Camino con las manos en los bolsillos y el cigarrillo posado en mis labios que me hace toser y bizquear a causa del humo. Oteo a mi alrededor, intentando atrapar miradas de anhelo y acople tatuadas en los jóvenes rostros femeninos, en sus ojos pintados de panteras adolescentes. Como siempre, lo que observo es desdén y cierta invisibilidad, como si no existiera. Ya ni frustración siento, tan acostumbrado estoy. A mis dieciocho años, todos los sábados me parecen iguales, todos los rostros femeninos el mismo, su desdén idéntico. O eso creo. No se puede estar seguro. ¡Ojalá el mundo fuera como en las películas de madrugada del Canal 7!
Camino por el céntrico barrio de Argüelles con destino fijo. Mi ángel me recuerda que el examen de Selectividad está a sólo dos semanas de convertirse en una dolorosa experiencia empírica que sentiré sobre mis propias carnes. También, de paso, me comenta que no tengo nada planeado para después, que mi destino no existe si no lo forjo, y que detrás de este verano, el último verano libre, las tierras baldías ocuparán todo el horizonte. Mi demonio vuelve a llenarme el coco con agradables pensamientos narcóticos, tales como el lugar hacia donde me llevan mis pasos, mi cercano cumpleaños, el nuevo número de Spawn que duerme en mi mochila, cuándo coño saldrá el próximo disco de Stratovarius y los rumores que me van llegando acerca de la nueva trilogía de Star Wars que están rodando.
Mis pasos me llevan hacia cierto lugar conocido desde hace ya un par de años, quizá más. Allí he quedado con mi bien nutrido grupo de amigos, todos ellos amantes como yo, del mismo tipo de música que descubrí tiempo ya, cuando en casa de uno de ellos escuché el tema ‘Rebellion in Dreamland’ del grupo alemán Gamma Ray y vi la luz. Tuve entonces lo que después, a base de leer mucho, he conocido que se denomina epifanía, que suena mucho más importante y menos católico que revelación.
Es por ello que amo el lugar al que voy, a ese templo pagano cuyo sumo sacerdote es una especie de gurú, de guía espiritual. En su haber se halla la mayor colección de música cañera que vieran los siglos. Cientos, qué digo cientos, miles de compactos se agolpan unos contra otros deseando ser escogidos por la sabiduría popular del mayor y mejor pincha discos de rock que ha conocido esta ciudad impía (y parte de La Mancha): Jose.
Ya estoy llegando. Atravieso la marea de niñatos borrachos y me planto en la puerta del garito. Qué digo garito. El cielo, éso es lo que es. Con paso decidido, cruzo el umbral y entro en el Akelarre…
Cayetano Gea Martín
4 comentarios:
Pues sí, yo sólo he estado un par d veces pero ya tiene un incalculable valor sentimental para mi, además dl valor musical. Una pena q ya ni esté el Jose ni se llame Akelarre... Pero seguiremos disfrutando d la música, y d la cara d los flipaos cuando ponen "Emerald Sword", jajajajaja.
¡Por supuesto que sí!
Y como tú bien sabes, that you hear now it's the suffering voices of all the heroes that cross this land before you...
Yes, mighty warrior!!!!
Jajajaja
up the Irons!
Juas juas, estamos fatal d lo nuestro, eh? Ayer se nos fue la pinza infinito en el bar, jejejejeje. a ver si consigo convencer a Tamara y nos pasamos esta noche x el Quiz, q total, x un eurito... Joder, q unas risas caen fijo!!! A seguir bien.
Ay, cuánta ignorancia friki, jeje...
Y sí, el pub marcó mi vida y la de mucha gente de mi quinta...
Nunca le agradecí a Jose que nos hubiera convertido en los jebis de provecho que somos ahora...
¿Incomprendidos? Yes, pero nos morimos de placer por un buen riff...
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