martes, diciembre 18, 2007

Tierra baldía

El refugio, día 1

Desde mi retiro espiritual escribo estas líneas. Fútil es decir cuál, ya que a estas alturas, solamente debe quedar uno. El resto del orbe terrestre es una vasta extensión de tierras baldías, animales mutados y los espectros de los miles de millones de seres vivos muertos, cuyas improntas grabadas en la arena se manifiestan de vez en cuando. Se diría, si aún tuviera sentido del humor o ironía, que las almas también padecen el efecto invernadero y son, por ende, incapaces de trascender este plano de la existencia.

¿Quién podría recordar cómo comenzó todo? Difícil resulta saberlo. En un mundo sin que nadie registre nada, sin ningún medio posible de grabación, salvó, quizá, estas pocas hojas de papel que poseo y que, en un mundo sin árboles, arroz o piel de animal, resultan más valiosas que la vida de muchos hombres; la única transmisión viable de conocimientos es la oral, y, lamentablemente, quedamos tan pocos… Pero aún así acometo la tarea de dar cuenta escrita sobre todo lo que pueda o recuerde, ya sea para provecho de alguna improbable generación venidera o para hacer algo de provecho en mis veinticuatro horas diarias de tiempo libre.

Así pues, ¿cuándo ocurrió el cataclismo que exterminó a dos terceras partes de la raza humana de un coletazo y al tercio restante en los años siguientes casi al completo? Ah, no queda nadie en el planeta que sea capaz de responder esa pregunta. Aunque existen todavía, quizá, doscientos seres humanos, y yo haya podido ver, a lo largo de mi existencia aquí, un total de doce personas, no queda nadie lo suficientemente anciano para ello. Todos los que vivimos hoy nacimos varias décadas después del Apocalipsis.

Lo que sí sabemos, aunque escuetamente, es qué fue lo que pasó: las sucesivas detonaciones y el consiguiente invierno nuclear. Aunque a veces deseo no saberlo y haber nacido con la idea de que siempre fue así el mundo. La memoria de una tierra verde y de un aire no contaminado de radiación resuena por los pasillos de este retiro como ecos legendarios de tiempos pretéritos.

El refugio es un lugar agradable y bien protegido. Construido los dioses saben hace cuánto para proteger a los mandatarios de un conglomerado de naciones llamado Europa de un posible ataque nuclear. Algunos dicen que somos los descendientes de aquellos hombres y mujeres, y que los humanos que quedan vivos y con salud provienen de otros refugios similares a éste. Puede ser, quién sabe. Nunca he abandonado este lugar. Desconozco de la existencia de otros lugares parecidos, o de otras opciones de supervivencia posibles. El mundo es una roca seca sin sentido, como tantas otras en el cosmos. No somos más que parásitos a la deriva en un barco que ya hace tiempo naufragó.

Estoy cansado. Mi cerebro requiere de sueño y de alimento. Escribir es una ardua tarea a la cual no estoy acostumbrado. Pero sigo firmemente decidido a llevar un diario hasta que me llegue la muerte, la cual, calculo, ya no tardará demasiado en llegar. Ayer cumplí cuarenta y cinco años.


Cayetano Gea Martín

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