I
Debo a mi obstinada curiosidad la conciencia de existencia del Otro y de los ladrones de libros. Todo comenzó en la librería de Garay, que visitaba una vez al mes en busca de libros y conversaciones (ambos eran escasos en mi vida o, tal vez, nunca suficientes). Habitualmente era yo quien elegía los títulos que me llevaba a casa (los llevaba pulcramente anotados en una página minúscula de una libreta) pero Garay se permitía aconsejarme algún título que yo no había escuchado antes ni por asomo. Esta vez le pedí un Tratado sobre los espejos de Hutchinson y una novela inmemorable de un amigo escritor del que no desvelaré su nombre por cierto sentido del decoro que aún me empuja a la corrección política. Garay se permitió recomendarme una novela y para ello empleó un tono críptico que no era habitual en él.
-El Otro- me dijo- contiene todo aquello sobre lo que siempre has querido escribir. Lo descubrí la semana pasada y sé que te puede interesar.
Me acercó el libro y lo dejó sobre el mostrador. Lo cogí casi sin mirarlo. Tan sólo vislumbré el color bermejo de la cubierta con letras mayúsculas en negro anunciando el nombre del autor y el título de la obra:
EL OTRO
Por Rómulo Gea.
Lo guardé en la bolsa con el resto de adquisiciones. Pagué a Garay y le prometí volver el mes siguiente con mi opinión sobre la novela. Me instó a que la leyera lo antes posible. Te interesará, sin duda, repitió.
Me marché a casa y dejé los libros sobre la mesa del despacho. Nunca he sido un lector impaciente. Impetuoso sí, pero no impaciente. Me gusta dejar reposar las nuevas adquisiciones en casa, percibir cómo se impregnan del olor y el polvo del despacho y, pasado un tiempo, deleitarme en su lectura sintiéndolos como algo propio desde la lectura de la primera página. De este modo procedí con mis nuevas adquisiciones.
Una semana después sonó el teléfono. Era Garay:
-¿Leíste la novela que te recomendé?
-Ni siquiera la he abierto.
-Deberías leerla- volvió a emplear su tono críptico.
-¿Por qué tanto interés en la novela?- inquirí.
-Deberías leerla.
Colgó.
He de confesar que consiguió intrigarme. Fue más su insistencia en que leyera la novela que su tono artificialmente críptico. Decidí por tanto obviar el ritual al que sometía a mis libros. Recogí de la pila de libros el que Garay me había recomendado, me senté con aplomo en mi sillón de orejas y comencé a leer.
II
La lectura del libro me indignó y me aterró simultáneamente. A decir verdad, no sabía por cual de los dos estados decidirme. Al leer la primera oración del libro comprendí dos cosas: a) no necesitaba leer lo que restaba de la obra (aunque lo haría) y b) el interés de Garay por que leyese la novela estaba de sobra justificado. Proseguí la lectura, que me llevó unas tres horas. Decidí descansar. Bajé a cenar a un restaurante cercano, consumí una cena abundante y la regué con un excelente vino que me embriagó de inmediato. Sin duda necesitaba encontrarme en aquel estado. Regresé a casa y me preparé un whisky con hielo bien cargado. Dejé el vaso sobre la mesa del despacho y de una estantería saqué con cuidado una carpeta antigua que contenía unas cuartillas escritas por mí mismo hacía no menos de un año. Recogí la novela del salón y me senté en el escritorio.
Siempre he pensado que el silencio preludia los momentos cruciales de nuestras vidas. Aquel fue también un instante silencioso. Me disponía a cotejar aquellas obra que Garay me había recomendado con unas cuartillas escritas por mí hacía más de un año, sabiendo de antemano que los textos que contenían novela y cuartillas eran similares, si no idénticos.
Reinicié una lectura detenida de la novela tomando algunas notas. Analicé su estilo, sus personajes, sus giros argumentales, su sintaxis. Finalicé el análisis del primer capítulo de la novela y me arrojé sobre mis cuartillas. No había duda: allí estaban el mismo estilo, los mismos personajes, los mismos giros argumentales, la misma sintaxis, todos ellos como imágenes especulares de la novela de Rómulo Gea. Volvió la disyuntiva entre la indignación o el terror:
-Indignación: si la novela era una copia de mis cuartillas.
-Terror: si la novela no era una copia de mis cuartillas.
Decidí postergar el cotejo del resto del libro, con el convencimiento de que no encontraría diferencias sustanciales con respecto a lo analizado.
Pese a que esperaba que el insomnio no me dejase pegar ojo, dormí profundamente. No soñé.
