La trama, defendida por los escritores anglosajones del XIX (y por muchos del XX), nunca ha sido algo que haya buscado premeditadamente en mis lecturas. Tanto es así que creo que más bien me he alejado de ella para buscar nuevos motivos y estilos en la literatura. Y posiblemente son los libros sin trama algunos de los que más he disfrutado: La vida, instrucciones de uso, de Perec, Rayuela, de Cortázar, Impresiones de África, de Roussel, algunos de los libros de Pavic, algunos de los de Bolaño, alguno de Vila-Matas, la mayoría de Fresán o el único de Alberto Ávila Salazar.
Por fin, este pasado fin de semana he encontrado un argumento interesante en contra de la trama en las novelas que, por supuesto, no es mío sino del genial Kurt Vonnegut y del que se hace eco Vila-Matas en un artículo en El País. Decía Vonnegut que las tramas eran en realidad sólo unas cuantas y no era necesario darles demasiada importancia, bastaba con incorporar – casi al azar- una cualquiera de ellas al libro que estuviéramos escribiendo y de esta forma disponer de más tiempo para la forja de lo que realmente habría de importarnos: el estilo. ¿Y cuáles eran esas tramas? Vonnegut se las sabía de memoria, tenía una lista muy perecquiana: "Alguien se mete en un lío y luego se sale de él; alguien pierde algo y lo recupera; alguien es víctima de una injusticia y se venga; el caso conmovedor de Cenicienta; alguien empieza a ir cuesta abajo y así continúa; dos se enamoran, y mucha otra gente se entromete; una persona virtuosa es acusada falsamente de haber pecado o de haber cometido un crimen; una persona se enfrenta a un desafío con valentía, y tiene éxito o fracasa; alguien inicia una investigación para conocer la verdad de un asunto...".
Seguiré creyendo pues que es posible una historia sin trama, que las tramas ya se desarrollan en la vida real y que lo que yo quiero es arte, una forma nueva de contar historias.
sábado, mayo 31, 2008
miércoles, mayo 28, 2008
¿Sin sentido?
Sin sentido parece todo a veces… O quizá si lo tenga. Juzguen ustedes mismos…
Todo comenzó cuando la nueva señora de la limpieza llegó a mi casa. Era una chica rumana, bastante atractiva, que venía con recomendación. También desempeñaba su trabajo en la casa de un amigo mío y, según él, lo hacía de manera más que eficiente. Aún pienso si mi amigo me gastó una broma de mal y extraño gusto.
Nada más llegó a mi casa, comencé a explicarle cómo quería que se hicieran las cosas, pero ella, tajante, me cortó. Me dijo que no tenía yo por qué decirle cómo hacer su trabajo. Es más, me advirtió que sus métodos de limpieza no eran demasiados convencionales, pero que el resultado era siempre sobresaliente. “Bueno, por probar no se pierde nada”, pensé yo, así que me fui a trabajar diciéndola que lo dejaba todo en sus manos.
Por la noche, al término de la jornada, me encontré con el apartamento reluciente como jamás lo había visto antes. Todo estaba limpio. Absolutamente todo. En vano traté de buscar algún rincón sucio. Nada. Las cortinas, las ventanas, el suelo, la terraza… Hasta me atrevería decir que el techo había sido limpiado concienzudamente. Me fui a dormir maravillado, en una casa que casi no reconocía.
A la mañana siguiente, ella volvió. Le pagué el doble de lo estipulado, lo que rechazó. -No lo hago por dinero,- me dijo, -es que no soporto la suciedad.
Durante un mes duró aquel milagro. Ella venía tres veces en semana y la casa parecía brillar cada vez más. Incluso planchaba toda la ropa, hacía comidas y ordenaba escrupulosamente bien mis papeles. Aquello no tenía sentido. Era imposible que le diera tiempo a todo en apenas cuatro horas. Así que decidí espiarla al día siguiente. Mala decisión.
Me despedí de ella y salí de casa, pero volví a entrar por el garaje. Pensé que si me descubría le diría que me había olvidado de algo. Lo primero que me abordó al subir las escaleras fue un ruido infernal, incomprensiblemente alto. Pero nada comparado con la escena que, en breves instantes, mis ojos devorarían sin poder evitarlo.
