-¿Puedo pasar?
“Por mí como si quieres ponerte a cagar en medio del salón.”
-Claro, por supuesto. Adelante.
-Vaya, veo que la vida de soltero no te va demasiado, ¿eh? A esta casa le falta una mano de mujer. La mía, de hecho. ¡Con lo bonita y bien decorada que dejé yo esta casa!
“La mano… En fin… Me voy a callar, mejor”
-Sí, bueno… Últimamente, con el trabajo y las clases, pues eso, no he tenido demasiado tiempo para encargarme de la casa como es debido. Pero estoy en ello, de verdad.
-No me tienes que dar explicaciones. Es tu casa, no la mía.
“Entonces, no las pidas, maldita bruja”.
-Claro. ¿Quieres tomar algo?
-No, bueno, sí. ¿Te queda café del mío? ¿Del que compraba yo? Creo que me dejé un par de paquetes cuando me fui.
“Los tiré a la basura, junto con los tres discos repugnantes de pop español asqueroso que te dejaste por aquí, más ese peluche horrible con forma de elefante subnormal con el que solías dormir. Pero te dije que lo perdí, como los discos, ja, je, ji, jo, ju.”
-No sé por dónde andarán. Mira a ver.
-¿Tú ya no tomas café o qué?
“Del tuyo no, puta.”
-Sí, pero el mío es barato: Saimaza Mezcla de toda la vida.
-Ay, qué poca carrera he hecho de ti, Luisito. Ni el gusto por tomar un buen café he conseguido inculcarte. Culpa mía, por supuesto.
“Jódete, zorra, ya tengo una madre.”
-Lo siento.
-¿Qué tal tu madre y tu padre?
“Como si te hubieran importado alguna vez, como si hubieras hecho tú algo por ellos aparte de insultarles y reírte de ellos a sus espaldas.”
-Están bien.
-¿Se acuerdan de mí, de vez en cuando?
“Vaya que sí. Se acuerdan de cómo le jodiste el corazón a su hijo”.
-Me preguntan por ti, claro.
-Ajá.
“Me preguntan si la zorra aquella sigue viva, básicamente”.
-Sí…
-Bueno… Yo…
“¿Sí?”
-¿Sí?
-Nada ha sido lo mismo desde que cortamos, ¿eh?
“¿Desde que cortamos, puta de mierda? ¡Te liaste con mi mejor amigo! ¡Con mi mejor amigo! ¡Maldita tú y maldito Marcos! Pero eso no fue lo peor, lo peor fue que te perdoné, que os perdoné. ¡A los dos! Tú te arrepentiste muchísimo y te pasaste un día entero llorando en mi regazo, diciéndome que eras lo peor, que no me merecía a alguien como tú, siendo yo tan bueno como soy yo, un cacho de pan, un corazón de oro, fácil de dañar y sin demasiados remordimientos, como hace todo el mundo. Todo el puto y asqueroso mundo. Me dijiste que nunca más, me juraste que eras a mí al que querías. Me dijiste que el engañarme te había hecho darte cuenta de que estabas más enamorada de mí que nunca. Dijiste que me querías. Juraste por todo lo jurable que me querías. Y a las dos semanas, ¡a las dos putas semanas! me vienes con un tenemos que hablar. Me dices que somos muy diferentes. Me dices que me quieres, pero que no estás enamorada. Me dices que yo soy demasiado bueno para ti. Me dices que siempre serás mi amiga. ¡Amiga! ¡Qué palabra más odiosa! ¡Qué premio de consolación repugnante, sucio, impío montón de estiércol humano! Me dejaste. Después de que me pones los cuernos con mi ex-mejor amigo, de que te perdono y me creo tus lágrimas, me dejas. ¡Me dejas! ¡Oh, cómo te odié! ¡Cómo te sigo odiando! ¡Cómo os sigo odiando a los dos! ¡Cómo me gustaría que vuestra mutua promiscuidad se cebara en vuestros cuerpos y os pegarais mutuamente un sidazo o una gonorrea chunga que os joda la vida! Han pasado ya tres meses ¡tres meses! y te sigo odiando tanto… Os sigo odiando tanto…”
-No, nada ha sido lo mismo desde que cortamos.
-No…
“Zorra. Puta. Zorra. Maldita zorra arruina vidas.”
-No, la verdad es que no.
-Esperaba que pudieras perdonarme algún día.
“¿Cómo? ¿He oído bien?”
-¿Sí?
-Esperaba que pudieras perdonarme hoy ya.
“¡Jamás!”
-Claro.
-¿Sí?
“No, nunca, ¡jamás!”
-Claro, mujer. Lo pasado, pasado está.
-¡Eres tan buena persona! ¡Gracias, cariño, muchas gracias!
“Maldita zorra embustera… ¡Ojala te ahogues con el café!”
-De nada.
-Oh, ¡qué café más horrible! ¿Cómo puedes beber este brebaje insulso?
“¿Cómo puedes tener la vergüenza de venir a mi casa, insultarme en mi puta cara y encima atreverte a pedirme perdón?”
