Él poseía la cualidad del vidrio: transparente y fácil de herir y romper. Eso resultaba algo más complicado, pero una vez que se conseguía, se deshacía en pedacitos que era una auténtica lástima verle.
Pero ella, oh, ella era dura como un diamante, poseedora de un encanto natural que la hacía caer en gracia allá donde fuera. Y hablaba. Muchísimo. Por los codos. Y la gente pensaba que esa verborrea interminable significaba que no había nada más detrás, que camuflaba su debilidad con un torrente infinito de palabras, y nada más lejos de la realidad.
Sin embargo a él, callado, reservado y serio, le llovían los halagos, las invitaciones, y, por consiguiente, el daño y posterior desmembramiento resultaba algo común, a la orden del día. La gente le seguía como si fuera un dios, y sin embargo era él quien iba buscando unos ojos que no le traicionaran, un corazón que no le fallara ni que le hiciera boquear a la tercera cita como pez fuera del agua.
Ella era guapa, salerosa, andaluza. Él, asturiano de alcurnia. Ella era el día que anidaba una noche triste en su alma. Él, como una noche luminosa de verano.
¿Y hete aquí que se conocieron y tal y cual? No, eso sería lo obvio. Lo cierto es que ambos ignoran la existencia del otro. Lástima, la verdad, dado que, posiblemente, se complementarían, que harían buena pareja casi seguro. Pero, ah, el azar. El azar les separa. Eso y un muro. Y no es una metáfora, sino eso, un muro. Un tabique.Vecinos.
Pero ella, oh, ella era dura como un diamante, poseedora de un encanto natural que la hacía caer en gracia allá donde fuera. Y hablaba. Muchísimo. Por los codos. Y la gente pensaba que esa verborrea interminable significaba que no había nada más detrás, que camuflaba su debilidad con un torrente infinito de palabras, y nada más lejos de la realidad.
Sin embargo a él, callado, reservado y serio, le llovían los halagos, las invitaciones, y, por consiguiente, el daño y posterior desmembramiento resultaba algo común, a la orden del día. La gente le seguía como si fuera un dios, y sin embargo era él quien iba buscando unos ojos que no le traicionaran, un corazón que no le fallara ni que le hiciera boquear a la tercera cita como pez fuera del agua.
Ella era guapa, salerosa, andaluza. Él, asturiano de alcurnia. Ella era el día que anidaba una noche triste en su alma. Él, como una noche luminosa de verano.
¿Y hete aquí que se conocieron y tal y cual? No, eso sería lo obvio. Lo cierto es que ambos ignoran la existencia del otro. Lástima, la verdad, dado que, posiblemente, se complementarían, que harían buena pareja casi seguro. Pero, ah, el azar. El azar les separa. Eso y un muro. Y no es una metáfora, sino eso, un muro. Un tabique.Vecinos.
Cayetano Gea Martín
5 comentarios:
¡Qué preciosidad,Kay!!!
Qué bien escribes,de verdad...
Un beso y por favor,no amputes esto que promete.Aunque tengamos que esperar largo tiempo para leer su continuación.
Besos encantados***
Un día no muy lejano él se quedará sin sal, y llamará a su puerta... Y quien dice sal dice una batidora, o papel higiénico (qué modo tan curioso d empezar algo...).
DALIA: Eehh... No había pensado continuarlo, pero como siento que os debo una por dejar aquella historia a medias, vale... ¡Se intentará!
Besos reiterados
MARTA: Mh... Papel higiénico como incitación sentimental... Eh, ¿por qué no? Cualquier excusa es buena, ¿no crees?
Besos higiénicos
Jajaja me encantó, sobre todo el corte que me llevé cuando decías que nanay de conocerse.... menos mal que al menos quedaba el muro!! jeje.
Te sientan bien tus nuevas paredes por lo que se ve
MARGA: Pues sí, mis paredes me gustan mucho, jajaja
Besos caseros
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