Entré en la cocina con sumo cuidado y me di de bruces con un enano calvo que fumaba un puro más grande que él mientras se afanaba limpiando la vitrocerámica. Sus manos se movían tan rápido que no se veían. Amplié un poco mi radio de visión y pude constatar que no era sólo uno, si no cientos o miles los que hollaban mi casa, y cada uno de ellos entregado con absoluta devoción y a velocidad de vértigo a una tarea doméstica concreta. No daba crédito a lo que veía. El humo de sus puros formaba volutas multicolor de dulce aroma que se desparramaban por toda la casa. Pude observar, casi desmayado de la impresionante escena, que dicha humareda se desplazaba con voluntad propia, lamía las paredes y las dejaba impolutas. Entraba por mis pulmones y perfumaba mi aliento con esencia de caléndulas. Me desplomé en el suelo y me desvanecí, no sin antes ver por el rabillo del ojo cómo ella, totalmente desnuda, invocaba más y más duendes con la punta de sus dedos. Sus uñas expelían el humo y éste se condensaba hasta adquirir la forma de los innumerables enanos.
Me desperté en un hospital cualquiera, bajo la atenta mirada de mi madre. El médico vino y la acompañó hasta la puerta. A solas me hizo saber que no sólo gozaba de buena salud, si no que tenía la constitución de un atleta profesional. -Su corazón,- me dijo, -es el más sano que jamás he visto en mis treinta años de profesión. Pero lo que más me sorprende es cómo diablos se explica el hecho de que no tenga usted ni el más leve rastro de microorganismos perniciosos en su cuerpo.
Cayetano Gea Martín
lunes, mayo 26, 2008
Sing of the times
Un enjambre carmesí de copas de vino
Corre por mi joven sangre de buey.
A sign of the times, you know?
Los placeres propios de un rey.
Creo en la sabiduría del exceso,
As held the immortal Mr. Blake.
¿Qué es más mortal que un beso?
¿Qué es mejor que el placer carnal?
I lustily adore the useless face-off!
Odio la calma y amo el carnaval
Que crece a orillas del bosque,
But I don’t wanna feel like an animal.
Pero hay veces en que el orbe
Me obliga, triste, a medrar hoy,
Like a flourish and unborn spring.
Pero estos caminos por los que voy,
Y que a veces parecen no tener fin,
Lead me to an inglorious coy!
Corre por mi joven sangre de buey.
A sign of the times, you know?
Los placeres propios de un rey.
Creo en la sabiduría del exceso,
As held the immortal Mr. Blake.
¿Qué es más mortal que un beso?
¿Qué es mejor que el placer carnal?
I lustily adore the useless face-off!
Odio la calma y amo el carnaval
Que crece a orillas del bosque,
But I don’t wanna feel like an animal.
Pero hay veces en que el orbe
Me obliga, triste, a medrar hoy,
Like a flourish and unborn spring.
Pero estos caminos por los que voy,
Y que a veces parecen no tener fin,
Lead me to an inglorious coy!
Cayetano Gea Martín
miércoles, mayo 21, 2008
Reflexión (no propia)
¡Buenas tardes para todas y todos!
Hoy, releyendo el libro de Juan Eslava Galán, Historia de España contada para escépticos, me encontrado una reflexión sobre la conquista de América que me gustaría compartir con vuesas mercedes, para que me digáis si estáis de acuerdo o no. Ela aquí:
“Todavía existen historiadores que se preguntan si fue positiva o perniciosa la labor de España en América. Antes de entonar meas culpas que nadie ha pedido hay que considerar que no se puede juzgar con criterios modernos el comportamiento de unos hombres de mentalidad y principios muy distintos a los nuestros. Ni podemos medir con el mismo rasero a los españoles del siglo XVI y a los colonos ingleses del siglo XIX que exterminaron sistemáticamente al indio americano, al piel roja, al de las películas de John Wayne. La diferencia estriba quizá en la mentalidad racista de los anglosajones frente a la meramente mercantilista de los latinos. Los latinos del siglo XVI, nosotros, eran unos fanáticos ignorantes que todo lo cifraban en el derecho de conquista del guerrero valeroso, que gana honor y hacienda con las armas. Los anglosajones del siglo XIX eran hombres cultos, que habían pasado por el tamiz humanizador de la Ilustración y que se limitaban a transplantar su cultura a los nuevos territorios, anulando por completo al indígena. Españoles y portugueses produjeron de inmediato un mestizaje y una nueva comunidad cultural en el solar de las culturas indias. Los anglosajones han tardado más de dos siglos en comenzar tímidamente a producirlo, aunque, agotado por exterminio el filón indio, sólo les queda el negro para experimentar con él la bondad de sus sentimientos”.
