En el año 1.928, el alfabeto árabe fue remplazado en Turquía por el latino, en lo que se vino a llamar la revolución de las palabras (o algo parecido). Con ello se perdió buena parte de la tradición escrita turca sufí, de la antigua Anatolia, sobre todo en lo tocante al concepto del que quiero hablar aquí.
La idea en cuestión explica cómo los rostros de las personas están formados por letras árabes. Es decir, la forma de la nariz recuerda a determinada letra, los ojos a otra, etc. Las combinaciones son infinitas (tantas como rostros). Además, que es lo cojonudo, cada letra árabe tiene un significado propio, que en combinación con otras, puede llegar a “dibujar” la personalidad del individuo en cuestión (de hecho, se dice que el rostro de Mahoma está conformado en los arabescos de las mezquitas).
El protagonista, después de empaparse de este concepto, entiende por qué su mujer, seguidora de tal doctrina, le ha abandonado: ella ha leído en la cara de su esposo cómo realmente él es… Y no le ha gustado lo que ha visto. Galip, que así se llama el protagonista, comienza una búsqueda incansable de su esposa, mientras intenta, a través de acciones que se visualicen en su rostro, cambiar su forma de ser. Poco a poco, mientras se va adentrando en las callejuelas sórdidas de Estambul y va profundizando en los misterios del credo, comienza a visualizar no ya las caras, si no todo (las personas, los árboles, los edificios) como si estuviera compuesto por infinitas letras y, cada una, con un significado, un propósito oculto.
Esta idea me recuerda a otras parecidas que tratan de conformar la realidad utilizando un patrón determinado. Y en cierto punto, me parece lógico. Si un matemático observa el mundo desde su prisma de unos y ceros, si un neurólogo lo hace desde el suyo, ¿cómo no un escritor no va a ser capaz de ver letras y palabras por todos lados?
Creo que el concepto no puede ser más sugerente. Imaginaos por un segundo la cara de alguien en particular. Ved cómo está compuesta de millones de letras y cómo éstas cambian según la persona mueve su rostro, o si está triste y luego alegre. Incluso, si supiéramos leerlas, podríamos saber lo que piensa o si está enfermo… y cuánto tiempo le queda de vida. Nos convertiríamos en dioses, nada tendría secretos para nosotros. Ascenderíamos a los cielos, pero eso sí, a los cielos de las palabras.Y así, yo podría darle validez a una de las ideas que más sigo o quiero seguir: en el principio, estaba el verbo. Dios vino después, cuando hubo una palabra para poder nombrarlo.
Cayetano Gea Martín Bey
2 comentarios:
Y seguro que fue palabra de Dios...
Yo también me quedo con el verbo.
Un abrazo.
Isa, lo fue lo fue...
Besos silábicos!
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