lunes, septiembre 03, 2007

El mar de María


La superficie del agua se reflejaba sobre el rostro de María, tiñendo de líneas de oro sus finos rasgos. Sus pies y parte de sus pantorrillas estaban sumergidas en el océano, pero el resto de ella no se atrevía a continuar la inmersión.

El agua estaba fría.

Las rodillas de María, dos hermosas gemas morenas, se sabían sentenciadas a la ablución, pero no tenía por qué gustarles. Temblaban ligeramente ante la perspectiva del inminente frío que las abrazaría. ¿Y qué decir del resto del cuerpo? ¿Qué decir del pubis y del ombligo? ¿Qué del pecho y el cuello? Como vacas en el matadero, los distintos puntos sensibles de su anatomía esperaban su turno de sumergirse en aquellas aguas de apenas cinco grados centígrados.

Condenadamente fría.

Al final, el valor se impuso al instinto natural de darse la vuelta, secarse los pies y meterse en casa. Si no lo hago ahora, nunca me atreveré a hacer nada, pensó, papá siempre dice que el mundo es de los valientes y no quiero defraudarle. Y dando un paso más, las rodillas se sumergieron. Un silbido se escapó de entre sus labios apretados.

Su padre, funcionario de prisiones, cuarenta y cinco años, fumaba un paquete al día de Camel Light, bebía ron más de lo que debía e iba a ver al Atlético de Madrid siempre que éste jugaba en casa. Había muerto unos meses atrás en un masivo accidente de tráfico tan aparatoso que necesitaron una espátula para despegar algunos restos suyos que se habían desperdigado en un radio de cincuenta metros.

Valor, valor, se decía a sí misma María. Valor. Y así, poco a poco, con férrea decisión, continuó avanzando, ignorando con espartana gallardía el frío. El mar fue envolviendo su cuerpo de doce años en el cual comenzaba a despuntar la adolescencia.

El mar la envolvió con su canto de sirena turquesa.

Su cabeza aún asomaba por entre las olas. Sus ojos azabache contemplaban maravillados el horizonte que se confundía con el mar. Cielo y agua en el mismo contorno diluido.

La reclamó.


Esta noche en mi sueño oí tu voz
Me llamabas entre lágrimas
Y la mar te devolvía

Alberto Rionda – Mar de Lágrimas



Cayetano Gea Martín


4 comentarios:

DaliaNegra dijo...

Hermoso y terrible,Kay...hay peajes de amor que matan...
Besos cálidos***

Kay dijo...

Ya sabes lo mucho que me gusta cruzar la línea, amiga... Y lo que disfruto cuando te pasas por aquí...

Besos cálidos también, ¡de ida y vuelta!

Margot dijo...

Jo, qué triste... chulo pero triste.

Kay dijo...

Que no es triste, Marga, que no... Que al final sale del agua, jeje...

Se hace mayor, descubre que le van las mujeres y funda un grupo de glam-rock femenino...

Mira, ya me he ahorrado el escribirlo en un cuento, jejeje...

Besos de payaso triste