No se fíe usted de los vendedores de enciclopedias, ni de sus corbatas verdes, ni de sus pantalones pobres de pana que revelan su extracción humilde. A la que se descuide usted, señora, se encontrará con cuarenta inútiles tomos descansando en precario equilibrio sobre sus gruesas rodillas.
No se fíe de esos dos loros avejentados y con cara de iluminados que llegan a su puerta para preguntar si lee usted La Biblia. ¡No diga nada! A la primera de cambio, descubrirá asombrada que el último número de Atalaya prende de sus dedos pulgar e índice, mientras usted se pregunta cómo coño ha llegado allí.
No se fíe, señora, de su vecino gordo con bigote y con manchas de sudor debajo de los sobacos, ese que siempre está pidiendo un poco de azúcar, de sal, medio pollo. Jamás le devolverá el favor. Intente ir usted a su casa a pedir algo: Lo más probable es que su simpático y orondo vecino la reciba con una salva de fusilería.
No se fíe usted de los pedigüeños con cara de pena, por mucha lástima que puedan llegar a producir en su noble corazón. Los pobres del mundo son una plaga, ¿sabía usted? Realmente, esos tipejos no quieren trabajar, abominan el tener que agachar la espalda para ganarse el sustento y prefieren ir pidiendo por las casas para seguir viviendo del cuento. Si usted les ayuda económicamente, está perpetuando esa codiciosa raza de parásitos sociales.
No se fíe, señora, de ese joven forzudo peruano vestido de naranja con una bombona al hombro. En realidad, desea forzarla a usted. Y cuando el ser abyecto y vil haya consumido su concupiscente propósito, se despedirá a la francesa, sin intercambiar con usted ningún número de teléfono.
No se fíe usted, señora, no se fíe, se lo ruego, de sus hijos cuando vengan a visitarla los domingos. ¿Dónde estaban ellos el resto de la semana? ¿Acaso la han defendido a usted de todos los peligrosos individuos que rondan su puerta? No, ¿verdad? No abra usted la puerta, señora. No abra la puerta a nadie, se lo ruego. Y a sus hijos, menos.
Cayetano Gea Martín
No se fíe de esos dos loros avejentados y con cara de iluminados que llegan a su puerta para preguntar si lee usted La Biblia. ¡No diga nada! A la primera de cambio, descubrirá asombrada que el último número de Atalaya prende de sus dedos pulgar e índice, mientras usted se pregunta cómo coño ha llegado allí.
No se fíe, señora, de su vecino gordo con bigote y con manchas de sudor debajo de los sobacos, ese que siempre está pidiendo un poco de azúcar, de sal, medio pollo. Jamás le devolverá el favor. Intente ir usted a su casa a pedir algo: Lo más probable es que su simpático y orondo vecino la reciba con una salva de fusilería.
No se fíe usted de los pedigüeños con cara de pena, por mucha lástima que puedan llegar a producir en su noble corazón. Los pobres del mundo son una plaga, ¿sabía usted? Realmente, esos tipejos no quieren trabajar, abominan el tener que agachar la espalda para ganarse el sustento y prefieren ir pidiendo por las casas para seguir viviendo del cuento. Si usted les ayuda económicamente, está perpetuando esa codiciosa raza de parásitos sociales.
No se fíe, señora, de ese joven forzudo peruano vestido de naranja con una bombona al hombro. En realidad, desea forzarla a usted. Y cuando el ser abyecto y vil haya consumido su concupiscente propósito, se despedirá a la francesa, sin intercambiar con usted ningún número de teléfono.
No se fíe usted, señora, no se fíe, se lo ruego, de sus hijos cuando vengan a visitarla los domingos. ¿Dónde estaban ellos el resto de la semana? ¿Acaso la han defendido a usted de todos los peligrosos individuos que rondan su puerta? No, ¿verdad? No abra usted la puerta, señora. No abra la puerta a nadie, se lo ruego. Y a sus hijos, menos.
Cayetano Gea Martín
7 comentarios:
Joder... con este texto, me da miedo salir de mi casa...
NO ME FÍO DE NADIE, ¡LA VERDAD ESTÁ AHÍ FUERA!
No hay que fiarse de los que llaman a la puerta y de los hijos menos, que luego se quedan a comer o, lo que es peor, a cenar. Ejem, ejem.
Alfie,
Y más teniendo en cuenta en el barrio donde vives... Buf, miedito me da ir de tu casa al bar...
Pater,
Capto las indirectas muy mal: hasta que no me regales una maleta...
Ummnn... creo que para que entiendas la indirecta, te tiene que alquilar un pisito por el centro, al más puro estilo Tanguy
Caye, me acaba de entrar aragofobia por tu culpa. :)
jjjjjjjjjjjjjj
y yo que confío por principio en todos , hasta que me apuñalan......
así estoy, hecha unos zorros de tanta cicatriz, y sin aprender....
Pues no se fíe, querida Secretpath, que luego pasa lo que pasa...
Un saludo con cicatrizador incluido...
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