-No sé… A mí me gusta… Es el que bebía en casa de mis padres.
-Tus padres, tus padres…
“¡Atrévete a decir algo malo de mis padres, zorra! ¡Atrévete!”
-Sí…
-Ya…
“¿Qué te estará rondando por esa mente retorcida? Maldita seas, joder, ¡maldita seas! ¡Solamente sabes joder al prójimo! No hay nada bueno dentro de ti, ¡nada!”
-Sí…
-Bueno…
“Suéltalo ya, puta, antes de que te ahogues en mi sofá.”
-¿Sí?
-Creo que cometí un error, ¿Sabes?
“¿Uno sólo?”
-¿Y eso?
-Creo… Creo que nunca debí dejarte.
“¿Cómo?”
-¿Cómo?
-Creo sinceramente que me equivoqué… Marcos es un cerdo, un auténtico cerdo. Pero a veces las chicas nos sentimos atraídas por los cerdos como él, en lugar de darnos cuenta de que los hombres buenos, como tú, no abundan. Y que habría que cuidaros más. Ya sabes, nos pasamos la vida quejándonos, diciendo que todos los hombres son iguales… Y cuando descubrimos uno que no lo es, nos asusta tantos que decidimos volver con los cerdos de siempre…
“Maldita hija de puta farsante de mierda. ¡Sal de mi casa!”
-Bueno… Yo también tengo mis malos momentos. Siento mucho que no funciones lo tuyo con Marcos.
-¿Ves? A eso me refiero: a pesar de todo el daño que te he hecho, te sigues preocupando por mí y por mi felicidad.
“Sí, vamos, no veas, tú.”
-Somos amigos, ¿no?
-Amigos…
“No.”
-Sí.
-Bueno… Es lo que te quería contar. Por eso he venido…
“Suéltalo, maldita, escúpemelo en la cara, para que pueda devolvértelo con creces, para que pueda sentirme bien de nuevo, para que pueda recuperar algo de la dignidad que me robaste”.
-Dime.
-Me preguntaba... Ay... Me preguntaba si habría alguna posibilidad, por remota que fuera, de que me dieras otra oportunidad.
“¿Otra oportunidad? ¡Oh, Dios mío! ¿Cabe tanta maldad dentro de un cuerpo tan pequeño?”
-No sé…
-Entendería si me dijeras que no.
“¿Entenderías si te dijera que no? ¿Pero realmente crees que puede haber otra respuesta? No, ¿me oyes? ¡No! ¡Jamás!”
-No sé. Creo que sí, depende.
-Bueno. ¿Qué te parece si hoy me quedo contigo y te hago la cena, ¿eh? Pero en plan amigos. Y mañana vamos viendo. Sin prisas. Sin presiones.
“¡No, jamás, ¡jamás! ¡Acabarías con lo poco que queda de mí! ¡Sería mi muerte! ¡Jamás!”
-Bueno…
-¿Sí o no?
“¡No! ¡Jamás! ¡Jamás! ¡Jamás!”
-Sí.
-¿Sabes? Te he echado mucho de menos.
“¡No!”
-Y yo a ti.
-Te… Te quiero, Luis.
“¡Te odio con toda mi alma! ¡Has arruinado mi triste y miserable vida!”
-Yo también te quiero, Ana.
Cayetano Gea Martín
8 comentarios:
Está muy bien lo de las realidades paralelas y simultáneas: dos mundos, dos historias diferentes; pero, cuál es la verdadera, cuál la auténtica, cuál la más sincera... Difícil cuestión.
Me suena eso de "Tenemos que hablar". Luego seguiría así: "Me sienta en el sofá y me dice que me deja, que necesita soledá, pa que su mente se equilibre, que me quiere pero no está enamorá..."
Básicamente, era eso: ¿Quién tiene razón? ¿El yo consciente o el super-yo?
Y, mientras, nos dejas a los lectores con ganas de introducir un mazo, un mayal, ¡algo!, dentro de la historia y acabar con los dos. O los tres.
Ay, mi pobre vena.
Dios santo! Qué buen diálogo, y qué cierto es!
Aplausos, Aplausos
Nushh,
De eso va: qué repugnantes resultan ambos tres... ¡Gracias por pasarte!
Alfie,
Me sacas los colores...
JA JE JI JO JU
Otro traumatizado con el profesor Moriarty.
Te diría que la historia cojonuda, pero no quiero ser rebundante
. (No me gusta el final, pero por que soy un positivista de los huevos, pero para gustos colores)
'Tenemos que hablar' ¿pero quién habla en realidad? y sobre todo ¿qué escuchamos? Mucho me temo que that´s the question.
Un abrazo y como de costumbre, un placer leerte.
Ten,
Siempre serás el mismo positivista de siempre... ¡Sigue asina!
Isa,
La incomunicación es la clave de nuestro tiempo, ¿no? Gracias por pasarte por aquí a peinar un poco las filfas que suelto...
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