Comienza a otoñarse el verano, aunque el calor de esta odiosa ciudad que abandoné temporalmente, pero a la que estoy unido por una suerte de triple cordón (umbilical, espiritual y carnal), me susurre lo contrario al oído izquierdo (el derecho aún guarda el poso del rumor de las olas de dos océanos) , atemperado por el latido de tu corazón austral.
Comienza el otoño, cierto, pero es el otoño mío, el otoño melancólico del retorno del hijo pródigo. En esta nueva singladura, reviso los viejos planes y el exceso de equipaje, y decido vivir algo más de los sueños inconclusos que de la realidad pétrea.
Para mi karma, sólo existen dos estaciones, una de frío pero de promesa de vida y otra de calor pero de certeza mortal, las llamaré por su mes más representativo: noviembre y agosto. La primera dura doscientos veintisiete días, desde el uno de septiembre (que marca el verdadero comienzo del año) hasta el quince de abril; y la segunda, de ciento treinta y ocho días, va del dieciséis de abril al treinta y uno de octubre.
Empieza ya, pues, la estación de noviembre, siempre bajo el influjo central de ese mes azul, hermoso y frío, que nos habla directamente a la cara y nos embadurna el rostro de hibernante escarcha.
En este noviembre que comienza en septiembre, tu blanco rostro comienza a reflejárseme en el agua, en las esquinas ciegas de la noche insomne, entre dos puertas correderas de un armario reflejado en el espejo.
En este largo noviembre de doscientos veintisiete días guardo el deseo y la esperanza de verte al final de él. Si esta estación no tiñe de frío azul mi pelo y de gris indiferencia el tuyo, prometo cortarme la coleta y regalártela allí, en el confín del mundo, donde el destino sigue trazando sus versos orgánicos de eucalipto.
Comienza el otoño, cierto, pero es el otoño mío, el otoño melancólico del retorno del hijo pródigo. En esta nueva singladura, reviso los viejos planes y el exceso de equipaje, y decido vivir algo más de los sueños inconclusos que de la realidad pétrea.
Para mi karma, sólo existen dos estaciones, una de frío pero de promesa de vida y otra de calor pero de certeza mortal, las llamaré por su mes más representativo: noviembre y agosto. La primera dura doscientos veintisiete días, desde el uno de septiembre (que marca el verdadero comienzo del año) hasta el quince de abril; y la segunda, de ciento treinta y ocho días, va del dieciséis de abril al treinta y uno de octubre.
Empieza ya, pues, la estación de noviembre, siempre bajo el influjo central de ese mes azul, hermoso y frío, que nos habla directamente a la cara y nos embadurna el rostro de hibernante escarcha.
En este noviembre que comienza en septiembre, tu blanco rostro comienza a reflejárseme en el agua, en las esquinas ciegas de la noche insomne, entre dos puertas correderas de un armario reflejado en el espejo.
En este largo noviembre de doscientos veintisiete días guardo el deseo y la esperanza de verte al final de él. Si esta estación no tiñe de frío azul mi pelo y de gris indiferencia el tuyo, prometo cortarme la coleta y regalártela allí, en el confín del mundo, donde el destino sigue trazando sus versos orgánicos de eucalipto.
Cayetano Gea Martín
2 comentarios:
Saludos Kay y que sigan fluyendo esas letras de oro.
Muchas gracias, Chukusto! Comenzó el año...
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