lunes, marzo 14, 2005

Retorno al Parnaso


A la memoria de Chesterton, Cervantes y Menard.


Y por fin llegó el día. El día que durante tanto tiempo politólogos, científicos y sociólogos habían estado advirtiendo. El régimen cayó de bruces contra el suelo. Las mentiras de nuestra tecnocracia, de nuestra falsa modernidad, dejaron de tener validez. Los viejos dinosaurios corporativos se hundieron en la brea, incapaces de aclimatarse al cambio. La clase media irrumpió en las calles como una marea incontenible, exigiendo volver a ser ellos mismos, demoliendo la muralla de pan et circenses que los ricos habían creado para ellos. Allí, el ama de casa golpea con su Home Cinema sobre la calva del Director del Banco de España; allá, el anciano le introduce un juego entero de dominó al Ministro de Economía por vía rectal; más al fondo, la turba incontrolable de trabajadores de la construcción intentan cortar las cabezas de un grupo de accionistas arrojándoles CDs, con mayor o menor puntería. En Roma, el Papa malgasta sus últimas y menguadas fuerzas intentando que un grupo de jóvenes desaprensivos no le obliguen a tragarse más preservativos. En Estados Unidos, las madres de soldados muertos cogen de las prominentes orejas al Presidente y lo encadenan a un avión rumbo a Irak. En todo el mundo, la barbarie quema, destruye y elimina el régimen establecido.

Después de la tempestad, la calma. Un nuevo orden se alza. Un nuevo orden basado en viejas normas. En viejas reglas olvidadas tales como la amistad, el honor, la valentía, la espiritualidad, el arrojo, el respeto e, incluso, el amor, ese gran olvidado de nuestro tiempo. Este nuevo viejo orden, que podríamos definir de autocracia real humanística agnosticista zen, ha comenzado a operar tales cambios y resultados en la sociedad, que difícilmente resultaría ésta reconocible para las generaciones anteriores.

Esta “Nova Era” también supone el retorno de varias figuras mitológicas, entre las que destaca la del caballero andante. Para proteger a sus súbditos, el rey Quijano I, monarca por sufragio universal del planeta entero, ha creado una especie de cuerpo de seguridad basado en el honor, la lealtad y en los intereses de los ciudadanos. Por tanto, estos nuevos caballeros jamás utilizan su fuerza para beneficio propio, sino que su enorme sentido de la hidalguía les lleva a una vida ascética enteramente volcada en el servicio a los demás. También se dedican a castigar a aquellos que aún se aferran al anterior régimen: determinados científicos, políticos, banqueros, líderes religiosos, agentes financieros, ladrones, asesinos, timadores y vendedores de bálsamos.

Quijano I, para algunos la reencarnación misma del quijotismo, es un gran hombre. Ante todo, un hombre de palabra, que cree fielmente en lo que defiende y que gusta de exponer sus opiniones mediante largos discursos plagados de cervantinos retruécanos y filosóficas metáforas. Hombre erudito y leído, le entusiasma hablar de los espejos, de los laberintos y de las bibliotecas.

En su primer discurso como monarca, el nuevo rey hizo llorar de emoción a la inmensa mayoría de sus súbditos. A continuación, incluyo un extracto del mismo, ya que, dada su longitud, resultaría difícil incluirlo por entero en esta breve crónica:

“Dichosos aquellos que vivían en lo que ahora llamamos con respeto y veneración la Edad Dorada, pues fue ésta una época sin tacha alguna. (…) En aquellos años benditos, no existía mío ni tuyo, sino nuestro. La codicia era una ficción, y los caballeros andantes socorrían a los desvalidos, a los débiles, a las viudas y a los menesterosos. (…) Por ello, a imagen y semejanza de aquellos años, hoy proclamamos estos días como una continuación interrumpida por las falsedades de la modernidad. Hoy, destronamos el anterior régimen para colocar en su lugar uno más noble y humanista, basado en ciertas normas que parecían carecer de valor y lugar en la inmoral tecnocracia y superchería artificial que regía nuestras vidas hasta ahora. (…) Hoy, el destino es nuestro. Hoy, la auténtica revolución ha llegado, no aquella amparada por grupos políticos o ideologías deterministas. Hoy, comenzamos de nuevo aquello que nunca debió verse interrumpido. Hoy, ¡la victoria de la humanidad ha llegado!”

La gente, en todos los rincones del mundo, aplaudía enloquecida a su líder y a su nuevo orden mundial. A un nuevo orden basado en el honor, en el valor de la vida y en los caballeros andantes. El grueso de la población mundial, asumía de buen grado su papel de escudero. En un mundo de Sanchos, Don Quijote era el rey.



“Si dejo de ser rey o juez, seré siempre, sin embargo, un caballero, aunque sea un caballero errante. Vosotros, los nobles, por el contrario, no seréis más que actores, bribones o vagabundos. ¡Decidme! ¿Dónde habéis robado vuestras espuelas?”

G. K. Chesterton “El Regreso de Don Quijote”
Cayetano Gea Martín

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El mundo del Quijote se parece demasiado al de Marx...suena bien, pero es una utopía, los valores que enumeras son fantásticos, pero no se pueden extender a toda la humanidad mientras tengamos que vengarnos de los que formaban parte del orden establecido anterior.
Muy bonito el relato!
Besos!

Kay dijo...

Ja, ja, ja... Claro, claro...

Sólo estaba soñando con un mundo mejor, aunque no esté tampoco muy de acuerdo con él... ¿Empatía, quizás?

¡Gracias por estar, Carmen!

Besotes