III
Me desperté repuesto y ansioso por comenzar a trabajar. Pasé la mañana comparando la novela con las cuartillas. Eran, sin duda, la misma obra, aunque con leves modificaciones. He de reconocer (esto es penoso para un autor) que la novela de Rómulo Gea era superior a la que yo había proyectado. Parecía que mis cuartillas hubiesen sido sometidas a una tarea correctora que mejoraba notablemente lo que yo había escrito. Pero había algo más en aquellas correcciones. Yo hubiese suscrito todas y cada una de ellas. Había en la novela de Rómulo Gea (¿o era mía, o de ambos?) un ineludible olor a mí mismo incluso en las correcciones del texto que yo aún no había acometido. Era esa pre-visión, ese adelantamiento a mis intenciones lo que contribuía a al convencimiento de que la novela de Rómulo Gea era una creación atroz. La indignación, sin embargo, aún ocupaba una parte importante entre mis sentimientos encontrados.
La posibilidad de que alguien hubiese copiado mi novela era la que mantenía mi indignación latente. Pero era esa una posibilidad muy remota. Yo no había desvelado jamás el argumento de mi novela. Ni siquiera había señalado a nadie la mera existencia de aquellas cuartillas. Tan sólo declaré en un par de ocasiones la intención de escribir. Nunca las mostré. Las visitas a mi casa, muy esporádicas, y por lo normal femeninas, no estaban relacionadas con el mundo literario, por lo que tenía la seguridad de que el descubrimiento accidental de mis cuartillas por parte de alguna de aquellas visitas no hubiese despertado el más leve deseo de hurtarlas o, mucho menos, de imitarlas.
Cuando analizaba la situación desde este punto de vista descubría que las posibilidades de que alguien hubiese copiado mi novela eran casi nulas. Pero entonces dejaba el camino libre a mi imaginación para postular decenas de hipótesis a cual más disparatada y fantástica:
1.Yo estaba soñando y lo que vivía no eran más que alucinaciones de un cerebro que vivía en su eterno opuesto. Esta era a todas luces la menos original (recordaba a aquél cuento del chino y la mariposa) y acaso la menos verosímil de las hipótesis.
2. Existía un doble de mí mismo que vivía y escribía como yo pero con unos meses de adelanto (las correcciones a mi texto así lo sugerían). No pude evitar, a continuación, fantasear con la posibilidad de un encuentro con mi doble, las posibilidades literarias que ello ofrecía y las consecuencias físicas que podría ocasionar ese encuentro.
3. Mis cuartillas no eran más que una burda copia de la novela de Rómulo Gea y era yo el inconsciente impostor y no él. La verosimilitud de esta hipótesis se me antojaba nula, a no ser que fuese presentada en combinación con la hipótesis número 1.
4. Se trataba de una broma de alguien que había tenido acceso a mis cuartillas, que había realizado una copia de las mismas, las había corregido y se había permitido publicarlas. Esta hipótesis se me tornaba como la más realista (sin duda) y sin embargo mi intuición la negaba de forma rotunda.
5. Cabía la existencia (llegados a este punto mi imaginación ya era inagotable) de universos paralelos en los que yo hubiese finalizado mi novela y ésta hubiese llegado a mis manos a través de alguna grieta temporal que mi sosias habría aprovechado para jugarme una mala pasada (no podía descartar esta opción sabiendo lo perverso que tiendo a ser conmigo mismo).
6. Alguien podría haberme escuchado hablar en sueños sobre mi novela y después haberla hurtado de mi despacho o haber realizado el esfuerzo menardiano de tratar de escribirla, suplantándome en el estilo y las ideas e incluso en las correcciones aún no realizadas (hipótesis descabellada, es cierto, pero nacida de la desesperación).
7. Yo mismo había escrito la novela y no lo recordaba (esta posibilidad me intrigaba especialmente). Pero, ¿por qué publicar la novela con pseudónimo? A no ser que yo fuese Rómulo Gea y no quien creía ser.
8. Podían existir combinaciones de las hipótesis anteriores que complicasen (¡más aún!) la explicación de las novelas duplicadas.
9. Ninguna de las posibilidades anteriores (agotadas mi inventiva y mi modestia esta me parecía la más fantástica de las hipótesis).
