miércoles, diciembre 20, 2006

Vigilancia, cuarta parte


Después de cinco días ingresada en El Clínico, el psiquiatra destinado a su diagnóstico y tratamiento le dijo a Raquel que sufría de ataques de ansiedad agudos y de manía persecutoria, la cual, si no se trataba convenientemente, podría degenerar en algo peor. Mucho peor.

Se la impuso un estado de observación preventivo, con un hermoso surtido de drogas para aplacar los vientos que soplaban dentro de ella. Llevo la furia dentro, se dijo, y aún no sé por qué Él me persigue, qué es lo que quiere, qué intenciones tiene, por qué me odia, por qué quiere hacerme daño. Aquel pensamiento, el desconocimiento que tenía ante las intenciones de Él, era lo peor de todo. Si por lo menos lo supiera, oh, me mata no saber, se lamentaba.

Necesitó la ayuda masiva de Tranxilium durante más de un mes para atreverse a pisar de nuevo la calle. Durante ese periodo de tiempo, el abandono al que se entregó con fervor de amante se cobró diferentes tarifas, una de ellas, la ruptura sentimental con Ricardo, el cual, desolado y egoísta al mismo tiempo, no comprendió en ningún momento la situación, o eso pensaba ella. Después de una tormentosa tarde en la cual él intentó por última vez que las cosas volvieran a ser como antes, se dijeron adiós definitivamente. En realidad, solamente él dijo adiós: ella se dedicó a mirarle perdida desde lo más profundo de sus ojos sedados.

También sus padres sufrieron lo indecible con aquel tormento: las visitas al piso compartido de su hija eran más que frecuentes, y siempre tristes y desoladoras. A su madre se le partía el corazón ver a su hija en semejante estado, y lloraba incontenibles lágrimas sobre el regazo de Raquel, acunándola como a la inversa, cuando su hija era pequeña y se despertaba en medio de la noche y corría hacia la cama de sus padres, envuelta en sudor como en una segunda piel, aleteando sus lágrimas a ambos lados de la cara, rumbo hacia los brazos protectores de mamá.

Su padre, sin embargo, se quedaba estático, con la mirada perdida. Su aparente entereza exterior disimulaba el dolor lacerante de su corazón. No durmió en todo el mes y fue despedido, denunciado y encarcelado por negligencia laboral cuando desde lo más alto de la grúa que manejaba se desplomaron cinco toneladas de hormigón sobre la cabeza de un peón, en una mortal y estruendosa caída libre de más de setenta metros. Hasta el médico forense vomitó de la impresión de ver tal cantidad de restos humanos diseminados. Cinco minutos después del fatal accidente, el padre de Raquel seguía roncando con la cabeza apoyada sobre el panel de control.

Raquel fue despedida de su trabajo a los diez días de estar encerrada en casa. Sus padres dudaban siquiera de que tal noticia fuera procesada por su cerebro saturado de ansiolíticos.

Durante aquel tiempo, cuando no se encontraba en un estado letárgico, sufría tales ataques de ansiedad que gritaba pidiendo alternamente ayuda y la muerte. Al final, otra dosis de aquellas maravillosas pastillitas naranjas de clorazepato dipotásico la llevaban de nuevo al País de las Maravillas.
Cayetano Gea Martín

3 comentarios:

Marga dijo...

Recuérdame que no te pida nunca ser la prota de uno de tus cuentos... jeje, pobrecilla!!!

Queremos más... sigue increpando la multitud...

DaliaNegra dijo...

Lo manifiesto es tremendo...pobre chica :(
Pero lo tácito...eso que no vemos pero que sabemos que está.Nos acecha pero no tiene forma, y en eso radica su poder.El chico de los ojos verdes ¿ronda la casa de su víctima?¿es una alucinación?¿irá a parar al mismo loquero que ella?jaja, sigue, sigue...
Besos desde el otro lado de la ventana oscura ***

Kay dijo...

MARGA: Mmm... Me estás dando ideas, jejeje...
Besos protagonistas

DALIA: Ambas sentís pena por Raquel, mmm... ¿Empatía femenina? Lo cierto es que a mí no me cae demasiado bien, ñiej, ñiej...
PD: Qué de teorías... Parece un capítulo de Perdidos, jejeje...
Besos teóricos

¡Mañana la conclusión!