Pepito odia su nombre. ¿Y quién puede culparle? Odia que todo el mundo le llame así, sin discriminación de parientes, amigos, cajeras del Ahorramás, su pareja o compañeros de oficina. Todo el mundo que cree tener algo de confianza con él, sin pararse a pensar si él se la ha otorgado, decide apearse del José y llamarle Pepito directamente. Y a veces, con una sonora palmadita en la espalda. Y él los odia a todos por ello. Cabrones.
Pepito tiene un sueño. Su sueño consiste en cambiarse el nombre. Pero teme que la gente se ría de él todavía más. Pues el nombre que quiere ponerse no es otro que el de Batman de Todos los Santos. Y es un nombre que le encanta y no sabe porqué. Es consciente de que se trata de un nombre ridículo, pero encarna cierta autoridad y fortaleza. Y además, aunque sea una cutrez de nombre, ¿será peor llamarse Batman de Todos los Santos que Pepito? Pepito lo duda mucho. Mucho.
Pepito tiene hoy comida familiar. Mierda. Y encima le toca cocinar a él. Para veinte comensales. No se complica la vida y prepara cuatro lasañas precocinadas y una ensalada de bolsa. Y al que no le guste que se joda y se vaya al Burguer King de la esquina. La parentela acude puntual como siempre que sabe que toca comer gratis. Sus parientes gorrones fruncen el ceño cuando ven la lasaña con pinta de plástico quemado. Y no paran de llamarle Pepito. Y se tiran cuescos en su sofá y lo queman con sus puros y lo manchan con sus copas de vino barato. Pepito contabiliza un total de mil doscientos sesenta y ocho Pepitos en las cuatro asquerosas horas que se tiran retozando en su casa. Es decir, trescientos diecisiete Pepitos por hora, cinco coma tres por minuto. No puede más y explota. Los manda a todos a Parla y decide cambiarse el nombre mañana mismo.
Pepito ya no es Pepito. Se llama Batman de Todos los Santos por fin. La gente no se lo puede creer y se ríe en su cara y le siguen llamando Pepito. Cada vez que alguien lo hace, Batman de Todos los Santos se arma de paciencia y piensa que ya se acabarán acostumbrando con el tiempo. Pero el caso es que no lo hacen y le siguen llamando Pepito en lugar de Batman de Todos los Santos. O directamente, gilipollas.
Han pasado ya catorce meses desde que Batman de Todos los Santos decidió llamarse Batman de Todos los Santos y la gente le sigue llamando Pepito. Nadie, nadie, salvo los jocosos funcionarios del Estado que leen con incredulidad su DNI, nadie, repetimos, le llama Batman de Todos los Santos. Batman de Todos los Santos entra en una depresión tan larga como su nombre. Para colmo de males, su novio, porque Batman de Todos los Santos es gay, qué pasa, le pone los cuernos con un quinteto de Mariachis. Batman de Todos los Santos abre la puerta de su dormitorio sin poderse creer lo que ve. Y su novio, encima, le dice: “No te cabrees, Pepito”.
El resto es historia y sale en los periódicos de sucesos. Batman de Todos los Santos estalla ante el último Pepito, el proferido por su novio tras (o durante, según se mire) haberle engañado con un quinteto de Mariachis, y le abre la cabeza a su pareja con el cenicero que le regaló su madre por su trigésimo cumpleaños (y en el que reza “Pepito” en enormes letras de tipografía helvética doradas). Los sesos de su expareja se esparcen por la cama. Los mariachis se visten a la carrera mientras abandonan el domicilio de Batman de Todos los Santos entonando “Me equivoqué contigo”. Batman de Todos los Santos acaricia el cuerpo inerte de su novio y llora sobre él. Incapaz de asimilar la tremenda enormidad del uxoricidio cometido, Batman de Todos los Santos se quita la vida ingiriendo el contenido de un bote con bolitas de alcanfor.
En el funeral de Batman de Todos los Santos, el sacerdote lee una sentida homilía por el descanso eterno del alma de Pepito.
Sí, de Pepito.
Pobre hombre.
Cayetano Gea Martín
Pepito tiene un sueño. Su sueño consiste en cambiarse el nombre. Pero teme que la gente se ría de él todavía más. Pues el nombre que quiere ponerse no es otro que el de Batman de Todos los Santos. Y es un nombre que le encanta y no sabe porqué. Es consciente de que se trata de un nombre ridículo, pero encarna cierta autoridad y fortaleza. Y además, aunque sea una cutrez de nombre, ¿será peor llamarse Batman de Todos los Santos que Pepito? Pepito lo duda mucho. Mucho.
