miércoles, junio 22, 2005

Jacob



Jacob conocía los secretos del mundo de los sueños. Sabía que es un universo tan real como el nuestro. Desafortunadamente, sólo se puede acceder a él cuando dormimos, y sus habitantes sólo pueden vislumbrar el nuestro cuando duermen. Por desgracia, nuestros estados de sueño y vigilia son siempre opuestos a los suyos, por lo que sólo podemos explorar tenuemente su universo, y ellos el nuestro.

Jacob conocía estas verdades. Acostumbraba a pasear por Zort-al-Ner, ciudad soñada por él (al igual que su vida y su ciudad, Madrid, eran soñadas por ella). Investigaba la arquitectura imposible de la ciudad, su cambiante cielo, que alternaba cúmulos con planetas, y las calles nunca iguales. Conocía, además, que la ciudad se encontraba en el centro de un lago tan vasto como su imaginación. Era consciente de que cuando lloraba, las lágrimas provenían del agua salada de aquel lago.

A Jacob le encantaba, pues, pasear por Zort-al-Ner, pero sólo podía observar, nunca pudo interactuar. Sólo los niños sentían algo cuando él los atravesaba, ya que era intangible. Se esforzó durante todo un año en intentar conseguir comunicarse con un joven especialmente sensible, pero en cuanto éste entró en la pubertad olvidó su don.

Aparte de los niños, estaba ella, claro, la que era soñada por él a la vez que él lo era por ella. Así, Jacob reconoció a su creadora, y Lesath a su creador. Ella notaba su presencia, aunque era incapaz de hablarle, o de verle, al igual que todo el mundo. Cuando dormía, soñaba con Jacob y con Madrid, Jacob la podía sentir a su lado, mientras trabajaba y mientras daba con ellas paseos por la ciudad. Durante las noches de Jacob, era ella quien le enseñaba su ciudad y Jacob quien podía ver su rostro. Pero nunca se podían mirar a los ojos.

Anoche, Jacob se sentía incapaz de empezar a dormir, y Lesath, incapaz de dormir más. Y así, durante cinco minutos eternos, compartieron el mismo espacio, en un universo intermedio. Sus cuerpos, cuya opacidad temblaba, se abrazaron y fundieron en uno solo, mientras se reconocían con los ojos, las manos, las bocas. Pudieron oír sus voces y sentir su calor, sus corazones desaforados, y mirarse a los ojos, y verse reflejados en los del otro.

Desde hoy, Jacob y Lesath, ambos existentes e inexistentes, comparten su amor y el fuego de su pasión cuando amanece y cuando anochece. Apenas diez minutos al día. Suficiente.


I walk beside you
Wherever you are
Whatever it takes
No matter how far

John Petrucci – I walk beside you
Cayetano Gea Martín

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿de donde sacas tanta imaginación? Me ha gustado mucho, colegui.

Kay dijo...

Del sol que me pega por las mañanas en la cocorota, supongo, jejee