lunes, marzo 10, 2008

Bei Gott!

Las horas declinaban a ritmo de vértigo, pero Carlos Almansa López era indiferente a ellas. Sentado en la única y desvencijada silla que ocupaba su estudio, consultaba febrilmente manuales, periódicos, diarios, novelas, ensayos, poemas, dramaturgias, informes, dossieres, pósteres, sumarios, tonadas, compedios, coplas, breviarios, expedientes, revistas, noticias, sonetos, magacines, cantigas, libelos, bandos, exposiciones, noticieros, gacetas, boletines, cantares, rotativos, memorias, odas, listines, boletines, pancartas, relatos, versos, crónicas, proyectos, tesis, esbozos, dramas, testimonios, legajos, carteles, estudios, edictos y panfletos; hasta llegar a la reveladora conclusión de que la mayoría de los tiranos y dictadores que en el mundo han sido llevaban bigote. Concretamente, el 89% de ellos. Claro está que, a veces, tildar a determinado sujeto de dictadorzuelo es arriesgado y ya entra dentro de consideraciones éticas. Pero si cogía los que, digamos, se han considerado así de manera ecuánime y universal, la media se mantenía.

La lista de tiranos bigotudos es interminable, y excede a los casos más conocidos. Así, a los Adolfos Hitler, Franciscos Franco, Josefos Stalin, Migueles Primo de Rivera, Augustos Pinochet, Fideles Castro, Leónidas Trujillo, Saddames Husein, Jorges Videla, etc; se les une hombres como Orlando Ramón Agosti, Gregorio Álvarez, Jorge Isaac Anaya, Pedro Eugenio Aramburu, Juan María Bordaberry, José Miguel Carrera, Alberto Demicheli, François Duvalier, Ernesto Geisel, Juan Vicente Gómez, Carlos Ibáñez del Campo, Carlos Alberto Lacoste, Alejandro Agustín Lanusse, Lorenzo Latorre, Aparicio Méndez, Cristino Nicolaides, Saparmyrat Nyýazow, Juan Carlos Onganía, Efraín Ríos Montt, José Félix Uriburu, Roberto Eduardo Viola, entre otros ilustres.

Solamente los asiáticos y algún que otro rey africano no llevaban sobre su faz tan útil como sencillo mecanismo de opresión, ya fuera por motivos culturales o por escasa capacidad pilórica.
Entusiasmado ante su descubrimiento, Carlos Almansa López comienza a esbozar lo que podría acabar siendo la tesis antropológica más importante del siglo XXI. Quizá el único punto negro en su contra sea que se puede alegar que no siempre estos sujetos de estudio han portado en su rostro bigote, y que incluso algunos sólo lo hacían temporalmente o cuando, tras una noche de parranda, se olvidaban del concienzudo afeitado matinal.

Pero el punto de conflicto, y sobre el cual quería arriesgarse a llegar a alguna conclusión lógica era si el poseer pelo sobre el labio superior influía en el carácter y personalidad de los tiranos. ¿Habría Hitler intentando conquistar Rusia sin mostacho? ¿Le quedarían a Fidel Castro bien los puros si éstos no estuvieran rodeado de pelo? ¿O el ya de por sí poco marcial rostro de Franco perdería el resto de autoridad sin su característico y ridículo bigotillo? Carlos Almansa López se lamentaba ante tantas preguntas sin respuesta.

Decidido a llevar a buen término su tesis, concluyó que la mejor forma de comprobarlo era mediante un planteamiento empírico. Así, comenzó a no afeitarse hasta desarrollar, al cabo de pocos días, un fino bigotillo a lo dictador sudamericano que le imprimía seriedad y porte a su poco agraciado rostro.

Las consecuencias no se hicieron esperar: su carácter cambio radicalmente al cabo de pocos días. Se mostraba iracundo con sus vecinos y compañeros de trabajo, vengativo con sus rivales y comenzó a ser propenso a dar arengas a los sorprendidos viandantes desde el balcón de su minúsculo piso.

En un mes, había creado un coro de fieles a su alrededor. A los dos meses los organizó en un partido político denominado CAL (acrónimo poco imaginativo de su propio nombre y apellidos). A los tres cometió su primer intento de golpe de estado. A los cuatro, tuvo éxito, sustituyendo la democracia vigente por una oligarquía de transferencia mítica.

Obnuvilado totalmente por sus nuevas ambiciones megalómanas, relegó su tesis al olvido. El poco tiempo libre que sus infinitas obligaciones como dictador le permitían, lo dedicaba única y exclusivamente a atusarse con delicadas maneras su fino bigote.
Cayetano Gea Martín

6 comentarios:

Margot dijo...

Jajajaja menos mal que no soy de mostacho en rostro...

Mala leche te gastas, ningún parecido con la realidad, verdad? jeje.

Besote sin pinchar!

Kay dijo...

Pos va a ser que no... De mala leche nada de nada...

Besos sin pinchar tampoco (lampiño que es uno...)

Isa Segura B. dijo...

¡Vaya!Entonces sólo algunas féminas (de hormonas descarriadas) podrían ejercer de dictadoras...
No sé, no sé si me convence la teoría que algunos bigotes bien usados pueden llegar a ser la mar de placenteros.
Saludos y gracias por la sonrisa.
P.S: psst, detallito, se te ha indisciplinado una letra (quizá debas mandarla a fusilar), es 'obnubilado'.

Pedro Garrido dijo...

es de lo mejor que te he leído, sí señor.

Kay dijo...

Isa,
¿Tendría la Dama de Hierro inglesa mostacho también? Brr...
Gracias por la orden de fusilamiento de la letra... Es la faena de escribir en un ordenador del curro cutre de la muerte que no tiene corrector ortográfico.
Besos con falta de ortografía

Pedrito,
Gracias, tronko... Si viene de ti es todo un cumplido :)

Pedro Garrido dijo...

Aquí tienes un apunte curioso sobre el bigote de Hitler que tiene que ver con el relato: http://memecio.blogspot.com/2008/02/el-bigote-de-hitler.html

Lo leí hace poco y me hizo gracia.