viernes, agosto 31, 2007

Todos los juegos el juego


Juego, con el rumor de las olas que anidan en tus ojos avellana, con el calor frío que mora entre tus pechos blancos.

Gano, al ajedrez de los cretinos que pululan por esta selva de asfalto, al póquer desagradecido que no suelta dobles parejas.

Pierdo, por el tiempo que nos queda y que no ha de volver, por los años que gasté siendo la rémora de un sueño.

Despierto, en un mar de engaños tras la séptima puerta, en un refugio falso que no acepta cheques al portador.

Sueño, envuelto en las pantomimas de las cajas de regalo, comprimido en los atardeceres mirando a un mar foráneo.

Me desgrano, en las manos de dioses moribundos, en palanganas de héroes cancerosos, en el sexo depilado de las vestales de mi templo, en la luz hechicera de tus ojos de cíngara, en tu juego mortal con caricias de tahúr.


Cayetano Gea Martín

miércoles, agosto 29, 2007

Pierradas XI

Reflexiones de Monsieur Pierre Menard, extraídas de su libro de memorias "Un lúcido envuelto en estúpidos"

No ha mucho que me da por cantarle serenatas amatorias a la luna, pero la muy sorda nunca me responde. ¡Oh, cuán veleidosos son los astros!

De todos los países del mundo me quedo con Francia. Aquí se siente uno realmente bien. Como en casa. Y si eres francés, más.

Un amigo mío me contó hace poco la fábula de los sabios y el elefante, una supuesta parábola sobre la sabiduría. Un grupo de ancianos eruditos ciegos se dedican a tocar diferentes partes de un elefante con la intención de adivinar de qué se trata, y cada uno de ellos da una respuesta distinta. Pero la reflexión que hago yo es ¿por qué un puñado de vejestorios se iban a dedicar a toquetear a un proboscídeo? Me resulta bastante enfermizo.

El alcohol me ha ayudado siempre a lo largo de mi vida. Por ejemplo, cierto domingo de resaca mortal me encontraba en un estado tan lamentable que fui incapaz de acudir a cierta conferencia sobre Jean Austen a la cual estaba invitado. Hubiera muerto por combustión espontánea de volver a enfrentarme a los desvaríos maníaco-depresivos de tamaña bretona estrecha.

Aquellos que me critican de fraude ignoran que el arte es precisamente eso: una sucesión tras otra de acontecimientos fraudulentos. ¿Acaso soy el único que se da cuenta? ¿Sólo yo veo que detrás de El Guernica de Picasso se esconde poco más que un graffiti bien hecho?

Quienes comparan mi sátira con la desplegada por Eugène Labiche se olvidan de cierta cosa: él era un tío gordo hasta la morbidez y yo sin embargo soy más bien atlético. La ligera hinchazón intestinal que luzco últimamente se debe por entero a mis gastronómicas vacaciones a España, país al que aborrezco en casi todo menos en la comida, como bien sabe todo el mundo.

Francia no perdió la Guerra Peninsular gracias a Wellington, como la mayoría de los ingleses opinan con jactancia. El infernal calor africano que se señorea en ese repugnante país que está afortunadamente separado del nuestro por una cordillera es el culpable de todo. Un buen francés jamás podría soportar ese solazo. Se podría alegar que, curiosamente, los ingleses sí, pero es que a ellos les encanta dejarse la piel, literalmente, en España. Cuando salen fuera de su inmunda isla dejan de ser soldados para convertirse en meros guiris.

Con las mujeres pasa igual que con comer caracoles: son repugnantes pero inexplicablemente atrayentes (Inicio de su famoso discurso en la Université Femenina de París)



Cayetano Gea Martín
Cronista desautorizado de Pierre Menard


lunes, agosto 27, 2007

Lucía y Mateo

Mateo levantó su vista del rostro simiesco de George Bush que le miraba desde las profundidades sepias del periódico para posar sus ojos en el gordo culo de su mujer y espetarle a éste
-Hoy he visto a tu padre, ¿sabes?

Lucía se dio la vuelta lentamente, como siempre solía hacer. Su rostro abotargado por demasiadas noches de alcohol y bingo contempló la piltrafa escuálida en que se había ido convirtiendo su marido con el paso de los años.
-¿A mi padre? ¿Por qué? ¿Para qué?

-Bueno, siempre te estás quejando de que no paso tiempo con él. Me pareció un buen momento para visitarle y comenzar a crear lazos afectivos.

-¿Ahora?

-Sí, ¿por qué no?

-Porque mi padre está ingresado en una residencia y tiene un cáncer terminal y los médicos le dan un mes más, a lo sumo, quizá por eso, cabrón.

