Creía en el principio antrópico fuerte, ese que dice que el hecho de que diversas constantes que aparecen en el universo han permitido que las estrellas, los planetas y nosotros estemos aquí para pensar sobre ello. Pensaba que eso era prueba ineludible de la existencia de Dios.
El otro creía en el principio de la génesis de Dios a partir de las constantes de la naturaleza,. Algo anterior a Dios mismo. Él no negaba la existencia de Dios en absoluto, simplemente pensaba que esas constantes eran anteriores a Dios que habrían permitido la existencia de este y, de paso, la de unos humanos que de algún modo pensasen en él, pero como algo inerte, ajeno y sujeto a las mismas condiciones físicas que él. De algún modo las constantes, siempre juguetonas (pero nunca con mala idea) habían creado la religión.
El otro creía en el principio de la génesis de Dios a partir de las constantes de la naturaleza,. Algo anterior a Dios mismo. Él no negaba la existencia de Dios en absoluto, simplemente pensaba que esas constantes eran anteriores a Dios que habrían permitido la existencia de este y, de paso, la de unos humanos que de algún modo pensasen en él, pero como algo inerte, ajeno y sujeto a las mismas condiciones físicas que él. De algún modo las constantes, siempre juguetonas (pero nunca con mala idea) habían creado la religión.
El otro pensó que todo daba igual, que pensar en el universo, las estrellas o nosotros mismos no nos llevaba a ninguna parte. Se fue al bar y se tomó un buen pincho de tortilla con una cerveza fresquita, su religión diaria.
3 comentarios:
No sé... Me parecen los tres igual de sabios (o de ignorantes), aunque, epicúreo, me quedaría con la tercera opción, a título personal: es la única que tiene una aplicación inmediata en el mundo real...
Donde esté un pincho de tortilla con una cerveza...
Eso es loo que pretendía, el ahí y ahora.
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