Adolfo Bioy Casares (Buenos Aires, 1914- Buenos Aires, 1994) es un desconocido para el gran público pero no para cualquiera que se haya acercado aunque haya sido de forma tangencial a la obra de Borges. En mi opinión, si Borges es legible es gracias a la influencia de Bioy, que siempre renegó de estilos ampulosos. No en vano Bioy afirmó que Borges describió la trama de La invención de Morel como perfecta para que el estilo, que no agradaba tanto a Borges, quedase difuminado tras la contundencia de esa afirmación.
Bioy escribió la primera y posiblemente la mejor novela fantástica de Latinoamérica: La invención de Morel. También escribió el que es, en mi opinión, uno de los tres mejores cuentos escritos en el siglo pasado (no citaré los otros dos para no pillarme los dedos): En memoria de Paulina. Escribió otras novelas recomendables como Diario de la guerra del cerdo, Dormir al sol o Plan de evasión pero que no se acercaron ni por asomo a la obra de relojería que es La invención de Morel donde ni una sola de sus oraciones es baladí. En sus Memorias (Tusquets, 1994) Bioy afirma que escribió La invención de Morel más como un proyecto de eliminación de errores que de adición de nuevas formas o técnicas. Su idea era la de escribir al menos un libro bueno tras una serie de fracasos en forma de seis novelas más que olvidables.
No le faltaron amigos a Bioy. El más importante, Borges, con el que escribió varios libros de forma conjunta (cada uno escribía una frase), realizó algunas selecciones de obras fantásticas, líricas y policíacas (una pena que nadie se arriesgue a editar de nuevo estas colecciones), así como anotaciones de libros, traducciones y algunos prólogos. Pero fue amigo también de Octavio Paz, Rodolfo Wilcock, Ítalo Calvino o Julio Cortázar (gracias a éste conoció a Vargas Llosa durante una cena en París).
Bioy escribió algunos cuentos que merecen formar parte de cualquier antología. Entre ellos el ya mencionado En memoria de Paulina, El gran serafín o La trama celeste. En mi opninión, al igual que Cortázar, Bioy era mejor cuentista que novelista pero, del mismo modo que Cortázar, escribió una novela que ocultó de algún modo esa clara diferencia entre sus escritos breves y largos.
Bioy se casó con Silvina Ocampo, muy buena cuentista y poeta (me resulta extraño emplear esa rara palabra, poetisa) y abnegada mujer que tuvo que soportar con resignación las infidelidades continuas de su esposo.
Aún así, en las Memorias de Bioy tal vez lo más interesante sean sus palabras sobre Borges, alguna que otra anécdota (no le importa reírse de sí mismo, algo no muy habitual en las autobiografías y que yo agradezco profundamente) y la existencia de un cuento que ahora me obsesiona y que Bioy jamás terminó titulado Irse y que Borges calificó, cuando Bioy le reveló su trama como el mejor cuento del mundo.
Bioy escribió la primera y posiblemente la mejor novela fantástica de Latinoamérica: La invención de Morel. También escribió el que es, en mi opinión, uno de los tres mejores cuentos escritos en el siglo pasado (no citaré los otros dos para no pillarme los dedos): En memoria de Paulina. Escribió otras novelas recomendables como Diario de la guerra del cerdo, Dormir al sol o Plan de evasión pero que no se acercaron ni por asomo a la obra de relojería que es La invención de Morel donde ni una sola de sus oraciones es baladí. En sus Memorias (Tusquets, 1994) Bioy afirma que escribió La invención de Morel más como un proyecto de eliminación de errores que de adición de nuevas formas o técnicas. Su idea era la de escribir al menos un libro bueno tras una serie de fracasos en forma de seis novelas más que olvidables.
No le faltaron amigos a Bioy. El más importante, Borges, con el que escribió varios libros de forma conjunta (cada uno escribía una frase), realizó algunas selecciones de obras fantásticas, líricas y policíacas (una pena que nadie se arriesgue a editar de nuevo estas colecciones), así como anotaciones de libros, traducciones y algunos prólogos. Pero fue amigo también de Octavio Paz, Rodolfo Wilcock, Ítalo Calvino o Julio Cortázar (gracias a éste conoció a Vargas Llosa durante una cena en París).
Bioy escribió algunos cuentos que merecen formar parte de cualquier antología. Entre ellos el ya mencionado En memoria de Paulina, El gran serafín o La trama celeste. En mi opninión, al igual que Cortázar, Bioy era mejor cuentista que novelista pero, del mismo modo que Cortázar, escribió una novela que ocultó de algún modo esa clara diferencia entre sus escritos breves y largos.
Bioy se casó con Silvina Ocampo, muy buena cuentista y poeta (me resulta extraño emplear esa rara palabra, poetisa) y abnegada mujer que tuvo que soportar con resignación las infidelidades continuas de su esposo.
Aún así, en las Memorias de Bioy tal vez lo más interesante sean sus palabras sobre Borges, alguna que otra anécdota (no le importa reírse de sí mismo, algo no muy habitual en las autobiografías y que yo agradezco profundamente) y la existencia de un cuento que ahora me obsesiona y que Bioy jamás terminó titulado Irse y que Borges calificó, cuando Bioy le reveló su trama como el mejor cuento del mundo.