Como empecé a comentar antes, tres fueron los factores iniciantes de mi demencia. El primero, como queda dicho, fue contemplar cómo, aparte de Manuel, sus amigos y yo, el resto de los parroquianos, incluida la rolliza dueña del local, se encontraban muertos y secos como si el tiempo hubiera transcurrido mil años sólo para ellos. Lo segundo que pude constatar fue que el local entero parecía sangrar. Las paredes latían y habían adquirido una tonalidad translúcida que permitía observar riachuelos de sangre subiendo y bajando, y derramándose por el suelo. Grotescos racimos de enormes costillares, calaveras no del todo humanas, extrañas formaciones coralinas purpúreas y grandes porciones de intestinos servían de demoníaca decoración.
Aquel segundo factor, por sí solo, ya hubiera bastado para convertirme en la criatura babeante y de esfínteres sueltos que soy ahora, pero lo tercero que mis malditos ojos vieron impedirá que vuelva a caminar entre los hombres en algún lejano día.
Debido a la imagen grotesca de cuadro de El Bosco que se desarrollaba ante mí, decidí fijar mi atención en algo cotidiano, en algo sencillo. Por ello, contemplé esperanzado el paisaje que, supuse, se desarrollaría en el exterior del bar, en el trabajador barrio del Poble Sec, donde, según mi madre (biógrafa no oficial), había transcurrido la juventud de Joan Manuel Serrat. Dudo que dicho cantautor hubiera reconocido lo que se veía desde la ventana.
Me resulta imposible describir en todo su horror y magnificencia lo que se extendía ante mis ojos. Cualquier intento sería en vano, no obstante, y para el buen entendimiento de la historia (aunque está claro que el narrador de la misma, es decir, yo, hace tiempo que perdió el hilo de la misma), puedo decir que fuera del bar se extendía una zona infinita de tierras baldías rugientes de fuego, fuego que surgía por las numerosas grietas de aquel paisaje desolado, llenando el cielo de rojo fulgor y de negra y espesa humareda. Por aquella superficie, reptaban las más horribles criaturas fruto de la mente más depravada. Ni Lovecraft, en toda su horrenda imaginación, hubiera concebido tamaño tabernáculo del caos: gigantescos escarabajos corináceos de más de siete metros de altura creaban su redondo alimento a base de putrefactos fragmentos humanos; ejércitos de rojos diablos alados combatían contra translúcidos dragones; espantosas figuras semihumanas se arrastraban por el suelo, dejando tras de sí nauseabundos regueros de baba blanca cubierta de inmundos gusanos de doble cabeza; criaturas reptilianas de todo tamaño y composición corrían desaforadamente de un lado a otro, cazándose, devorándose, penetrándose; rostros de gente que antaño conocí flotaban en el aire y proferían a gritos mil y un reproches contra mi persona; y, por debajo y por encima de todo y de todos, una sensación, un pensamiento, una inteligencia maligna traspasaba mi alma y me llevaba a la desesperación más absoluta que jamás conociera hombre alguno.
Ahora debo detenerme… Imposible continuar por hoy… Mañana quizá…
Cayetano Gea Martín
4 comentarios:
Esto tiene mu mala pinta. Estoy deseando ver que otros desvaríos se te ocurren pa continuar en el infierno que has creado, o salir de él. A ver cómo continúas la historia... espero que le hayas buscado un final no del todo desalentador.
Un besin.
Buf...
En menudo jaleo me he metido...
Pero todo sigue un plan maestro, jejje...
Un besote
para completar lo del Bosco faltarìa que ademàs de los esfìnteres sueltos tuvieras priapismo
ahhhhhhhhhhhhhh! no sabes què quiere decir?
jur jur jur
Mariel, no seas boluda y no me hablés en argentario que me pierdo más que un cura en una discoteca, jur, jur...
¡Pedrooo! ¡Tenemos lectoras de más allá del charcooo! ¡Semos internasionales!
Besosososos para la discípula aventajada de Cortazar, jur, jur...
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