jueves, diciembre 27, 2007

Tierra Baldía


El refugio, día 2

Es curioso cómo el hombre se habitúa y se amolda a cualquier tipo de situación. Desconozco de otra criatura que sea capaz de hacer lo mismo y de vivir con este marcado carácter gregario que, quizá, sea la clave de nuestra capacidad de supervivencia.

En el refugio somos trece personas, siete mujeres y seis hombres. Originalmente éramos catorce, pero hace una semana murió Karl, el mayor de nosotros. Nunca hubo o no lo recordamos nadie más aquí. Crecimos solos, sin padres, como los niños perdidos de Nunca Jamás. Y en parte, este lugar es eso. Pero también teníamos un Peter Pan, y ése era Karl. Él nos enseñó las normas básicas de cualquier sociedad civilizada, la educación, la lectura, el estudio, el trabajo, el desarrollo sexual. Aprendimos que antaño hubo gente que poblaba el mundo exterior, gente que vivía ahí fuera, en el Desierto-Que-Antes-No-Lo-Era, en la tierra baldía.

Afortunadamente, para mí al menos, el refugio contiene toda la información necesaria que podamos desear, tanto visual como auditiva. Gracias a eso, pude leer y convertirme en una persona cultivada y de refinados gustos. Aprendí (y lo sigo haciendo) mucho sobre el pasado, aunque no hay nada sobre el Apocalipsis que mandó a la humanidad a la papelera.

Inciso: Es curioso, utilizo palabras tales como papelera, barco, naufragio, templo, verdor u oso polar sin haber visto nunca nada de eso, salvo en los vídeos de que disponemos.

Los otros, el resto de los niños perdidos, no comparten mi gusto por la cultura y el conocimiento, salvo, y no del todo, Esmeralda. Los demás prefieren hacer ejercicio o hablar entre ellos. En un universo con tanto tiempo libre, dejas de preocuparte por él. Las actitudes se vuelven erráticas y laxas, como la de los ancianos que eran encerrados por sus hijos en lugares aclimatados para que no molestasen, como si la edad fuera algo contagioso y no lo que realmente es: una semilla pútrida que anida en nuestro pecho, esperando brotar.

Ah, mi mente no es capaz de darle sentido y coherencia a lo que escribo, y así voy saltando sin orden ni concierto de un tema a otro según los voy recordando. Se me olvidaba decir que, en efecto, somos trece personas aquí y que, por desgracia, no seremos más, ya que la radiación, a pesar de encontrarnos aislados, hace mella en nuestros cuerpos. Como consecuencia, somos impotentes y estériles, además de envejecer mucho más rápido de lo normal. Sabemos que antes de la hecatombe las personas eran capaces de alcanzar edades que ahora se nos antojan de ciencia-ficción. Por lo que he podido ver, yo debo de tener el aspecto que tenían los hombres de unos sesenta años.

Tampoco, y quizá como consecuencia de no poseer apetito sexual, tenemos unos sentimientos muy fuertes hacia los demás. Esto lo pude comprobar tras la muerte de Karl. Nos entristeció, sin duda, pero no alteró nuestra rutina diaria. Yo mismo he de confesar que a duras penas soy capaz de sentir algún tipo de sentimiento por alguien de aquí, salvo indiferencia. No sé qué es el amor. Veo en alguna película antigua o leo en algún ajado volumen cómo quien más quien menos tiene a alguien de quien preocuparse, llegando hasta el extremo de dar su vida por amor. Claro que, a falta de una fuente fidedigna, puede ser que eso solamente ocurriera en la ficción. Quizá era como a las personas les gustaba verse reflejadas. ¿Puede ser que volcaran todos sus deseos en el arte? El ser humano es una criatura compleja e incompleta. Por mi parte, lo más cercano a amar a alguien que poseo es a Esmeralda. Es una persona curiosa y desconcertante, hecho que me encanta. El resto de los moradores del refugio poseen una especie de mente colmena. Ella brilla con luz propia.

El cansancio atenaza mi mente y mi atención divaga hacia las paredes tachonadas de fotografías y recortes de prensa de mi habitación. Creo que lo voy a dejar por hoy. Quizá mañana, en vez de escribir, podría revisar lo escrito e intentar dotarlo de algo más de estructura, no sé. Me voy a cenar y después a dormir el sueño de los justos, ya que eso es lo que somos, justos. Es como si el hombre hubiera sido por fin capaz de erradicar el pecado, aunque para ello tuviera que desaparecer el mismo de este plano de la existencia.


Cayetano Gea Martín

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