Descubrí a Umbral como autor literario y no sólo como columnista a través de Mortal y rosa. Creo que calificarla como una de las mejores obras de prosa poética de los últimos 30 años no es una exageración. A los que somos de mi generación (de las siguientes no hablo porque me da miedo), Umbral nos llegó como aquel señor de voz cavernosa y con aspecto de dandy venido a menos que sólo quería hablar de su libro en un programa que presentaba la gran hermana Mercedes Milá. Nunca me cayó mal ese señor (sería que aquello de cantarle las cuarenta a la Milá me gustaba), pero no me decidí a leer nada suyo hasta hace unos pocos años.
Mortal y rosa fue escrita por Umbral tras la muerte de su hijo de seis años. Como todas las novelas de amor, porque Mortal y rosa, si es que puede ser clasificada de algún modo, sería como novela de amor, nace de un conflicto. Alguien dijo alguna vez que la historia de amor feliz no es literaria. Todas las buenas obras literarias que han tratado sobre el amor lo han hecho siempre desde el conflicto: con uno mismo, con los demás (estas son las más frecuentes) o incluso con Dios. En el caso de Mortal y rosa ese conflicto es la muerte, o más bien cómo soportar la muerte en vida. Así pues el amor llena la novela, o el diario, o lo que quiera que sea esta obra. Si alguien nunca ha leído a Umbral, que respire hondo, aleje sus prejuicios y lea estas líneas:
"Sólo encontré una verdad en la vida, hijo, y eras tú. Sólo encontré una verdad en la vida y la he perdido. Vivo de llorarte en la noche con lágrimas que queman la oscuridad. Soldadito rubio que mandaba en el mundo, te perdí para siempre. Tus ojos cuajaban el azul del cielo. Tu pelo doraba la calidad del día. Lo que queda después de ti, hijo, es un universo fluctuante, sin consistencia, como dicen que es Júpiter, una vaguedad nauseabunda de veranos e inviernos, una promiscuidad de sol y sexo, de tiempo y muerte, a través de todo lo cual vago solamente porque desconozco el gesto que hay que hacer para morirse. Si no, haría ese gesto y nada más. Qué estúpida la plenitud del día. ¿A quién engaña este cielo azul, este mediodía con risas? ¿Para quién se ha urdido esta inmensa mentira de meses soleados y campos verdes? ¿Por qué este vano rodeo de la muerte por las costas de la primavera? El sol es sórdido y el día resplandece de puro inútil, alumbra de puro vacío, y en el cabeceo del mundo bajo un viento banal sólo veo la obcecación vegetal de la vida, su torpeza de planta ciega. El universo se rige siempre por la persistencia, nunca por la inteligencia. No tiene otra ley que la persistencia. Sólo el tedio mueve las nubes en el cielo y las olas en el mar."
He vuelto a Umbral con "Un ser de lejanías", que publicó en el año 2001. Muchos de los temas de Mortal y rosa se encuentran también en este diario íntimo (no sé denominarlo de otro modo), en el que Umbral, ya de vuelta de todo, arremete contra la literatura como negocio, aunque se sabe parte de él. Escribe sobre mujeres, reales o imaginarias, qué más da si eso permite que deje algunas de esas metáforas que le hicieron famoso. Y habla sobre literatura (Cela, Borges o Juan Ramón recorren algunas páginas), y sobre todo una desidia que no hace recomendable la lectura de la obra a aquel que esté pasando una mala racha. Sin embargo, he descubierto una afinidad con Umbral, que me ha sorprendido y que, de hecho, ha incrementado mi estima por él, y que tiene que ver con su repulsa por lo que él llama "el asunto" y que no es otra cosa que la trama o el argumento en las novelas. Y lo defiende de este modo que me parece genial:
"El punto terminal y glorioso del arte es pintar la pintura – abstracto - musicar la música, escribir la escritura. Prescindir del tema/soporte, en fin. Las meninas y las tres gracias y los apóstoles del Greco no son más que un soporte para hacer pintura, Ana Karenina es un soporte, y Madame Bovary y Carlos V y las señoritas de Aviñón. Las tormentas de Beethoven y las óperas de Wagner son soportes para hacer música. El David de Donatello es una disculpa, un motivo para jugar con las formas. El gótico es una época y el barroco es una constante, una tendencia, un eón. Pero ambos estilos se justifican en sí mismos. Dios es un soporte para hacer catedrales. El dólar es un soporte para hacer rascacielos."
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