Al levantar la vista hacia el cielo, pudo comprobar, no sin la desilusión triste de algo que tarde o temprano se repite de nuevo, que éste seguía gris, de ese gris plomizo que manda a nuestros biorritmos a barrer el suelo. Bajo el influjo de semejante estado de ánimo, Raquel no tenía la menor intención de andar un paso más de lo necesario, a pesar de ser de natural montaraz, una enamorada a pasear durante horas no siempre aconsejables por las calles no siempre hermosas de un Madrid no siempre seguro.
Sus pasos se encaminaron hacia la boca de Metro más cercana, que en este caso, correspondía a la estación de Ibiza, por la cual transitaba la, para Raquel, casi desconocida Línea 9. Ni siquiera sabía que esa parada era la más cercana a donde se encontraba, a las puertas de El Retiro. Acababa de despedirse con besos y arrumacos de su novio Ricardo, después de una sesión de dos horas de más besos y arrumacos bajo el abrigo de un manto de árboles que ondeaban sus hojas multicolor bajo el ceniciento cielo de febrero.
La memoria muscular la llevó a no dudar ni un segundo el la secuenciación de acciones correspondientes a: 1 buscar en el bolsillo derecho de sus vaqueros el Abono Transportes; 2 sacar el billete e introducirlo en la ranura del torno; 3 extraerlo al mismo tiempo que hace desplazar/girar la barra del torno con su propio cuerpo; 4 guardar el billete dentro del Abono y éste de nuevo en el bolsillo.
El vagón se encontraba lleno, lo cual no era ninguna novedad en una ciudad que siempre parecía tener gente por todos sus rincones, atascando de carne, olores y pelos multicolores sus medios de transporte, sus calles, sus bares, sus oficinas, sus museos, sus tiendas. Y el vagón en cuestión, como queda dicho, no era ninguna excepción. La marea humana, de la cual nunca casualmente pensamos que nosotros formamos parte, ocupaba las tres cuartas partes del vehículo. La cuarta parte restante correspondía a la distancia que iba desde las cabezas de los usuarios hasta el techo. Personas de todas las razas, edades, aspecto y naciones se extendían ante los ojos de Raquel, los cuales no se abrieron más, acostumbrados a semejante y rutinario espectáculo.
Fue entonces cuando ocurrió. Fue entonces cuando su mirada se vio irresistiblemente atraída hacia Él. Él se encontraba sentado, leyendo un libro titulado ‘Slaughterhouse-five’, de Kurt Vonnegut. La hermosa sonrisa que de vez en cuando acudía al rostro de Él, le hizo suponer a Raquel que posiblemente se tratase de un libro de humor, aunque ella desconocía totalmente al autor. Sus pensamientos, que se habían desviado medio microsegundo, volvieron a centrarse en la contemplación de Él. Era hermoso, no cabía duda, un mulato de rasgos finos, con rastas y fina barba a lo Marley, aunque vestía de impecable traje gris. Sus hermosos ojos verdes, que brillaban con deleite ante la lectura, notaron que otros ojos los estaban observando. Él desvió la mirada hacia Raquel. Esa fue la primera vez que se contemplaron el uno al otro, en medio de aquel traqueteante mar de gentes.
Pero, ah, las miradas que se regalaron mutuamente no fueron del todo placenteras. Ella le miró con la curiosidad sana y normal de quien observa un espécimen digno de exploración ocular meramente científica. Sin embargo, en la mirada de Él Raquel pudo notar un cierto regusto predador, un aire felino en sus ojos verdes, examinadores, a caballo entre el deseo sexual y la caza de presas para consumo propio.
No sin descanso, al cabo de tres paradas seguidas de incesante escrutinio, Raquel se bajó en Avenida de América, dispuesta a cambiarse a la línea 7, rumbo a su casa próxima a la estación de Antonio Machado. No pudo, sin embargo, reprimirse, y girando su hermoso cuello de cisne (surcado, aquella tarde, por tres apasionados chupetones lilas), volvió a mirar el rostro de Él, el cual disimulaba, haciendo que leía su libro. Su sonrisa intranquila mostraba que sabía que ella le estaba observando, pero parecía decidido a no caer en el juego, ¡después de que, con todo el descaro del mundo, se había dedicado más durante más de diez minutos a observar a Raquel!
De pronto, Él alzó los ojos. Se cruzaron con los de ella. Raquel salió corriendo.
Cayetano Gea Martín
4 comentarios:
A pesar de que odio el metro... esta historia pienso seguir leyéndola, ea!
Esos malditos túneles en este relato quedan obviados por el verde... jeje.
Besosssssss, caye!
¿Que odias el metro? ¿Cómo es posible? Con su maravilloso olor, su limpieza, su fauna variopinta...
Mañana cuelgo la segunda parte, promise...
PD: ¿Qué tal por la tierra de la sidrinha?
Bessoss tuneladores!!!
Porfa, pon la continuaciónnnnnnnnn
Me ha gustado muchísimo :))))
Besos*
Muxas gracias, Dalia! Ahora mismo, la segunda parte
Besotes
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