Escrito en diez malos minutos de resaca dominguera...
Con Babilonia destruida a sus pies, la risotada del Dios hebreo se podía oír por toda La Creación. Los Dioses Paganos temblaron en sus jaulas de oro y se abrazaban asustados. Conocían que su momento había pasado y que ya, salvo algún panteísta que otro, El Hombre sólo conocería a Uno, sólo amaría a Uno. Horrorizados, se resignaron no obstante a su destino de monos de feria para turistas en lugar de regidores de El Cosmos y de El Hombre. Pero que me condenen si les hizo puñetera gracia.
Te miro y te siento bajo mis brazos, bajo mi pecho, bajo mi sudor en movimiento, bajo mi pene que entona un cántico lunar.
Aquél hombre era malvado y disfrutaba contemplando el dolor ajeno. Cuando alguien le recriminaba, siempre decía: “Eh, ¿y quién no?”.
Y te perdí. Te perdí envuelta por tu sonrisa descocada de felina. Allá te vas, en busca de otros brazos, de otro hombre. ¿Lástima por mí? No, mi amor, por tí. Tu eterna búsqueda no tiene fin, pobre condenada a vagar por el mar, pero a no atracar en ningún puerto.
Sufro y no hay forma de parar ni de controlar el daño que anido en mí. Te odio, vida mía. Si no te odiara tanto te seguiría amando.
Arrodillarme ante ti es lo que me produce mayor placer en la vida. Besar tu espuma, beber de tu fuente, jugar con mi lengua en ti mientras culebreas de placer, mientras oscilas tus caderas, tus caderas que, aunque disfrutan, se cimbrean deseosas de más.
Abomino de tí. No me sirves, no estás bajo el dominio de mi inteligencia ni me aportas nada, apenas un destello fugaz más allá de Orión. Resultas perjudicial para mí. Tu encumbrada ignorancia convencerá a otros vanos, a otros simples, a otros capaces de confundir un prospecto médico con literatura. Abomino de ti, Código Da Vinci de los cojones.
Gracias al influjo de un mal amigo, me veo poseído por el mal de las espirales. En mis sueños, el humo de las cenizas de mis ancestros se eleva hacia el cielo formando espirales eternas. ¡Misteriosas espirales! Me provoca dolor de cabeza y malestar no hallar nunca su centro, su final.
Te miro y te siento bajo mis brazos, bajo mi pecho, bajo mi sudor en movimiento, bajo mi pene que entona un cántico lunar.
Aquél hombre era malvado y disfrutaba contemplando el dolor ajeno. Cuando alguien le recriminaba, siempre decía: “Eh, ¿y quién no?”.
Y te perdí. Te perdí envuelta por tu sonrisa descocada de felina. Allá te vas, en busca de otros brazos, de otro hombre. ¿Lástima por mí? No, mi amor, por tí. Tu eterna búsqueda no tiene fin, pobre condenada a vagar por el mar, pero a no atracar en ningún puerto.
Sufro y no hay forma de parar ni de controlar el daño que anido en mí. Te odio, vida mía. Si no te odiara tanto te seguiría amando.
Arrodillarme ante ti es lo que me produce mayor placer en la vida. Besar tu espuma, beber de tu fuente, jugar con mi lengua en ti mientras culebreas de placer, mientras oscilas tus caderas, tus caderas que, aunque disfrutan, se cimbrean deseosas de más.
Abomino de tí. No me sirves, no estás bajo el dominio de mi inteligencia ni me aportas nada, apenas un destello fugaz más allá de Orión. Resultas perjudicial para mí. Tu encumbrada ignorancia convencerá a otros vanos, a otros simples, a otros capaces de confundir un prospecto médico con literatura. Abomino de ti, Código Da Vinci de los cojones.
Gracias al influjo de un mal amigo, me veo poseído por el mal de las espirales. En mis sueños, el humo de las cenizas de mis ancestros se eleva hacia el cielo formando espirales eternas. ¡Misteriosas espirales! Me provoca dolor de cabeza y malestar no hallar nunca su centro, su final.
Cayetano Gea Martín
2 comentarios:
Amigo... que extraño post... quien es ella?
Escribes cada parrafo con un estado de animo diferente, es increible... no sabes.. resultaría dificil de leer si no fueras vos quien lo escribiera..
Bien hecho amigo...
Locuras de juventud, nada más, je, je...
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