Hoy, releyendo el libro de Juan Eslava Galán, Historia de España contada para escépticos, me encontrado una reflexión sobre la conquista de América que me gustaría compartir con vuesas mercedes, para que me digáis si estáis de acuerdo o no. Ela aquí:
“Todavía existen historiadores que se preguntan si fue positiva o perniciosa la labor de España en América. Antes de entonar meas culpas que nadie ha pedido hay que considerar que no se puede juzgar con criterios modernos el comportamiento de unos hombres de mentalidad y principios muy distintos a los nuestros. Ni podemos medir con el mismo rasero a los españoles del siglo XVI y a los colonos ingleses del siglo XIX que exterminaron sistemáticamente al indio americano, al piel roja, al de las películas de John Wayne. La diferencia estriba quizá en la mentalidad racista de los anglosajones frente a la meramente mercantilista de los latinos. Los latinos del siglo XVI, nosotros, eran unos fanáticos ignorantes que todo lo cifraban en el derecho de conquista del guerrero valeroso, que gana honor y hacienda con las armas. Los anglosajones del siglo XIX eran hombres cultos, que habían pasado por el tamiz humanizador de la Ilustración y que se limitaban a transplantar su cultura a los nuevos territorios, anulando por completo al indígena. Españoles y portugueses produjeron de inmediato un mestizaje y una nueva comunidad cultural en el solar de las culturas indias. Los anglosajones han tardado más de dos siglos en comenzar tímidamente a producirlo, aunque, agotado por exterminio el filón indio, sólo les queda el negro para experimentar con él la bondad de sus sentimientos”.
Cayetano Gea Martín
martes, mayo 20, 2008
La conforman (impía)
La gritona rubia teñida de agua nieve,
El niño cubano que juega con el balón,
Los viejos con palomas en el balcón,
Las estudiantes que aún no son mujeres.
El cansado pakistaní del top-manta,
Las Penélopes que no encuentras a Ulises,
Las estatuas de pedestales grises,
Marroquíes, orientales, carpantas.
Los borrachos que insultan al aire,
Los guiris que a su patria no retornan,
El oso extinto en su madroño.
Budistas, zahoríes, monjas y frailes;
Todos y más mi ciudad conforman.
Y en mi rostro comienza a llegar el otoño.
El niño cubano que juega con el balón,
Los viejos con palomas en el balcón,
Las estudiantes que aún no son mujeres.
El cansado pakistaní del top-manta,
Las Penélopes que no encuentras a Ulises,
Las estatuas de pedestales grises,
Marroquíes, orientales, carpantas.
Los borrachos que insultan al aire,
Los guiris que a su patria no retornan,
El oso extinto en su madroño.
Budistas, zahoríes, monjas y frailes;
Todos y más mi ciudad conforman.
Y en mi rostro comienza a llegar el otoño.
Cayetano Gea Martín
miércoles, mayo 14, 2008
Pedro y Laertes
Pedro desandaba el camino hacia su humilde casa de pueblo cuando, de súbito, el sátiro apareció en medio de la polvorienta senda. La criatura se encontraba en un estado deplorable, pudo constatar Pedro, iba haciendo eses y bebía cada cinco segundos de un cuerno lleno de vino que a cada sorbo se rellenaba mágicamente de nuevo. Además, las peludas patas de cabra deberían constituir un problema añadido a su ebriedad más que evidente.
-Buenos días, noble señor. -Abordó el aparecido fauno a un sorprendido Pedro. -Disculpe que interrumpa su noble andar por unos instantes, pero creo que usted podría serme de gran ayuda en cierta cuestión. Ante todo, educación, por Circe. Me llamo Laertes y soy algo así como un vecino suyo. Vivo en el bosque que rodea su hermosa aldea, en lo más alto de la copa del más alto de los árboles, jo, jo…
El sátiro llamado Laertes comenzó a cantar y a danzar. Pedro no sabía a ciencia cierta qué pensar de todo el asunto. Cierto era que conocía la existencia de tales criaturas, pero jamás en sus cuarenta años de vida se había topado con uno en persona. Y menos con uno borracho o que llevara colgando del cuello un extravagante trozo de tela.
Al final, se atrevió a decir: -Disculpe, em, señor.
-Dígame usted. Laertes para servirle a usted y a toda su reverenciada familia. -Respondió éste, aunque en su melopea sonó algo así como “Diggamusté. Lairtes pasevil-le a usté ya toa su revirinciá famla”.
-¿En qué puedo ayudarle? -Se ofreció Pedro.
-¡Oh, sí, discúlpeme usted! -Respondió Laertes. -Con tanto bailoteo se me había olvidado. Siempre me pasa lo mismo, hay que ver. Bueno, sólo quiero que me conteste, si es tan amable, a una sencilla pregunta. Una bobada, en realidad, una nadería, una mera fruslería, etc., etc.
-Si está en mi mano…
-Yo diría que sí, buen ciudadano. La pregunta preguntita preguntera es… ¡Tachán! ¿Cree usted en la magia? ¡No conteste ahora! ¡Después de la pausa publicitaria! Que no, que es broma, adelante, adelante.
