miércoles, mayo 03, 2006

El cerebro de Dios (experimento hipertextual, hoy juego), décima entrega.

12.Milton.

Mientras camina por las calles de M., Rómulo observa un coche avanzando por la calzada que se frena ante un semáforo en rojo, contempla a un niño dando patadas a un balón, que rebota una y otra vez sobre la pared de un edificio, percibe el olor aromático del romero, que procede de un jardín cercano, escucha la algarabía incesante de numerosos niños que salen de un colegio al otro lado de la calle. La racionalidad de Rómulo no le permite excluir la causalidad de su percepción del mundo. Sólo existe una posibilidad, que es doble, de que tal condición no fuese posible:
1) Pudiera ser que, como tal vez ocurriese con el Libro, todo estuviese escrito de antemano. En ese caso, la existencia de la causalidad tal vez no pudiera obviarse, pero carecería de valor alguno para explicar el mundo.
2) Es probable que todo estuviese predeterminado de modo que la causalidad nos permitiese tener conciencia del mundo, comprenderlo. Es posible que todo estuviese diseñado para que percibiésemos la causalidad aunque ésta no existiese.
3) (pensamiento encadenado de Rómulo que no se había previsto de forma inmediata) Es posible excluir la condición previa de que todo esté predeterminado. Es más, puede que nada esté predeterminado. Eso no modificaría el hecho de que un dios como el de Malebranche, que es la causalidad verdadera, obrase siempre del mismo modo en el estado intermedio entre dos actos conocidos.

Estas reflexiones, piensa Rómulo, no conducen a nada. Su percepción de la causalidad sigue siendo clara. Tal vez exista la remota posibilidad de que un dios jugador se decida algún día a modificar las normas, a no permitir que un objeto caiga cuando se lance al suelo. Mientras tal cosa no ocurra, toda disertación al respecto es estéril y podría ser refutada. La forma más gráfica es aquella que relató Borges: un budista le explica a un soldado inglés que no existe la causalidad, que el mundo material es sólo una ilusión y un hombre es muchos hombres en la corriente de la vida. El soldado inglés le propina un puñetazo al monje, que se levanta, reprochando el acto al soldado. Este último le responde de forma elocuente que la causalidad no existe, que quién le propinó el puñetazo fue otro hombre, y otro hombre fue el que lo recibió.

¿Abrimos el cartapacio? No nos equivocaremos al hacerlo:.
Casualidad y causalidad se confunden fácilmente porque sus efectos se encuentran imbricados. Son sólo engranajes de una misma maquinaria. La casualidad puede ser parte de la causalidad, o puede que la causalidad no sea más que una casualidad. ¿Cómo revocar entonces este sentimiento opresivo de certeza de que el sentido de la vida es un sinsentido?

La poesía ha hecho de Milton su causa. Él es, ante todo, poeta, Milton, el perseguidor de los versos absolutos. Colecciona primeros versos de poemas. Le asustan las conclusiones, los finales, la muerte del poema. El poema es la metáfora más perfecta de la vida y los primeros versos constituyen el acto de génesis de ésta. La conclusión de los poemas es la destrucción, el apagamiento de todo ser: en el poema, del microcosmos que él mismo crea; en la vida, de toda conciencia del Universo.

