Ahora que el barco golpea contra el fondo, y que por tanto, ya está todo perdido, ¿me atreveré a ser sincera contigo? Quizá llegó el momento de abrir mi alma, este momento vano e inutilizado por la futilidad, este instante perdido, de andar descalza por las brasas de más palabras y metáforas huecas que surgen, caen y venga, seguimos sumando, seguimos sin atacar de frente las cosas. ¿Para qué hacerlo, pudiendo andarnos con circunloquios?
¿Llegó el momento de la praxis? Yo diría que sí, que ya va siendo hora. Hora de resumir la situación con una frase sencilla: te he perdido. Sí, eso es, tan sencillo como que te perdí, como que nunca más lloverá en otoño por obra y gracia de tu belleza tallada en piedra y carne en mi alma, con esos ojos del color del cielo iluminando cada rincón de mi ser, cada recoveco, inundado por tu luz. Mi amor, eso fue, te perdí, te perdí para siempre en el fuego de la destrucción.
Los dioses de la guerra hollaron nuestra tierra santa con sus pesadas e indiferentes botas, disfrutando de nuestro dolor, alimentándose de nuestro miedo como alimañas, saqueando nuestras pertenencias y violando nuestras vidas. Asolaron nuestras calles y casas con el fragor de sus armas y bajo la tolerancia de sus desalmados ciudadanos, que Alá traiga la destrucción a sus vidas.
Tú no eras soldado, mi amor, no ocupabas un cargo militar, ni siquiera tenías un arma en casa. Eras un hombre sencillo intentando sobrevivir en un mundo complicado. Te sacaron de casa, te soltaron de mi mano y te mataron en el polvoriento suelo de la calle, como a un perro. Algunos de ellos hasta se reían al ver cómo se apagaba tu vida. Una vida más, ¿acaso importa? Para mí sí. Para mí era mi vida tu vida. Lo más importante y grande de la creación, tan sagrada como el más sagrado de los tesoros.
Sobrevivimos a la temible dictadura de nuestro tirano, de nuestro odioso tirano puesto por los mismos que hoy nos masacran, sólo para verte morir a las puertas de la democracia que nuestros salvadores nos prometieron traer. Nuestros libertadores, los que llegaron mascando chicle y disparando contra todo aquel con aires de sospechoso, es decir, todo aquel que no fuera de su país o del país de sus aliados.
Vinieron a liberarnos de una dictadura para imponernos el yugo de su democracia. Su democracia, que me ha arrebatado a mi amor, mi vida, mi mundo, mi pasión, el color de mis mejillas y la flor de mi cuerpo. Sólo me quedan crisantemos en mi corazón y cipreses en mi alma. Me aferro a tu lápida sin nombre y me dejo morir.
Cayetano Gea Martín
1 comentario:
Supongo que la muerte de quien más quieres es siempre igual de horrible e insoportable; pero cuando además la causa de la misma es la estupidez humana no quiero ni imaginarme cómo hay gente que es capaz de superarlo y seguir viviendo.
besos!
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