respondido a la necesidad de librarme de él por un tiempo, ya que no para siempre. En esto también se parece a los villanos de los tebeos, cuyas derrotas son temporales y al final acaban volviendo siempre. Tampoco es posible convivir con él, lo que sería lógico, y siento que si le dejo hacer o deshacer a su antojo, absorberá todo lo que tengo y lo que soy. O lo que puedo llegar a ser si él me lo permite.
Así que he bajado junto a él los escalones de mi hogar y he dejado que se explaye a gusto fuera de mí. Es como sacar al perro a cagar, aunque yo procuro que él no lo haga a la vista de nadie. Me he sentado con él en el frío césped de invierno, a templar su carne arrugada al ritmo de un sol que no existe. Y cuando el ha considerado que los hados son propicios, ha decidido comenzar a hablar. Su voz ha surgido ronca y quebrada, ridículamente aguda. La frase es siempre la misma, siempre certera y rotunda en su perfecta monotonía armónica: “¿Por qué me has abandonado?” Y como siempre, no he tenido respuesta.
Cayetano Gea Martín
Todos llevamos un viejo encima.
Joan Manuel Serrat