Filosofía erótica
-¡Qué pedazo de hembra! –exclamó Pierre Menard al paso de una hermosa muchacha embutida Dios sabe cómo en un mini-vestido rojo. –Discúlpeme, amigo mío –comenté yo -¿Desde qué punto de vista filosófico alaba usted a las excelencias anatómicas de la chica? ¿Desde un punto platónico? ¿Kantiano? ¿Marxista? ¿Kierkegaardiano? –Nietzsche –respondió el –Estaba pensando en Nietzsche y en su concepto del Eterno Retorno. Pues bien, ¡no me importaría nada retornar eternamente al cuerpo de esa pedazo de rubia! –exclamó, mientras la baba se le caía de la boca a la barbilla y de ahí, al suelo.
Pierre Menard versus catolicismo
-¿Qué opina usted de la Iglesia? –le pregunté aquella tarde a Menard mientras tomábamos un café (yo) y media docena de helados de fresa (él) en una terraza de su pueblo natal, Paulhan, cerca de Montpellier. –Opino que es magnífica, amigo mío –contestó –un claro ejemplo de plateresco francés. –No me refiero a la iglesia de su pueblo –aclaré haciendo acopio de paciencia –si no a la Iglesia Católica como institución. -¡Oh! –exclamó él mientras engullía otro helado. Y no dijo nada más en toda la tarde.
Pierre Menard y el sexo
Aquella sombría, etérea y cálida tarde de verano, Pierre Menard no lo soportó más y, con paso decidido y firme, agarró la nívea, suave y pequeña muñeca de aquella femme fatale, aquella woman-in-red. Ella correspondió al valiente y atrevido gesto con un inmediato y fulminante beso que sólo podía presagiar jugueteos de lengua. Tamaño morreo o filete excitó sobremanera al, hasta ahora, semi-dormido “Petit Pierre”, el cual encontró la senda necesaria para frotarse contra el prometedoramente hermoso pubis de la mujer. Allí mismo, en medio de la hermosa, pequeña y coquetuela plaza de Paulhan, frente a la magnífica e imponente iglesia plateresca, comenzaron a desnudarse uno al otro, mientras Pierre mordía la blanca, ebúrnea carne de ella, y descubría excitado que sabía a pan de leche, a trigo, a miel, a café, a tabaco de pipa, a solomillo a la pimienta, a tarta de queso, a helado de frambuesa, a cosas buenas, vaya. Pronto, sus concupiscentes caderas se juntaron, y ante el cimbreo sensual de ella, que solicitaba urgentemente penetración o himeneo, Menard introdujo su eréctil, rojo y hermosote miembro, y empezaron a moverse cadenciosamente…
-Le ruego que no escriba más historias obscenas, aunque bien escritas, en las cuales me incluya, -me comentó un sudoroso y jadeante Pierre Menard –que voy a acabar explotando de tanto ingerir helados de fresa…
Cayetano Gea Martín