jueves, diciembre 30, 2004

Amnios

¿Qué silencio? ¿Qué magia de color preternatural golpea contra nuestro momento inicial? ¿Qué sensaciones podemos describir nosotros, viles criaturas de cieno, cuando aún no nos han añadido el agua? ¿Acaso seremos capaces de narrar el comienzo de todo al final de nada? Porque nada es de lo que está formada esta materia absurda que escribe y golpea las letras, esta grotesca criatura que sueña con algo que no existe y que se desespera en la inmensidad de la noche, cuando mi cama parece un realidad por sí sola, y mi estómago el centro solitario del universo.

(If the war by heavens gate released desire
In the line of fire someone must have known
That a human heart demands to be admired
Cause in the Center of the Universe
We are all alone)

A partir de ahí, sólo queda ir descendiendo por la vida. A partir de nuestra expulsión del amnios natal, sólo nos resta un peregrinaje de pronóstico reservado. Y jamás podremos volver sobre nuestros pasos hacia el primer instante, hacia la pureza del comienzo del viaje: el momento en que no importa nada, no hay mente, no hay alma, sólo la nada. Pero en el instante en que la palabra pensada, la maldición de la humanidad, aparece en nuestra vida, para siempre perdemos el camino hacia la pre-eternidad, hacia el ser luminoso que apagamos con nuestro nacimiento.

Algunas criaturas consiguen conservar parte de la luminiscencia que se posee antes de abandonar el útero, el amnios natal. Pocas son, por ende gloriosas: las criaturas más aparentemente sencillas de la creación, aquellas que denotan perfección en su simpleza (la flor cerrada, la brizna de hierba, las manos de un pintor y el olor del pelo de los niños), y los seres humanos que consiguen, no ya trascender, porque no existe un camino ad infinitum, sino presubstranscender, volver al punto de partida, donde todo es puro y eterno. A estas personas se las conoce como artistas, aunque este sustantivo se encuentra bastante maleado, y hoy por hoy, cualquier necio lo cuelga de su egocéntrico cuello.

Hoy ya no hay arte ni artistas. Eso es algo del pasado, de épocas más ilustradas que ésta, de tiempos iluminados por sabiduría, no por el circo de idiotas que mueven los hilos de nuestras vidas, mientras nos hacen danzar bajo el embrujador hechizo de su desacompasada melodía. Por cada uno de nosotros que observa su gran retablo de las maravillas, el espíritu de algún posible artista muere en la cuna.

A lo máximo que se puede aspirar hoy es a brillar con cierta independencia, aunque para ello hemos de reconocer primero que seguimos siendo igual de mediocres todos nosotros, y que cuando la luz se apaga y los velos de esta sociedad artificial de petróleo y cartón piedra que tanto nos gusta se van a dormir junto con nuestras miserias, son iguales el abogado laboralista y el ama de casa, la jugadora de baloncesto y el ladrón de guante blanco, el cura catedrático pederasta y la conductora de autobuses que arrastra más hipotecas que hijos.

Lo que digo, o intento decir, sin encontrar las palabras directas, debido a la carencia crónica en mi interior de musas, es que determinadas personas poseen el potencial de despertar su amnios natal, su sabiduría artística, su capacidad de convertir plomo en oro, de encontrar belleza y mitología, que básicamente son lo mismo, en la ciencia más pura,

Pues, ¿acaso no son hermosas las teorías cuánticas y románticas las indeterminaciones matemáticas? ¿Acaso no resulta bello el baile de electrones, que danzan alrededor de su átomo en rituales de amor? ¿No es terriblemente hermosa y nihilista la entropía? ¿Por qué muchas personas no encuentran la belleza en la ciencia? La criatura sensible que posea el amnios debería ser capaz de hallar poesía en todas partes, incluso donde se encuentra en menor grado: en los versos.

a pesar de lo difícil que resulta la supervivencia de determinados fluidos mentales más ligeros que los pensamientos en un mundo que retoza satisfecho en su propia mierda.