-Ah, es verdad, lo había olvidado,- respondió Mateo con una cruel sonrisa en su rostro macilento -Qué cruel por mi parte, ¿no?

Los ojos de huevo de Lucía despedían fuego. -Eres un hijo de la gran puta, ¿lo sabes, no?,- le espetó con odio a su marido.

-Sí, algo había oído al respecto, sí.

-No tienes suficiente con joderte la vida tú si no que me la quieres joder a mí, ¿no? ¿Por qué me odias tanto cuando yo no hago nada para merecer tu desprecio?

Mateo bebió in trago largo de cerveza para acto seguido eructar sobre el periódico. Una vaharada de alcohol pareció envolver fugazmente el labio leporino de Rajoy.
-Bueno, eso de que no haces nada es muy relativo, ¿no crees? Tu sola presencia ya resulta repugnante. ¿Tú te has visto bien? Estás cada día más gorda. Comes tantas costillas adobadas que se está poniendo cara de cerdo. ¡A ver si con suerte explotas y sigues a tu papi al infierno!

Y mientras que él con gesto aburrido, después de su breve pero intensa perorata, pasó a los deportes para observar el prominente cuello de Fernando Alonso, su mujer se posicionó a su espalda, con un enorme cuchillo de cocina en su mano derecha. Lucía alzo su brazo, con el filo del arma apuntando al cráneo de su marido. Qué fácil sería, pensó, bajar el brazo y partirle la cabeza en dos como un coco. Joder, qué condenadamente fácil sería, coño.

-¿Vas a matarme?, le preguntó Mateo a Lucía con toda la tranquilidad del mundo, mientras leía el chiste de Forges.

Lucía parecía paralizada por la situación, incapaz de decidirse. Su mano oscilaba al son de su orondo cuerpo. Cinco largos minutos más tarde, descendió su brazo y permaneció quieta unos instantes antes de decirle a la espalda de su marido -Voy a hacer la cena.

-Eso está bien, respondió Mateo. -Pero que no sean costillas adobadas otra vez, so foca burra.
Cayetano Gea Martín

jueves, agosto 23, 2007

La puerta se cierra, el silencio denota lágrimas, y los pasos tristes de la memoria corrompen las olas, mientras aún espero que la criatura que se arrastra detrás de mis pupilas deconstruya este mundo abominable pero hermoso, de sinfonías muertas al tacto, si podéis concebir parábola semejante, digamos gracias por los dones recibidos de mano de los griegos, kiitos.
Claro que aún surgen marejadas y desconsuelos aunque son los menos y atravesamos un momento melaza, por aquello de que hasta a las moscas, esas asiduas comedoras de mierda, la encuentran irresistible. ¿Sería ya pedir demasiado a mi grey?
¿Lo malo? Quizá la falta de experiencia kármica aún, pero, ey, ni Roma se destruyó en un día ni verle la espalda azul a Krishna va a ser tan fácil, ¿no? Al fin y al cabo, no se trata tanto de acercarse a algún dios, si no más bien el eliminarlos de la ecuación, Kant mediante.
Cayetano Gea Martín

sábado, agosto 18, 2007

Me niego

Me niego a tirar tu ropa sucia,
O a llenar la huella que tu cuerpo deja sobre mis sábanas

Me niego a mirar alrededor,
O a intentar abandonar tu aliento silvestre con jugando a las damas

Me niego a soportar el tedio,
O a ser uno más, un ser gris con el alma hipotecada

Me niego a cabalgar la soledad
O a creer en ese dios cruel que no da milagros al contado

Me niego a dejar de
A dejar de

Te quiero


Cayetano Gea Martín

sábado, agosto 11, 2007

Feel

Ella no quiso desprenderse de es ruidoso animalillo que correteaba a sus pies, instante preciso de ansias desaforadas, de cigarrillos apagados en la grupa de su cáncer, de ostras dejadas a su suerte, de las mieses del silencio y de la virginidad de los recuerdos, de las calles limpias de Helsinki, de la hueste de siervos y de la peste de machos viriles, adonis, feos sicarios con barro en la mirada.

Ella, acaso una piedra en el corazón de él (o acaso su mismo corazón) entendía mejor que nadie la futilidad de los actos precisos, la ingobernabilidad del azar, la intangible presencia de su sexo femenino y de sus ópalos, de la carne en flor y de las almas podridas.

Ella le conocía bien, oh, sí... Ella, Madrid, por si no era lógico ya, lo reclamaba de nuevo.

Repitan conmigo: la hipocresía no es buena, pero nos puede salvar... selvittää este

One more time... with feeling

Cayetano Gea Martín, sintiendo la condenada llamada de Iberia desde, aún, el círculo polar ártico