domingo, marzo 02, 2008

El mismo lienzo.

El mismo lienzo. La misma sala. El mismo museo. La misma ciudad. Y así durante treinta años. Conocía con exactitud suiza cada una de las pinceladas del maestro. Los colores del lienzo habían pasado a formar parte de él. Podía reconocerlos sin dificultad: el rojo de la manzana de la escena con el rojo de la tapicería de las sillas del salón de su casa, el azul de la túnica rematada con treinta y siete pliegues, con el azul de un cuaderno algo descolorido por la luz del sol; el amarillo de la bombilla del cuadro, con el amarillo de otro cuadro tres salas más allá de un pintor que nada tenía que ver con este. Las dimensiones del cuadro: 4.20x3.56m, correspondía a la época monumental del artista, en la que eligió motivos religiosos y tecnológicos combinados de forma sorprendente. Su título: Virgen desplazándose a la velocidad de la luz. El pintor, poco conocido. Y él contemplando el cuadro desde su silla de cuidador del museo: el mismo lienzo, la misma sala, el mismo museo. Y así durante treinta años. En algún momento pensó pedir un traslado y olvidarse de una vez por todas del cuadro: aparecía por doquier, en sus sueños, en libros, conversaciones...en su propia casa había colocado una reproducción extraordinariamente fiel del mismo. Pensó pedir una excedencia y quedarse en casa algún tiempo recomponiendo recuerdos y vivencias ajenas al cuadro que, poco a poco, lo ocupaba todo. pero no podía deshacerse de la presencia obsesiva del maldito objeto de arte. Tomó un curso de pintura para comprender mejor el arte. Estudió historia del arte. Comenzó a pintar el cuadro en casa, con las mismas dimensiones, con la misma técnica, los mismos colores. Avanzaba a pequeños pasos, corrigiendo sin descanso, noches enteras. Su mujer le abandonó, sus hijas le recriminaron su falta de dedicación a sus vidas. Y él seguía pintando, ajeno a todo menos al cuadro, que repasaba con más ahínco aún en el museo para, horas después plasmarlo cuidadosamente en el lienzo que él mismo estaba ocupando. Por fin una noche remató el cuadro con un detalle que no correspondía con el original: su firma. El día siguiente se marchó con el cuadro a cuestas hasta el museo. Entró a primera hora. Aún no había llegado el público. Descolgó el cuadro y en su lugar colocó el suyo.

Me contaron esta historia hace tres años y ahora soy yo quien ocupa la silla delante del cuadro pintado por un cuidador del museo. Ahora yo lo observo con minuciosidad sin dejar escapar un solo detalle. El cuadro se está apoderando de mi mente. Lo sé pero nada puedo hacer. Sé que desatiendo a mis hijas y que mi mujer está planteándose abandonarme, que sólo pienso en el cuadro y que hay un lienzo que me espera cada noche en mi casa deseando ser finalizado.

4 comentarios:

Margot dijo...

La obsesión de las pinceladas y las miradas...

Me encantó, señor Pedro, siempre es un placer volver a leerte en tu otro registro.

Beso!

Kay dijo...

El arte como material de las obsesiones, caro amico... Ayer me desvelaste durante media hora (si te digo toda la noche te estaría mintiendo).

Buen relato, geek

Isa Segura B. dijo...

Un verdadero problema ¿quién vigila a los vigilantes de museos?
Lo bueno es que como decía Pablo Picassso ' en pintura buscar no significa nada, lo que importa es encontrar' y parece que encontraron otro vigilante...
Saludos y gracias por la sonrisa en tu relato.

Pedro Garrido dijo...

margot, me encanta que te haya encantado. Para mí es un honor que algo que yo escriba te guste. Desde siempre.

kay: sin embargo la idea principal del cuento no está en el cuento, por eso me gusta que te haya hecho pensar algo. La cuestión es ¿quién es el autor de esa obra, el que en un rapto de imaginación pintó el cuadro y después se olvidó de él o aquel que ha pasado años frente a él y lo siente como suyo, tanto, que termina por pintarlo él mismo?

isa s.b: jeje, encontraron también un cuadro que cambió sus vidas y no es poco. Gracias a ti por tu página, por la que me paso a menudo aunque no deje comentarios.