Cuando Dino Buzzati (1906-1972) escribió El desierto de los tártaros, poco se podía imaginar que se convertiría en su novela más afamada.
Este inquieto autor italiano, oriundo de Belluno, había publicado dos novelas cortas anteriormente (Bàrnabo delle montagne y Il segreto del Bosco Vecchio), pero sólo a raíz de la publicación en 1940 del presente libro alcanzó su nombre fama y talla mundial.
Autor poco conocido en España por el público general, en Italia y en el resto de Europa es una figura clave de nuestro pasado siglo, siendo sus máximas la calidad literaria de sus textos, los permanentes trasfondos de preocupación (evocados mediante largas esperas y pesimismo), la intachable ética y el lenguaje de prosa poética que desarrolla siempre admirablemente.
Recuerdo que me acerqué a El desierto de los tártaros porque éste aparecía como uno de los libros recomendados en la Biblioteca personal de Borges, donde el genio argentino se deshacía en halagos hacia el autor y su obra. También recuerdo como dicho libro acaparó toda mi atención desde la primera página, desde el primer párrafo:
"Nombrado oficial, Giovanni Drogo partió una mañana de septiembre de la ciudad para dirigirse a la fortaleza Bastiani, su primer destino".
La imagen, pues, no puede ser más impactante: Un joven oficial destinado a una fortaleza fronteriza fea y deprimente, perdida en lo más alto de las montañas. Detrás de ésta y de la cordillera, se extiende el desierto de los tártaros, cuya incierta amenaza paraliza la vida de los habitantes de la fortaleza, siempre a la espera (durante décadas) de que se produzca aquello que daría sentido a su permanencia allí: un ataque por parte de los tártaros, una eterna calma antes de la tormenta.
Desde aquí, contemplaremos fascinados a la larga espera que sumirá a Drogo en una resignación progresiva, en una frustración ante lo abandonado, el tiempo perdido, los inocuos intentos de carpe diem y el incierto porvenir. Mientras, Drogo desplegará para nosotros una serie de terribles enseñanzas sobre la vida, la libertad, la existencia, el paso de los años y el ir aceptando nuestros propios barrotes, nuestros sueños perdidos.
Existen múltiples ediciones del libro. Las dos más conocidas son la que ofrece Gadir (18 €), y la de Alianza Editorial (7 €), en formato bolsillo. La edición de Gadir, aunque bastante más cara, es en formato de tapa dura y cuenta, cómo no, con un imprescindible prólogo de Borges.
Y para terminar, transcribo aquí este fragmento que para mí resume el estilo literario del autor italiano. Leedlo con atención y saboread cada palabra:
"Tendido en el camastro, fuera del halo de la lámpara de petróleo, mientras fantaseaba sobre su propia vida, a Giovanni Drogo le asaltó repentinamente el sueño. Y mientras tanto, precisamente esa noche (oh, si lo hubiera sabido, quizá no habría tenido ganas de dormir), precisamente esa noche comenzaba para él la irreparable fuga del tiempo.
Hasta entonces había avanzado por la despreocupada edad de la primera juventud, un camino que de niño parece infinito, por el que los años transcurren lentos y con paso ligero, de modo que nadie nota su marcha".
Este inquieto autor italiano, oriundo de Belluno, había publicado dos novelas cortas anteriormente (Bàrnabo delle montagne y Il segreto del Bosco Vecchio), pero sólo a raíz de la publicación en 1940 del presente libro alcanzó su nombre fama y talla mundial.
Autor poco conocido en España por el público general, en Italia y en el resto de Europa es una figura clave de nuestro pasado siglo, siendo sus máximas la calidad literaria de sus textos, los permanentes trasfondos de preocupación (evocados mediante largas esperas y pesimismo), la intachable ética y el lenguaje de prosa poética que desarrolla siempre admirablemente.
Recuerdo que me acerqué a El desierto de los tártaros porque éste aparecía como uno de los libros recomendados en la Biblioteca personal de Borges, donde el genio argentino se deshacía en halagos hacia el autor y su obra. También recuerdo como dicho libro acaparó toda mi atención desde la primera página, desde el primer párrafo:
"Nombrado oficial, Giovanni Drogo partió una mañana de septiembre de la ciudad para dirigirse a la fortaleza Bastiani, su primer destino".
La imagen, pues, no puede ser más impactante: Un joven oficial destinado a una fortaleza fronteriza fea y deprimente, perdida en lo más alto de las montañas. Detrás de ésta y de la cordillera, se extiende el desierto de los tártaros, cuya incierta amenaza paraliza la vida de los habitantes de la fortaleza, siempre a la espera (durante décadas) de que se produzca aquello que daría sentido a su permanencia allí: un ataque por parte de los tártaros, una eterna calma antes de la tormenta.
Desde aquí, contemplaremos fascinados a la larga espera que sumirá a Drogo en una resignación progresiva, en una frustración ante lo abandonado, el tiempo perdido, los inocuos intentos de carpe diem y el incierto porvenir. Mientras, Drogo desplegará para nosotros una serie de terribles enseñanzas sobre la vida, la libertad, la existencia, el paso de los años y el ir aceptando nuestros propios barrotes, nuestros sueños perdidos.
Existen múltiples ediciones del libro. Las dos más conocidas son la que ofrece Gadir (18 €), y la de Alianza Editorial (7 €), en formato bolsillo. La edición de Gadir, aunque bastante más cara, es en formato de tapa dura y cuenta, cómo no, con un imprescindible prólogo de Borges.
Y para terminar, transcribo aquí este fragmento que para mí resume el estilo literario del autor italiano. Leedlo con atención y saboread cada palabra:
"Tendido en el camastro, fuera del halo de la lámpara de petróleo, mientras fantaseaba sobre su propia vida, a Giovanni Drogo le asaltó repentinamente el sueño. Y mientras tanto, precisamente esa noche (oh, si lo hubiera sabido, quizá no habría tenido ganas de dormir), precisamente esa noche comenzaba para él la irreparable fuga del tiempo.
Hasta entonces había avanzado por la despreocupada edad de la primera juventud, un camino que de niño parece infinito, por el que los años transcurren lentos y con paso ligero, de modo que nadie nota su marcha".
Cayetano Gea Martín
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