jueves, octubre 28, 2004

CUADERNOS DE ESTILO: Don Francisco de Quevedo Villegas


Venía huyendo de la innoble equidad del conde-duque, por un quítame allá esa execración, cuando mis obligados pasos me condujeron hasta la noble Villa de Zamora, lar de valientes y honrados castellanos, a la par que de mancebos afeminados que gustan de vestir con féminas prendas y de otros menesteres que no ha cuento el narrarlos aquí.

Mientras mi alazán dábame entrada en la populosa plaza central de la urbe, observé a la variopinta fauna que ante mi se hacía patente: buhoneros andrajosos de aviesas intenciones ocultaban la cachiporra entre sus baratijas, innobles mercaderes vendían a sus clientas alcahueteras sus putrefactos productos, los cuales si, por ventura, caían al suelo, lo emporcaban aún más, a pesar del fango de dos pies que ocultaba la calzada de la noble villa.

En uno de los extremos del lodazal contemplé la triste estampa de un juglar con trazas de hidalgo, aunque di por sentado que venido a menos, debido a que peleaba con uñas y dientes, literalmente, contra dos marranos que hozaban gusanos en el barro, mientras recibía atentos palazos en la sien por parte del airado porquero y, por ende, legítimo dueño de los cochinos.

Desistiendo finalmente de mover el bigote, el trovador se sentó y empezó a rasgar y a afinar un palo con cinco cuerdas de hilo tensadas que hacía la función de lira. Era este juglar delgado como la muerte, más osario que humano, de nariz superlativa que parecíale brotar de súbito en medio de la faz, ya de por sí poco agraciada, y no por su visible carestía de dientes, salvo por dos muelas picadas, ni por ser cejijunto cual negro cepillo, sino por faltarle el ojo diestro, quedando en su lugar obscura oquedad que miedo daba verla. Completaba el cuadro unas impetuosas barbas que devorábanle media faz, desde la prominente nariz, que delataba su ascendencia, hasta el sucio cuello.

Aquel espectro comenzó a cantar con una voz singularmente melodiosa ciertos malsonantes ripios de cuya composición desconozco a su olvidable dueño, pero que ya oí en Toledo. Rezaban más o menos así:

Júrote por mis fueros
Que no ha mejor oficio
Que el dedicarse por entero
Al noble arte del fornicio.

En verdad dígote: es el folgar
Más arte que cualesquiera opción
Más que el dormir, más que el yantar
Sólo con el evacuar aguanta comparación

Cuidado con los amores mercenarios
Que las fermosas niñas gitanas
No aman más que a los salarios

Si la noche te encamina a su ventana
Procura no rondarla de a diario
Que con zurrón vacío no hay jarana

Y si acaso marido tiene la desafortunada
Será mejor que no aprecie su cornamenta
Porque te desmontará de una pedrada
Y de otra más a su infiel parienta

Sigue bien estos comedidos consejos de amigo
Para que puedas seguir cantando conmigo:

Júrote por mis fueros
Que no ha mejor oficio
Que el dedicarse por entero
Al noble arte del fornicio.


Aunque el trovador porfiaba, finalizó la canción de súbito y por fuerza mayor, ya que la guardia venía a prenderle por vago y maleante. Aproveché la momentánea coyuntura para dirigirme, no sin gran pesar al ser conocedor de lo que me esperaba, hasta la posada donde me hospedaría hasta el siguiente amanecer.

Me instalé, y sospeché que dicha venta no se podría contar entre las más límpidas, quizá debido a esas paredes y suelos de los que no se distinguía el real color, tan gruesa era la capa de inmundicia que lo cubría todo.

Después de una cena que preferí obviar al ver que ésta se retorcía en el fondo de la herrumbrada cazuela, decidí acostarme en mi duro lecho, cubierto apenas con una mugrienta sábana, que otro más piadoso que yo hubiese podido confundir con la sábana santa por la innumerable cantidad de opacas manchas que satinaban la tela.

Deposité mis anteojos, es decir, los quevedos de Quevedo, en la mesita, temeroso de que ésta se desmoronara por el peso de las lentes, tan carcomida estaba la desdichada. Apagué el candil y cerré mis cansados ojos con la firme decisión de soñar que me hallaba lejos de allí, en Madrid o en Palermo, o en cualquier otro lugar que no fuera éste en el que, por desventura, me encontraba.

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1580. Nace en Madrid Francisco de Quevedo Villegas. Sus padres, Pedro Gómez de Quevedo y María de Santibáñez, ocupan puestos en la corte, siendo el padre secretario particular del príncipe.

1596. Comienza estudios de artes en la Universidad de Alcalá de Henares. Obteniendo el título de licenciado en 1600, año en el que inicia estudios de Teología en la misma universidad. En estas fechas se inicia la amistad con Pedro Téllez Girón, más tarde duque de Osuna.
1606. Quevedo vuelve a su ciudad natal, Madrid, donde recibe órdenes menores y se integra en la vida literaria de la corte.
1613. Viaja a Palermo para ponerse al servicio del duque de Osuna, Virrey de Sicilia entre los años 1610 y 1616.
1621. Muerte de Felipe III y subida al trono de Felipe IV. Proceso contra el duque de Osuna, que salpica a Quevedo. Encarcelado en Uclés durante un breve período.
1626. Acompañando de nuevo a la corte, se desplaza a Aragón a principios de año. Unos meses más tarde, aparecen impresas sin autorización en Zaragoza dos obras suyas: “Política de Dios” y “El Buscón”.
1631. Tras denuncias ante la Inquisición, publica “Juguetes de la niñez”, obra que recoge textos anteriores de burlescos y satíricos, ahora censurados.
1633. La hostilidad hacia el conde-duque de Olivares es ya evidente. Redacta en julio “Execración contra los judíos”, ataque frontal a la política del valido.
1634. En esta época desarrolla una gran actividad literaria: “De los remedios de cualquier fortuna”, “Epicteto”, “Virtud militante”, “Las cuatro fantasmas”, “Visita”, “Anatomía de la cabeza del cardenal Richelieu” o la “Carta a Luis XIII”.
1639. El 7 de diciembre es detenido y conducido al convento de San Marcos de León, donde permanecerá encarcelado hasta junio de 1643. En este tiempo escribe “La Rebelión de Barcelona” y “Providencia de Dios”.
1645. El 8 de septiembre muere en Villanueva de los Infantes, adonde se había desplazado a principios de este año.
Cayetano Gea Martín

2 comentarios:

Martuki dijo...

Muy buena la cancioncilla dl juglar, jajajajaja.

Martuki dijo...
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