-Bueno, no sé que responderle… Me gustaría creer que sí.
-¿Qué tipo de respuesta es esa? ¿Acaso es usted gallego, señor mío? Y en caso de que lo sea, no tendrá un poco de Alvariño, ¿verdad? Vamos, hombre, conteste bien…
-Bueno… sí, creo en ella.
-¡Así me gusta! ¡Con seguridad y aplomo! Y ahora digo yo, ¿y en los Bonos del Estado? ¿Cree usted también en ellos? Le advierto que es la mejor inversión que puede hacerse hoy en día…
-Disculpe, ¿los qué?
-¡Los Bonos! Los Bonos del Estado, ya sabe…
-No.
-¿No sabe lo que son?
-No.
-¿Está usted seguro?
-Sí.
-Vaya, qué curioso… Discúlpeme una pregunta tonta más… ¿En qué año estamos?
-En el año de Nuestro Señor 1759.
-Mmm… Ya veo… Creo que se me ha ido la mano y he girado más veces de las que debía sobre mi propio eje… Curioso, curioso…
-No entiendo nada de lo que está usted diciendo, perdóneme.
-Al contrario, mi querido señor, discúlpeme usted a mí. Bueno, pues creo que tengo que irme, ya que no creo que vaya a sacar nada en claro en esta época.
-Sigo sin entenderle, lo siento.
-No importa. En fin… Me voy a ir despidiendo de usted, mi estimado señor y sin embargo amigo. Espero que su vida le vaya todo lo bien que se merece… Aunque vigile su próstata y procure orinar después de cada coito.
-Eeh, gracias… creo.
-Adiós, señor mío, un placer.
-Adiós, adiós.
-Hasta la vista… See ya around!
E internándose de nuevo en el bosque, Laertes desapareció. Pedro, sacudiendo la cabeza, incrédulo ante lo que había pasado, decidió emprender su marcha. Al llegar a su hogar, los recuerdos del encuentro con el sátiro se fueron haciendo cada vez más difusos. Al día siguiente, solamente recordaba haber tenido un sueño muy peculiar la noche anterior.
Cayetano Gea Martín
viernes, mayo 09, 2008
Nocturno sin cuerda (o decálogo para pasar una mala noche)
I. Me dan miedo las noches, sobre todo por ese color azul oscuro que dibujan las luces circulares que se cuelan a través de los orificios de las persianas de mi cuarto y cuyo haz observo golpear con fotónica saña mis innumerables libros.
II. La colcha es un peso muerto sobre mis pies, un calor animal y asfixiante que me impide cualquier tipo de movimiento. Sé que una mera sacudida liberará del filo de mi cuerpo la carga, pero me asusta que se ensucie. Diatriba estúpida…
III. El techo oscuro se eleva hasta el infinito, en una suerte de precipicio al revés, y que me hace pensar si no tendré mis sentidos confusos y estaré realmente atado a esta prisión de tela y muelles, observando la supremacía de la nada boca abajo.
IV. Desde la calle suben, trepando como alimañas por las paredes, ecos disonantes y melodías desaforadas, conformando una suerte de murmullo constante y pernicioso, del color ámbar que poseen las diversiones nocturnas, y que chocan contra mi estado de duermevela.
V. Cierto matiz gaseoso lame mis fosas nasales, y me invade, una noche más, el miedo a que ese antediluviano mecanismo a base de butano estalle de súbito y no me de tiempo ni a ser consciente de que estoy muerto.
VI. Lo cual me recuerda el tremendo miedo que siento a morir, a no ser nada, a no poder ser consciente por el resto de la eternidad. El peso de la entropía es más poderoso que la propia existencia. ¿Cuántas noches más me quedarán?
VII. El cuerpo me pesa como una mortaja, como un sudario. El dolor que me atraviesa la espalda me impide, más que nada, conciliar el sueño. Es un látigo de azufre que corre libre a través de mi sufrida espina dorsal.
VIII. Cierro los ojos y contemplo las imágenes grotescas que se dibujan en la cara interna de mis párpados. ¿No resulta monstruoso que toda nuestra capacidad de dormir dependa de esas dos finísimas películas de carne?
IX. La habitación se estrecha aún más y me ahoga en su caparazón de yeso. La oigo respirar y siento su aliento a cal amarillenta sobre mi indefenso rostro. Pronto, muy pronto, las paredes frías lo rozarán y me volveré loco del todo.
X. Pero lo peor de todo, lo que más me angustia, no son los estímulos negativos nocturnos, si no el saber que, en esta absurda noche de miércoles, tú no duermes a mi lado. Hoy mi heroína no vendrá a ahuyentar a las bestias.
Cayetano Gea Martín
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