Pepito tiene hoy comida familiar. Mierda. Y encima le toca cocinar a él. Para veinte comensales. No se complica la vida y prepara cuatro lasañas precocinadas y una ensalada de bolsa. Y al que no le guste que se joda y se vaya al Burguer King de la esquina. La parentela acude puntual como siempre que sabe que toca comer gratis. Sus parientes gorrones fruncen el ceño cuando ven la lasaña con pinta de plástico quemado. Y no paran de llamarle Pepito. Y se tiran cuescos en su sofá y lo queman con sus puros y lo manchan con sus copas de vino barato. Pepito contabiliza un total de mil doscientos sesenta y ocho Pepitos en las cuatro asquerosas horas que se tiran retozando en su casa. Es decir, trescientos diecisiete Pepitos por hora, cinco coma tres por minuto. No puede más y explota. Los manda a todos a Parla y decide cambiarse el nombre mañana mismo.
Pepito ya no es Pepito. Se llama Batman de Todos los Santos por fin. La gente no se lo puede creer y se ríe en su cara y le siguen llamando Pepito. Cada vez que alguien lo hace, Batman de Todos los Santos se arma de paciencia y piensa que ya se acabarán acostumbrando con el tiempo. Pero el caso es que no lo hacen y le siguen llamando Pepito en lugar de Batman de Todos los Santos. O directamente, gilipollas.
Han pasado ya catorce meses desde que Batman de Todos los Santos decidió llamarse Batman de Todos los Santos y la gente le sigue llamando Pepito. Nadie, nadie, salvo los jocosos funcionarios del Estado que leen con incredulidad su DNI, nadie, repetimos, le llama Batman de Todos los Santos. Batman de Todos los Santos entra en una depresión tan larga como su nombre. Para colmo de males, su novio, porque Batman de Todos los Santos es gay, qué pasa, le pone los cuernos con un quinteto de Mariachis. Batman de Todos los Santos abre la puerta de su dormitorio sin poderse creer lo que ve. Y su novio, encima, le dice: “No te cabrees, Pepito”.
El resto es historia y sale en los periódicos de sucesos. Batman de Todos los Santos estalla ante el último Pepito, el proferido por su novio tras (o durante, según se mire) haberle engañado con un quinteto de Mariachis, y le abre la cabeza a su pareja con el cenicero que le regaló su madre por su trigésimo cumpleaños (y en el que reza “Pepito” en enormes letras de tipografía helvética doradas). Los sesos de su expareja se esparcen por la cama. Los mariachis se visten a la carrera mientras abandonan el domicilio de Batman de Todos los Santos entonando “Me equivoqué contigo”. Batman de Todos los Santos acaricia el cuerpo inerte de su novio y llora sobre él. Incapaz de asimilar la tremenda enormidad del uxoricidio cometido, Batman de Todos los Santos se quita la vida ingiriendo el contenido de un bote con bolitas de alcanfor.
En el funeral de Batman de Todos los Santos, el sacerdote lee una sentida homilía por el descanso eterno del alma de Pepito.
Sí, de Pepito.
Pobre hombre.
Cayetano Gea Martín
9 comentarios:
¡Por fin!
Despues de un tiempo con una calidad inusualmente baja, vuelves por tus fueros.
Ahora si puedo decir:
¡Me ha gustado! ¡Y mucho!
Si es que... Sólo te gusta lo soez...
Hombre, mas soez era el del pedo, y me abstengo de comentarlo por idem.
Y el de Odin... ejem... ejem...
En fin, para uno que te dice la verdad...
Muy simpática la historia de... ¿cómo se llamaba? ¡Ah, sí! Batman Jiménez de todos Losantos.
Mr. Tenor,
Otra cosa no, pero la verdad siempre la sueltas...
Pater,
¿No dices nada de la ilustración? Curioso...
Sí, la ilustración es así como underground. El señor que babea imita a los monigotes de Crumb.
No imita nada: ¡Es de Crumb!
No sé si estáis al tanto pero ha salido un Antiguo Testamento ilustrado por Crumb que no tiene desperdicio (¡y no cambia ni una coma del original!, claro, que no hace falta).
Muy bueno si señor. Jamie y yo nos lo hemos leido en el sofá acurrucados a las 4am (no podíamos dormir) y nos hemos partido de la risa.
Un abrazo
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