domingo, febrero 06, 2005

Discurso

Hoy no voy a hablar de Borges ni de Cortázar. Hoy no me oiréis desbarrar sobre el realismo mágico sudamericano ni de su influencia en la novela y en relato breve en la España post-franquista.

Hoy no voy a comentaros que prefiero la filosofía y el pensamiento alemán al francés, que lo encuentro mucho más claro y menos denso que el galo.

Hoy no voy a compartir con vosotros mi ilimitada afición por las mitologías, ni las compararé entre sí, intentando buscar claros elementos y figuras comunes a todas. Hoy no expresaré que cualquier idea que se plasme en el medio que sea debe tener una fuerte carga mitológica detrás si quiere ser considerada como expresión artística.

Hoy no voy a plantearme mi destino, vida y muerte. No voy a compartir con vosotros mi escepticismo agnóstico, al cual quiero ir dándole poco a poco, con el devenir de los años, forma y sentido, posiblemente, hacia el pensamiento de Schopenhauer, hacia unas palabras de Blake y hacia las filosofías orientales.

Hoy no voy a comentaros lo que sufro, peno y lloro por los amores perdidos, los amigos ausentes, las guerras preventivas y las toleradas, la ignorancia, el hambre, el fuego y la destrucción.

Hoy no voy a hablar de todo lo que me hace ser feliz y dichoso, de la familia incondicional, de los amigos presentes, del amor esquivo, del sexo fugaz…

Hoy no voy a hablaros de nada. Hoy voy a ser uno más. Un número de DNI. Alguien que no se plantee nada. Alguien que se levante, vaya a trabajar, vuelva, ponga la tele, vea Crónicas Marcianas, duerma; alguien que haga el amor como si fuera al trabajo, sólo que fichando los sábados. Y el domingo el gran teatro del fútbol vuelve a rodar su infinito y eterno balón. Estupendo.

Hoy he decidido que se es más feliz sin plantearse nada y sin atarse a nada ni a nadie, ni siquiera a uno mismo.

Pero en realidad, como os imagináis, miento. Y mentirse a uno mismo, aunque sea costumbre popular, es algo absurdo. Por ello, me diré la verdad. Me reconoceré que sí, que sufro, peno y llanto. Pero que no cambio una sola lágrima por la feliz ignorancia.


Cayetano Gea Martín