(continuará)
Debo a mi obstinada curiosidad la conciencia de existencia del Otro y de los ladrones de libros. Todo comenzó en la librería de Garay, que visitaba una vez al mes en busca de libros y conversaciones (ambos eran escasos en mi vida o, tal vez, nunca suficientes). Habitualmente era yo quien elegía los títulos que me llevaba a casa (los llevaba pulcramente anotados en una página minúscula de una libreta) pero Garay se permitía aconsejarme algún título que yo no había escuchado antes ni por asomo. Esta vez le pedí un Tratado sobre los espejos de Hutchinson y una novela inmemorable de un amigo escritor del que no desvelaré su nombre por cierto sentido del decoro que aún me empuja a la corrección política. Garay se permitió recomendarme una novela y para ello empleó un tono críptico que no era habitual en él.
-El Otro- me dijo- contiene todo aquello sobre lo que siempre has querido escribir. Lo descubrí la semana pasada y sé que te puede interesar.
Me acercó el libro y lo dejó sobre el mostrador. Lo cogí casi sin mirarlo. Tan sólo vislumbré el color bermejo de la cubierta con letras mayúsculas en negro anunciando el nombre del autor y el título de la obra:
EL OTRO
Por Rómulo Gea.
Lo guardé en la bolsa con el resto de adquisiciones. Pagué a Garay y le prometí volver el mes siguiente con mi opinión sobre la novela. Me instó a que la leyera lo antes posible. Te interesará, sin duda, repitió.
Me marché a casa y dejé los libros sobre la mesa del despacho. Nunca he sido un lector impaciente. Impetuoso sí, pero no impaciente. Me gusta dejar reposar las nuevas adquisiciones en casa, percibir cómo se impregnan del olor y el polvo del despacho y, pasado un tiempo, deleitarme en su lectura sintiéndolos como algo propio desde la lectura de la primera página. De este modo procedí con mis nuevas adquisiciones.
Una semana después sonó el teléfono. Era Garay:
-¿Leíste la novela que te recomendé?
-Ni siquiera la he abierto.
-Deberías leerla- volvió a emplear su tono críptico.
-¿Por qué tanto interés en la novela?- inquirí.
-Deberías leerla.
Colgó.
He de confesar que consiguió intrigarme. Fue más su insistencia en que leyera la novela que su tono artificialmente críptico. Decidí por tanto obviar el ritual al que sometía a mis libros. Recogí de la pila de libros el que Garay me había recomendado, me senté con aplomo en mi sillón de orejas y comencé a leer.
II
La lectura del libro me indignó y me aterró simultáneamente. A decir verdad, no sabía por cual de los dos estados decidirme. Al leer la primera oración del libro comprendí dos cosas: a) no necesitaba leer lo que restaba de la obra (aunque lo haría) y b) el interés de Garay por que leyese la novela estaba de sobra justificado. Proseguí la lectura, que me llevó unas tres horas. Decidí descansar. Bajé a cenar a un restaurante cercano, consumí una cena abundante y la regué con un excelente vino que me embriagó de inmediato. Sin duda necesitaba encontrarme en aquel estado. Regresé a casa y me preparé un whisky con hielo bien cargado. Dejé el vaso sobre la mesa del despacho y de una estantería saqué con cuidado una carpeta antigua que contenía unas cuartillas escritas por mí mismo hacía no menos de un año. Recogí la novela del salón y me senté en el escritorio.
Siempre he pensado que el silencio preludia los momentos cruciales de nuestras vidas. Aquel fue también un instante silencioso. Me disponía a cotejar aquellas obra que Garay me había recomendado con unas cuartillas escritas por mí hacía más de un año, sabiendo de antemano que los textos que contenían novela y cuartillas eran similares, si no idénticos.
Reinicié una lectura detenida de la novela tomando algunas notas. Analicé su estilo, sus personajes, sus giros argumentales, su sintaxis. Finalicé el análisis del primer capítulo de la novela y me arrojé sobre mis cuartillas. No había duda: allí estaban el mismo estilo, los mismos personajes, los mismos giros argumentales, la misma sintaxis, todos ellos como imágenes especulares de la novela de Rómulo Gea. Volvió la disyuntiva entre la indignación o el terror:
-Indignación: si la novela era una copia de mis cuartillas.
-Terror: si la novela no era una copia de mis cuartillas.
Decidí postergar el cotejo del resto del libro, con el convencimiento de que no encontraría diferencias sustanciales con respecto a lo analizado.
Pese a que esperaba que el insomnio no me dejase pegar ojo, dormí profundamente. No soñé.
