Reflexiones de Monsieur Pierre Menard, extraídas de su libro de memorias "Un lúcido envuelto en estúpidos"
No ha mucho que me da por cantarle serenatas amatorias a la luna, pero la muy sorda nunca me responde. ¡Oh, cuán veleidosos son los astros!
De todos los países del mundo me quedo con Francia. Aquí se siente uno realmente bien. Como en casa. Y si eres francés, más.
No ha mucho que me da por cantarle serenatas amatorias a la luna, pero la muy sorda nunca me responde. ¡Oh, cuán veleidosos son los astros!
De todos los países del mundo me quedo con Francia. Aquí se siente uno realmente bien. Como en casa. Y si eres francés, más.
Un amigo mío me contó hace poco la fábula de los sabios y el elefante, una supuesta parábola sobre la sabiduría. Un grupo de ancianos eruditos ciegos se dedican a tocar diferentes partes de un elefante con la intención de adivinar de qué se trata, y cada uno de ellos da una respuesta distinta. Pero la reflexión que hago yo es ¿por qué un puñado de vejestorios se iban a dedicar a toquetear a un proboscídeo? Me resulta bastante enfermizo.
El alcohol me ha ayudado siempre a lo largo de mi vida. Por ejemplo, cierto domingo de resaca mortal me encontraba en un estado tan lamentable que fui incapaz de acudir a cierta conferencia sobre Jean Austen a la cual estaba invitado. Hubiera muerto por combustión espontánea de volver a enfrentarme a los desvaríos maníaco-depresivos de tamaña bretona estrecha.
Aquellos que me critican de fraude ignoran que el arte es precisamente eso: una sucesión tras otra de acontecimientos fraudulentos. ¿Acaso soy el único que se da cuenta? ¿Sólo yo veo que detrás de El Guernica de Picasso se esconde poco más que un graffiti bien hecho?
Quienes comparan mi sátira con la desplegada por Eugène Labiche se olvidan de cierta cosa: él era un tío gordo hasta la morbidez y yo sin embargo soy más bien atlético. La ligera hinchazón intestinal que luzco últimamente se debe por entero a mis gastronómicas vacaciones a España, país al que aborrezco en casi todo menos en la comida, como bien sabe todo el mundo.
Francia no perdió la Guerra Peninsular gracias a Wellington, como la mayoría de los ingleses opinan con jactancia. El infernal calor africano que se señorea en ese repugnante país que está afortunadamente separado del nuestro por una cordillera es el culpable de todo. Un buen francés jamás podría soportar ese solazo. Se podría alegar que, curiosamente, los ingleses sí, pero es que a ellos les encanta dejarse la piel, literalmente, en España. Cuando salen fuera de su inmunda isla dejan de ser soldados para convertirse en meros guiris.
Con las mujeres pasa igual que con comer caracoles: son repugnantes pero inexplicablemente atrayentes (Inicio de su famoso discurso en la Université Femenina de París)
Cayetano Gea Martín
Cronista desautorizado de Pierre Menard
2 comentarios:
Jjajaja sigo enamorada de este tipo tan deleznable... alguna perversión mental ha de ser!!
Po zí... Háztelo mirar, cara amica, que no es normal, jurjur...
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