jueves, marzo 03, 2005

ANKH

De todos los objetos imaginarios que poblaban la buhardilla parisina de mi viejo amigo Aquiles Garrido, mi favorito era sin duda el ankh, que él afirmaba perteneció al mismísimo dios Seth, la némesis de Ra.

El ankh era hermoso, hermoso en su simpleza, como todos los símbolos de carácter divino. Constaba de un asa que esquematizaba la vagina de la mujer, un tronco inferior que nacía en la parte más estrecha del asa y que simbolizaba el falo del hombre, y otro cilindro transversal que se interponía entre el asa y el tronco, que representaba a los hijos resultantes de la unión entre el hombre y la mujer.

Disfrutaba jugando a efectuar libaciones con él sobre el rostro de Aquiles, parodiando su utilización por parte de los dioses para otorgar la vida eterna a los difuntos que llegaban ante el trono de Osiris en el más allá. Aquello siempre enfurecía y escandalizaba a mi amigo. Asustado, me quitaba el ankh y lo volvía a colocar en su sitio, apelando a su antigüedad y origen. Después, para acojonarme, me agarraba de una oreja y me llevaba hasta alguno de sus numerosos libros de egiptología y me explicaba por qué no debía ser utilizado ni ridiculizado en su uso aquel peculiar objeto.

“El ankh es un símbolo de vida de origen desconocido”, me decía, “los dioses lo sostenían delante de la nariz del muerto para que el alimento eterno penetrase en su cuerpo”. “Ya, bueno”, replicaba yo, “pero yo no soy ningún Dios, así que no veo problema en utilizarlo”. “Eres bobo, tú”, me contestó, “¿no conoces las consecuencias de manipular objetos divinos?”. No supe qué contestar a tamaña estupidez de pregunta. Mi ateísmo galopante me impedía creer en algo que no tuviera delante de mis narices. Consideraba las religiones como pasatiempos, y la moda actual de buscar filosofías orientales y técnicas espirituosas me parecía un movimiento muy bien orquestado de El Corte Inglés.

Obsérvese que he utilizado el imperfecto para referirme a mi ateísmo, por lo cual se podrá fácilmente deducir que algo ocurrió, como acontece siempre en este tipo de relatos… Pues lo cierto es que no pasó nada destacable, no fui fulminado por acción divina de Seth, no comenzaron a llover ranas del cielo ni abrí el sello de una antigua maldición. Sencillamente, sentía algo especial al poner mis manos sobre el ankh, una especie de fuerza de la naturaleza primaria y olvidada, de un tiempo remoto, de cuando la existencia y los fenómenos del mundo se explicaban mediante mitos y poesía. ¿Acaso no es más hermoso sentir el viaje de Ra a través de los cielos que observar al sol salir y ponerse debido a la rotación solar? Aquiles difería de mi opinión en este punto, así como en otros de vital importancia como la Constitución Europea y la bondad que manifiesta el pueblo chino con el Nepal.

Mi viejo amigo Aquiles Garrido, además de coleccionista, era un destacado científico y un apasionado lector y estudioso de lo fantástico. Esta aparente contradicción lo llevó a terrenos peligrosos, como intentar crear un mapa del territorio fantástico de la mente humana, o aplicar el método científico a sus relatos. Esta diatriba le causó más de una decepción y más de un trastorno de personalidad, lo que en última instancia le llevó a recluirse en una buhardilla de París, rodeado de extraños objetos, fotos de Cortázar, libros y ensayos científicos.

Aún hoy continúa con su intento de amalgamar ficción y ciencia, sin darse cuenta de que, aunque la ciencia pueda estar en posesión de la verdad, el arte está en posesión de la belleza.


Cayetano Gea Martín

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Todo un bohemio tu amigo ;)
Yo también soy atea, pero muchas veces oyes cosas que te hacen pensar en algo más, no exáctamente un Dios, pero sí energías o algo así, como lo que tu sentías al tocar el objeto de tu amigo...hace poco leí que muchas iglesias de la edad media se construyeron sobre terrenos que eran considerados sagrados años atrás por otras religiones, lugares "especiales".
Saludos!!!! ;)

Kay dijo...

¡Saludos!

Mi "amigo" del relato está parcialmente inspirado en Pedro, el otro tarado que escribe aquí... Su ateísmo militante a veces choca contra mi sencillo agnosticismo... En resumen, el relato es un tirón de orejar para él y para que cuando le vea se desate nuestra eterna polémica otra vez, jeje...

Anónimo dijo...

Estás equivocado cuando dices que el arte es belleza y la ciencia sólo verdad. La ciencia puede también ser bella y muchas veces el arte tiene una cara más racional que pasional.
Por supuesto, no creo en energías ni nada que se parezca. Toda nuestra subjetividad, lo que sentimos, es producto de la función de nuestro cerebro, nos guste o no y nos parezca poco romántico o no. El amor, el miedo, el placer, la religiosidad dependen todos de nuestro cerebro aunque eso no le resta la importancia que otorguemos a esos sentimientos o la felicidad que puedan reportarnos.
Cuando observo un ocaso frente al mar jamás se me ha ocurrido pensar en la rotación de la tierra y en que la luz se difracta dando lugar a ese juego de colores de tal belleza. Son cosas dferentes.

Kay dijo...

Bueno, sobre gustos...

Realmente, no creo que todo lo que sentimos provenga de nosotros... Me parece un ejercicio de egoísmo hacia seres tan vulgares como los humanos...

Creo que hay más, y más de una puerta, que rompe nuestra racionalidad y nuestros trillados esquemas y visiones de ese gran misterio que se llama vida