La escalera del edificio es vetusta. La madera agrietada de, antaño pinos erguidos, sirve ahora a los usos del hombre, que vilipendia a la naturaleza en cada tala. Silencio, la tierra va a dar a luz un árbol. Rómulo agudiza el oído: ahí está, sí, naciendo, silencioso , erguido ya, leve aún, sobrevivirá al tiempo, a la historia, al hombre.
La puerta del ático de Milton es un muro. Milton podría ser Cernuda en su juventud: apocado, sensible, frágil, desdichado, enamorado siempre, desengañado siempre, incontables deseos insatisfechos en esa realidad vil, real realidad. Milton dice ser, como Cernuda, un hombre gris que avanza por la calle de nieblas, que no lo sospecha nadie, que es un cuerpo vacío. Dice ser vacío como pampa, como mar, como viento, desiertos tan amargos bajo un cielo implacable. Milton está solo, se sabe solo, se siente solo. Vive solo y morirá solo y es que quiere quedar/seguir siguiendo,/subir, a contramuerte, hasta lo eterno. Todos los hombres viven y mueren solos, huyendo en el río del tiempo que arrastra a la vida, corriente finita de subjetividad presente, que trascurre sabiendo nada más que vivir es estar a solas con la muerte. Milton ha andado muchos caminos, ha abierto muchas veredas, aunque sabe que tales caminos, lo son sólo sobre la mar..., Milton es poeta, poeta de amargura, de lágrimas sin derramar aún sobre su desconsolada mejilla pálida, que ansía caricias, que las rechaza, que vive como barco a la deriva y tan sólo mostrará sus luces cuando sea despojado de su sombra allá en la profunda obscuridad de la tierra, al contrario de aquel que cantó a la muerte: cae el último abismo de silencio/ como el barco que se hunde apagando sus luces. Milton rechaza dádivas del porvenir. Se sumerge entre los despojos del presente real, de este presente de vida, que languidece exhausto, mas firme aún. Milton rechaza la vida sin vida que ofertan los dioses y es la muerte el viaje al olvido del olvido, a la vida sin olor de jazmín, a la vida sin el canto del ruiseñor, al paraíso sin el paraíso del triste sonido de dos cuerpos que se aman. Milton mora entre las ruinas de la humanidad. Habitaría entre ellas como quien se ahoga, en un presente eterno e inmortal, evitando así temer aquellos versos:...Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros/ cantando;/ y se quedará mi huerto, con su verde árbol,/ y con su pozo blanco. La muerte despoja al hombre de su sombra, su única compañía fiel, su verdadero presente en el espejo de los objetos y de la tierra. Sombras que pinta Konsgrüen, que esparce sobre el lienzo reflejando una humanidad desdibujada, lienzo que es tenebrosa caverna de Platón, iluminada por los ojos de quien la observa y que tan sólo osa observar las sombras, para no enfrentarse a la verdad del hombre, a su eterna ruina.
Milton rompe el muro y el lector se adentra en el infierno edénico del poeta de lágrimas. El ámbar rebosa en dos copas excesivas, los libros esparcidos por el suelo se ofrecen sin pudor al visitante y la música, Blue train, salpica la habitación como un perfume. Se acomodan, Rómulo en un sillón verde que invita a leer cuentos dentro de otros cuentos, Milton en una banqueta desvencijada e inestable. Milton abre ventanas con su voz, y crea objetos con las palabras, deidad poética es Milton, mito cada palabra pronunciada, héroe de versos inefables aún.
-¿Hallaste a Edilberto Grete?- inquiere el héroe lector al héroe poeta.
-Hallé sus versos. Edilberto Grete se quedó tras ellos.
-Tú siempre buscando a Dios entre la niebla.
-Dios es la niebla, Rómulo. Edilberto escribió para ocultarse y esperar la muerte serena. Nunca fue poesía, tan sólo fue poeta. Otro fracaso más ¿Cuántos más habrán de llegar? Tan sólo quiero leer a Dios en verso, sentirme inmerso en un poema de luz, sentir el rocío cuando es el rocío lo descrito, padecer el dolor y abrazar la felicidad de glosas tristes y radiantes.
-El placer es tan sólo un recuerdo del primer placer. Sólo existe un placer...El dolor es tan sólo el recuerdo del primer dolor. Sólo existe un dolor...Nosotros somos tan sólo un recuerdo de nosotros mismos, más inocentes y más sabios. Edilberto es un escritor sin memoria de su vida. Eso frustra sus versos.
-¿Lo leíste entonces?
-Hace tiempo ya, en una biblioteca salvadoreña. Fue el propio Edilberto quien me mostró sus poemas.
-¿Y me hiciste perder el tiempo buscando sus poemas cuándo tú sabías dónde encontrarlos? Ya comprendo. Otra lección de poesía.
-Puedo encontrar cualquier libro que puedas imaginar. Quería mostrarte que la búsqueda de un libro a veces es como la búsqueda de un poema. Pero terminarás por hallar los versos absolutos. Yo los leí una vez. No volví a escribir una sola línea. Nada se puede escribir ya que no contengan esos versos. No los leas si crees poder crear algo de valor. Léelos si no pretendes crear versos que te sobrevivan.