Por desgracia para el resto, para los que carecemos de amnios pero sí poseemos la cualidad de admirarlo, como puede admirar un ciego unas lentillas, por desgracia, digo, observamos con mayor frecuencia de la debida para el karma universal y el equilibrio del cosmos cómo los posibles artistas desperdician su innato potencial en la comprensible tarea de vivir sus vidas, debido a esta sociedad podrida que los da a elegir entre comer y realizarse, entre dejar florecer la semilla que llevan dentro y el alimentar a los suyos. Sí, está sociedad de mierda que obliga a posibles genios, artistas y redentores de la humanidad a perderlo todo en beneficio de nada. Esta misma sociedad que antes mataba o dejaba morir a los poetas y que ahora premia a tapieses, bisbales, echevarrías y revertes en detrimento de la gente que realmente tiene algo que contar y que decir, pero que se pierden por el sumidero de las oportunidades negadas.

A lo largo de mi mundanal vida he conocido gente que me ha hecho creer en algo más. Personas que, al escucharles o leerles han producido en mi mente, nuca y boca del estómago terremotos reveladores, instantes satori desaprovechados porque no sé cómo interpretarlos. A algunas personas de esta élite intelectual (la única que realmente existe) he tenido la suerte de conocerlas en persona, y de sentir cómo su amnios las rodeaba e intentaban transmitírmelo, sin real éxito, salvo por una hermosa sensación de paz y estabilidad, como si pudiera entrever la complicada trama del universo, desfragmentado en pedazos inteligibles por la benigna acción de estas personas.

Comparto mi admiración y respeto por esas personas con la otra persona que también es dueña de esta página. A ambos nos une la misma pasión, y ambos soñamos con dejar de ser meros espectadores y unirnos al festín. Ambos hemos sentido la llamada de la selva, los tambores y las revelaciones que amotinan la sangre y la carne, el calor de la letra impresa, la maravilla y el milagro que supone el idioma, la letra, el código de la literatura y su interpretación de la vida, aunque ésta no esté a veces a su altura.

En mi fuero interno, sé que yo no tengo el toque mágico del amnios natal, sino sólo una verborrea creada a base de mucho leer y de (lo más importante) releer. Sé que no pasaría de mi mediocridad literaria por mucho que lo intentara, ya que no se trata de un proceso mecánico, si no muchas personas valdrían, y valen tan pocos… muchos menos de los que atestan y apestan las estanterías de las bibliotecas, librerías y casas. No es lo mismo sentir la llamada de la literatura que ser literatura. Ser una criatura cuyo alimento y heces es la palabra escrita, que la expulsa de su cuerpo no sucia ni fragmentada, sino pura y nueva, revigorizada. Criaturas que usan las palabras de otros genios y le añaden su vida para crear palabras nuevas y hermosas, valientes y siempre revolucionarias. Yo no soy una de esas criaturas. A lo sumo, soy un bastardo cercano a su sangre, pero impuro y adulterado por este cerebro mío incapaz de retroceder al amnios y extraer de él la sabiduría en estado puro, sin destilar, capaz de crear arte, arte en mayúsculas.

Creo que el otro amo y señor de esta página sí es capaz. O que al menos tiene la capacidad de ser capaz. Él cree que no, o cree que para que su amnios surja debe abandonar su vida tal y como la concibe y encerrarse en su cueva mental. Desconoce que su amnios está ahí, y que aunque sienta que está perdiendo el tiempo se equivoca. El tiempo lo pierden aquellos que tienen potencial, pero no potencia; aquellos con capacidad para soñar pero que no sueñan; aquellos que cambian un libro por un DVD, un coche o un microondas. Él no cambiaría un libro por nada. Su amnios está hibernando a la espera de ser liberado. Y se liberará tarde o temprano. ¿Pensáis que se puede ocultar el amnios natal? No se puede controlar lo divino que hay en algunos de nosotros. Ni contenerlo por mucho.
Cayetano Gea Martín

1 comentario:

Martuki dijo...

Pues nos sé si tu lo tienes o nó, xq no te conozco apenas, pero sé q Pedro sí, y a ver si sale ya d una vez, y d paso termina esa novela q ha empezado, y q no puedo dejar d releer, xq me hace estar cerca d él, y me hace descubrirle en cada línea. Cuando gane los concursos literarios igual se da cuenta.