lunes, diciembre 18, 2006

Vigilancia, tercera parte


Dos días más tarde, una aún asustada pero algo más segura Raquel descendía los escalones de su piso compartido rumbo a la odisea que suponía visitar el supermercado más cercano. Claro que desde las últimas cuarenta y ocho horas, cualquier acción que entrañara pisar la calle suponía una odisea para los destrozados nervios de Raquel. Pero la verdadera tormenta estalló cuando a los cinco minutos de entrar en el colmado volvió a cruzarse con Él.

Ella se encontraba en el sector de congelados, indecisa entre tanta variedad de helados, distraía con algo por primera vez en dos días, cuando le vio. Él la reconoció. Ella le reconoció. El mundo se paró. El aire acondicionado compartido se volvió pastoso como la melaza. Paralizada por el miedo, observó cómo la boca de Él se torcía en una espantosa mueca de odio. Dos metros los separaban. Él a un lado del expositor. Ella al otro. Él no llevaba el libro. Venía a por ella, no cabía duda, pero sin el libro. Sólo Él: alto, terrible, mulato, con rastas. Raquel profirió un grito desgarrador que hizo saltar del susto a todo el mundo en un radio de cincuenta metros, incluido Él. Acto seguido, soltó el carro de la compra y salió corriendo con la fuerza de su corazón inundado de adrenalina.

Fue una carrera poco gloriosa, un espectáculo triste, dantesco, como observar una maratón de adolescentes borrachos: aquella joven desgreñada saltando sobre la gente, apartándola a manotazos, con su cuerpo desmanejado como una marioneta con las cuerdas rotas y el rostro crispado del miedo, desquiciado, arrugado en un gesto pétreo de terror infinito, los ojos rojos fuera de las órbitas, la boca contraída en una mueca terrible, profiriendo alaridos entre gorgoteos de saliva.

Sin saber cómo, ciega del miedo, visualizó su portal. Consiguió, entre jadeos, llegar hasta él, totalmente histérica, al borde de un colapso nervioso. Se encontraba éste afortunadamente abierto. Lo cerró de un tremendo empellón que rompió dos cristales de la puerta y sacó a ésta de sus goznes. A zancadas grandes, ridículas y saltarinas llegó hasta el ascensor abierto. Pulsó con la frenética palma derecha el botón que correspondía al piso séptimo. Observó cómo las dos puertas del ascensor se cerraban y se dejó caer en el suelo. Llegó a su planta pero no salió. Permaneció acurrucada en un rincón, llorando y temblando, con la cabeza hundida, los brazos en torno a sus piernas. Un reguero de cálida orina se desparramaba lentamente por el suelo de linóleo del ascensor.

Mientras, en el supermercado, Él seguía parado en el mismo sitio.
Cayetano Gea Martín

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Tenías toda la razón. La historia me encanta. Menos mal que no había tenido tiempo de leerla hasta hoy y he podido leer las tres entregas del tirón, pero me han sabido a poco. Ya te puedes dar prisita! que eso de dejar a la gente con tanta intriga no puede ser bueno pa la salud.

Muchos besos. See you.

Marga dijo...

Eso... ya te estás poniendo las pilas... queremos la continuación! (clamor popular jeje)

Kay dijo...

TAMARA: Gracias por los elogios... Que Dios te lo pague con un buen negro cubierto de chocolate blanco. Mañana prometo continuar la historia... ¡Palabrita del niño Jesús!

MARGA: Continuará, continuaraaaá... Tan pronto como hoy pueda ponerme a escribir... Que ya no es cuestión de atrapar al vuelo a las musas, sino que hasta éstas se han vuelto capitalistas y cumplen un horario, jejeje...
Besos continuados, cual trilogía

El Caye

Anónimo dijo...

pero... que cosas me deseas!!!!!!

DaliaNegra dijo...

¿Y si él piensa lo mismo de ella?
¿Y si también le tiene miedo?
Como todo buen relato, te hace preguntar cosas mientras lo lees.
Tú teje telarañas para que nosotros, pobres moscas, nos quedemos pegados y aleteando alrededor de tus palabras...
Pero teje más,por favor :)))
Besos rendidos***

Kay dijo...

TAMARA: Ya, ya...

DALIA: Tantos elogios me sacan los colores... y soy propenso a ello, lo prometo...

¡Sólo dos entregas más, lo juro! Hoy la cuarta y el viernes la quinta y última así se me rompan los dedos de teclear! ¿Lo conseguiré? ¿Y... tendrá coherencia? Aaahh... jejeje

Besos rendidos

Kay