viernes, septiembre 21, 2007

Varios deseos de muerte y una muerte real (I, de muchos, muchos capítulos).


Prólogo.

Un señor alto y fuerte que ha concluido su primera novela se lanza al desafío de escribir un prólogo en el que dé cuenta de su obra, desmitificándola y sustrayendo de ella cualquier atisbo de originalidad. Por eso escribe, sólo un segundo después de pensarlo, que su obra no es en absoluto insólita pues, como las obras de Benábou, se encuentra incluida en el resto de las obras de la literatura universal. En ella no aparecen pensamientos o palabras que no hayan sido antes pensados y escritos por otros, por lo que su obra no deja de ser una suerte de plagio de la que, sin embargo, no se avergüenza, porque incluso a Dios, según Macedonio, se le advirtió que nada puede ser original, que ya está todo hecho, que no somos más que imágenes distorsionadas del pasado. Este autor primerizo, del que se conocerán algunos pormenores en el texto contiguo a este, es optimista con respecto a la labor del escritor y, aunque sabe, y ha quedado dicho ya, que la originalidad no es posible, se aferra como puede a esa otra cita atribuida a Gide, que él guarda como en tesoro en su memoria. Decía Gide que la literatura no hacía sino repetir lo dicho antes por otros, pero que como nadie lo escucha, hay que repetirlo muchas otras veces. Esta es la excusa perfecta para que este señor que ha escrito su primera novela, se aleje de la idea habitual de que la primera novela debe ser iconoclasta y revolucionaria.
Este señor es, además, agradecido con quien en algún momento le proporcionó cualquier tipo de material para construir su novela. Siendo estrictos, piensa este señor, tendría que agradecer a la literatura universal el hecho de que exista su novela, pero como, piensa este señor, la vida está plagada de regionalismos y concreciones y la memoria no puede sustraerse a esa condición, su lista de agradecimientos es más escueta de lo que cabría esperar. El primer agradecimiento es bastante obvio para quien, con algo de paciencia y un ápice de cultura literaria, repase el texto contiguo a este. Se encontrará con que la primera novela de este señor no deja de ser una copia alterada de aquella otra que se publicó hace veintisiete años, que llevaba por título Centuria, y cuyo autor era el transalpino Giorgio Manganelli. El propósito de este señor que ha escrito su primera novela es dejar bien claro en el prólogo que cualquier parecido de su obra con la del autor italiano no es mera casualidad, sino un intento premeditado de adentrarse en esa obra, de enfangarse absolutamente en su estilo y sus ideas. Este señor alto y fuerte escribe sobre una mesa de madera en un pequeño estudio de M., rodeado de reproducciones de obras dadaístas y bauhasianas. En una estantería situada junto a la mesa se muestran, a quien desee hojearlas, algunas de sus obras literarias predilectas entre las que no figura, por cierto, la obra de Manganelli por expreso deseo de este señor, que de ese modo siente una ausencia que ha tratado de enmendar, no comprando la obra, ni secuestrándola en una biblioteca, sino intentando reconstruirla con los retazos que de ella quedaban en su memoria, pero sin cuidado de cometer errores por omisión o por adición pues, según este señor, no se trata de elaborar un palimpsesto o de embarcarse en exóticos experimentos al modo de Menard, sino de emprender una reconstrucción de la obra desde su posición de lector creativo, con la singular ocurrencia de dar una idea de conjunto a una obra compuesta de fragmentos discretos y, en apariencia, independientes. Este señor piensa también, mientras escribe el prólogo de su primera novela, que cualquier parecido de su obra con el estilo o las ideas de Perec tampoco es accidental. Sin embargo, en este caso, la similitud no ha sido premeditada, sino el resultado de una profusa y meticulosa lectura del autor francés, del que el autor se ha imbuido hasta tal punto que a veces cree escribir por él o a través de él. Por último, piensa que cualquier parecido en su primera novela con el estilo o las ideas de cualquier otro autor tampoco será casual aunque en ningún caso habrá sido deliberado.
Mientras escribe el prólogo de su primera novela, este señor desea que los lectores que se asomen a ella la disfruten tanto como él disfrutó escribiéndola y espera que, si bien no les va a mostrar el secreto de sus respectivas existencias, podrá, quizá, mostrarles algún camino que conduzca a tal fin, o, al menos, les ayude a pasar un rato entretenido. Antes de dar por finalizada la obra procede a releerla. Acompañémosle en esa lectura final si la paciencia nos lo permite.


P.G.V.

4 comentarios:

Kay dijo...

¡Por fin!

Isa Segura B. dijo...

Este señor alto y fuerte, sabe que el lector, ávido de letras, espera impaciente su primera obra, porque este señor, alto y fuerte, sabe como bien dijo Éluard que 'no hay azar, sólo citas.'
Saludos espectantes.

Margot dijo...

Este es el prólogo? ufffff.

Vale, quiero leer la novela, pero ya, niño!! jeje

Besote descolocada que ando aterrizando y la maldita alfombra voladora escora hacia la derecha...

Kay dijo...

Ostras... No me había fijado en la foto, Pedrito... ¡Eres clavao! Jejeje...