III
Me desperté repuesto y ansioso por comenzar a trabajar. Pasé la mañana comparando la novela con las cuartillas. Eran, sin duda, la misma obra, aunque con leves modificaciones. He de reconocer (esto es penoso para un autor) que la novela de Rómulo Gea era superior a la que yo había proyectado. Parecía que mis cuartillas hubiesen sido sometidas a una tarea correctora que mejoraba notablemente lo que yo había escrito. Pero había algo más en aquellas correcciones. Yo hubiese suscrito todas y cada una de ellas. Había en la novela de Rómulo Gea (¿o era mía, o de ambos?) un ineludible olor a mí mismo incluso en las correcciones del texto que yo aún no había acometido. Era esa pre-visión, ese adelantamiento a mis intenciones lo que contribuía a al convencimiento de que la novela de Rómulo Gea era una creación atroz. La indignación, sin embargo, aún ocupaba una parte importante entre mis sentimientos encontrados.
La posibilidad de que alguien hubiese copiado mi novela era la que mantenía mi indignación latente. Pero era esa una posibilidad muy remota. Yo no había desvelado jamás el argumento de mi novela. Ni siquiera había señalado a nadie la mera existencia de aquellas cuartillas. Tan sólo declaré en un par de ocasiones la intención de escribir. Nunca las mostré. Las visitas a mi casa, muy esporádicas, y por lo normal femeninas, no estaban relacionadas con el mundo literario, por lo que tenía la seguridad de que el descubrimiento accidental de mis cuartillas por parte de alguna de aquellas visitas no hubiese despertado el más leve deseo de hurtarlas o, mucho menos, de imitarlas.
Cuando analizaba la situación desde este punto de vista descubría que las posibilidades de que alguien hubiese copiado mi novela eran casi nulas. Pero entonces dejaba el camino libre a mi imaginación para postular decenas de hipótesis a cual más disparatada y fantástica:
1.Yo estaba soñando y lo que vivía no eran más que alucinaciones de un cerebro que vivía en su eterno opuesto. Esta era a todas luces la menos original (recordaba a aquél cuento del chino y la mariposa) y acaso la menos verosímil de las hipótesis.
2. Existía un doble de mí mismo que vivía y escribía como yo pero con unos meses de adelanto (las correcciones a mi texto así lo sugerían). No pude evitar, a continuación, fantasear con la posibilidad de un encuentro con mi doble, las posibilidades literarias que ello ofrecía y las consecuencias físicas que podría ocasionar ese encuentro.
3. Mis cuartillas no eran más que una burda copia de la novela de Rómulo Gea y era yo el inconsciente impostor y no él. La verosimilitud de esta hipótesis se me antojaba nula, a no ser que fuese presentada en combinación con la hipótesis número 1.
4. Se trataba de una broma de alguien que había tenido acceso a mis cuartillas, que había realizado una copia de las mismas, las había corregido y se había permitido publicarlas. Esta hipótesis se me tornaba como la más realista (sin duda) y sin embargo mi intuición la negaba de forma rotunda.
5. Cabía la existencia (llegados a este punto mi imaginación ya era inagotable) de universos paralelos en los que yo hubiese finalizado mi novela y ésta hubiese llegado a mis manos a través de alguna grieta temporal que mi sosias habría aprovechado para jugarme una mala pasada (no podía descartar esta opción sabiendo lo perverso que tiendo a ser conmigo mismo).
6. Alguien podría haberme escuchado hablar en sueños sobre mi novela y después haberla hurtado de mi despacho o haber realizado el esfuerzo menardiano de tratar de escribirla, suplantándome en el estilo y las ideas e incluso en las correcciones aún no realizadas (hipótesis descabellada, es cierto, pero nacida de la desesperación).
7. Yo mismo había escrito la novela y no lo recordaba (esta posibilidad me intrigaba especialmente). Pero, ¿por qué publicar la novela con pseudónimo? A no ser que yo fuese Rómulo Gea y no quien creía ser.
8. Podían existir combinaciones de las hipótesis anteriores que complicasen (¡más aún!) la explicación de las novelas duplicadas.
9. Ninguna de las posibilidades anteriores (agotadas mi inventiva y mi modestia esta me parecía la más fantástica de las hipótesis).
(continuará)
3 comentarios:
Me inclino más por la hipótesis número 7. La escribiste pero no te acuerdas porque el exceso de whisky hace estragos en las neuronas. De todas formas yo no me fiaría mucho de ningún Gea, sobre todo cuando compartes blog a medias con uno de ellos.
Un saludo de otro Gea.
Yo voto x la opción 5. Es la q más me gusta.
Obviamente no será ninguna de ellas porque si no ya estaría ofreciendo la solución antes de tiempo. Aunque e sposible que sea alguna combinación de ellas. No lo sé ni yo, o sea que...
Y no, los Gea no traen nada bueno, jeje. De todos modos este personaje lo llevo arrastrando mucho tiempo y tengo que encontrarle alguna vez una buena historia. A ver si con esta lo hago por fin.
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