Descubrimos en el cartapacio algunas declaraciones recogidas por Rómulo de algunos de sus amigos:
Milton: Intento, con mis palabras, trascender el mundo de las palabras y adentrarme en el de las imágenes, en el de los arquetipos, que no haya obstáculos a mi expresión. Anhelo transmitir la Idea pura, la sensación, sin el eufemismo de la palabra, sin la simbología que impone el lenguaje, el sentimiento descarnado, singular. Acaso no sea otra cosa que hacer a los demás partícipes de la verdad, que es la esencia de todo objeto y todo acto. Acaso no encuentre otra forma de mostrarlo que viviendo.

El ámbar corre por la garganta del héroe poeta, abrasando entrañas, regando con fuego las semillas de la intuición, que germinan buscando la Idea, rugiendo en su interior ¡Vamos!¡En pie!¡Surge!¡Escucha!/¡Escucha!¡Despierta! Rompe tus cadenas: sé. Y la Idea, presta, implacable, emerge del saco infinito, del caos, toma cuerpo y se desvanece en palabras que jamás podrán emular esa naturaleza mental, extraída por el ámbar y surgida del caos.
-Tú ya relegaste a lo imposible la tarea de hallar esas palabras que te sobrevivan.- héroe poeta a héroe lector-, siempre perdido en esa nada tuya de la que no te evadirás.
El sillón acoge con crujidos pasionales la inquietud del héroe lector, héroe de la nada, paradoja del lector, que debería sentirse cómodo en un mundo infinito de lecturas inagotables, en ese infinito de Aristóteles que no es aquel tras el cual no hay nada, sino tras el cual siempre hay algo más. La música, Into the lens, hiende el aire. La Idea se gesta.
-Podemos iniciar la conversación cíclica, pero te advierto que regresaremos siempre al punto de partida. La única posibilidad de creación es la nada, al menos desde nuestra perspectiva causal de la naturaleza. Es por eso que debe existir un inicio para todo. La obra se gesta desde la ignorancia, desde la extrema inocencia. Crear desde el infinito es tan sólo combinar de forma inédita, jugar con el orden de los elementos, tierra por aire, aire por fuego, fuego por agua, y por cuarzo, y por mica y por feldespato.
-El concepto de la nada, Rómulo, es tan abstracto como el del infinito. Elegir un extremo u otro para crear no alterará el resultado, ya sea el poema, el cuadro o la novela en cuestión, pues son tan sólo medios diferentes para alcanzar la misma solución. Crear es luchar cuerpo a cuerpo con la muerte, al borde del abismo. Y me es igual que la solución provenga del infinito o de la nada. La cuestión es vencer a la muerte. ¿Cómo? Tomando la palabra de los que temen. La poesía no es sino hablar con la voz de los que callan. Sin embargo, sería extraordinario no escribir una sola palabra y que todos entendieran...
-Que la vida es sueño y los sueños, sueños son, Milton, Rómulo, tú y yo. Escúchame ahora Milton, pues he de contarte lo que me ha ocurrido hoy.
Y Rómulo crea con la palabra imágenes en Milton, cuya lírica se detiene un momento a inspirar perfumes nuevos, A foggy day, Punta umbría, y se siente arrastrar por la narración de Rómulo, que no se detiene, que indaga las causas que le han conducido hasta la situación que ahora vive, mientras la luz reverbera sobre las copas ahítas de vacío. Milton es capaz de ver el Libro, a Emery Blanchard y a Severo Martínez. Rómulo se sabe trasgrediendo una de las normas impuestas. No le da importancia. Ellos no le comunicaron que fueran a seguirle.
-Sospecho que Emery Blanchard ha alcanzado los versos absolutos y tal vez algo más que eso- héroe poeta a héroe lector.
-Tuve esa sensación desde que tuve el libro entre mis manos.
-¿Lo tienes ahí?
-Claro.
Rómulo extrae el libro del bolsillo de la chaqueta y se lo muestra a Milton. Cuando éste va a tomarlo entre sus manos a Rómulo se le ocurre la siguiente idea. Si se lo diese a Milton, ¿aparecería de nuevo el libro en blanco? El temor a esa respuesta en Rómulo es monstruoso. No se siente capaz de comprobar la respuesta.
-No lo abras, por favor.

Demasiado tarde. Milton ha abierto el libro.

Pedro Garrido Vega.

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