No puedo dormir. No puedo dormir, joder, joder.
Llevo mi culpabilidad atravesada entre los párpados. Las mayores atrocidades, esas que ocupan más de medio telediario, se suelen acometer a plena luz del día. Pero al caer la noche, cuando a uno le da por recordar lo hecho ese mismo día, lo perpetrado, a pesar de ser totalmente justificable, no se puede evitar que se forme un nudo en la garganta, ni llorar desconsoladamente, sumido en negros y tristes pensamientos.
Hay que ser muy hijo de puta para preocuparse solamente de posibles represalias sociales. Muy hijo de la gran putísima. A mí no me acojona el hecho de ir a la cárcel, no señor. No me asusta la gentuza de mora ahí dentro, ni lo que puedan hacerle a mi culo. Eso es un daño físico, y nada más que eso. A mí lo que no me está dejando pegar ojo esta noche es el hecho de no saber a ciencia cierta quién voy a ser a partir de ahora. En qué me he convertido. Porque de lo que he hecho hoy no hay vuelta de hoja. Como dicen en las películas y en los discos de Metal, acabo de cruzar el jodido punto de no retorno. Mierda.
Pero, ¿acaso es tan monstruoso lo que he hecho? Creo que no, quiero creer que no, joder. Se lo merecía. Se lo merecía, el muy cabrón. Y sí, quizá el haya pagado por todos los cabrones que, como él, pululan por Madrid (y sospecho, que, lamentablemente, por el resto del mundo también). Pero que se joda. Se lo merecía. Y si la justicia no es capaz de hacer lo que tiene que hacer, ¿qué nos queda a lo decentes y responsables ciudadanos? ¿Quién nos ayuda? Nadie, joder. ¡Nadie! Y sé que a buen seguro un montón de hipócritas de mierda me condenarán, horrorizados por mi acción, pero secretamente complacidos. Sé que en sus falsos corazones aprobarán lo que hecho.
Pero, aún así, me siento mal, muy mal. Porque no sé si esta acción particular me convertirá en un monstruo. Aunque esté totalmente convencido de que el mariconazo se lo merecía. De eso no tengo dudas, no señor. Ninguna duda.
Todos los días.
Todos los putos días teniendo que bregar con la misma mierda. Y entonces, de repente, lo volví a sentir. Otra vez. Una puta vez más. Y vi al responsable. Vi al hijo de puta que lo había hecho haciéndolo de nuevo a apenas unos metros de su último crimen. Vi a ese hijo de la gran puta. Y al hijo de puta aún mayor de su cómplice. Ellos siempre van con su cómplice para poder justificarse después.
Y estallé.
Estallé contra él, contra el cómplice y contra la puta pasividad de esta sociedad de mierda, por permitir estas cosas.
Estallé.
Ostias, y de qué manera.
Me agaché, recogía del suelo la mierda aún humeante que el cabrón acababa de cagar, me acerqué a él, le enganché por el cuello y le obligué a tragársela, ante la atónita mirada de su dueña, cuyos ojos parecían querer salírsele de las órbitas, paralizada de terror.
Putos perros de mierda…
Cayetano Gea Martín
Llevo mi culpabilidad atravesada entre los párpados. Las mayores atrocidades, esas que ocupan más de medio telediario, se suelen acometer a plena luz del día. Pero al caer la noche, cuando a uno le da por recordar lo hecho ese mismo día, lo perpetrado, a pesar de ser totalmente justificable, no se puede evitar que se forme un nudo en la garganta, ni llorar desconsoladamente, sumido en negros y tristes pensamientos.
Hay que ser muy hijo de puta para preocuparse solamente de posibles represalias sociales. Muy hijo de la gran putísima. A mí no me acojona el hecho de ir a la cárcel, no señor. No me asusta la gentuza de mora ahí dentro, ni lo que puedan hacerle a mi culo. Eso es un daño físico, y nada más que eso. A mí lo que no me está dejando pegar ojo esta noche es el hecho de no saber a ciencia cierta quién voy a ser a partir de ahora. En qué me he convertido. Porque de lo que he hecho hoy no hay vuelta de hoja. Como dicen en las películas y en los discos de Metal, acabo de cruzar el jodido punto de no retorno. Mierda.
Pero, ¿acaso es tan monstruoso lo que he hecho? Creo que no, quiero creer que no, joder. Se lo merecía. Se lo merecía, el muy cabrón. Y sí, quizá el haya pagado por todos los cabrones que, como él, pululan por Madrid (y sospecho, que, lamentablemente, por el resto del mundo también). Pero que se joda. Se lo merecía. Y si la justicia no es capaz de hacer lo que tiene que hacer, ¿qué nos queda a lo decentes y responsables ciudadanos? ¿Quién nos ayuda? Nadie, joder. ¡Nadie! Y sé que a buen seguro un montón de hipócritas de mierda me condenarán, horrorizados por mi acción, pero secretamente complacidos. Sé que en sus falsos corazones aprobarán lo que hecho.
Pero, aún así, me siento mal, muy mal. Porque no sé si esta acción particular me convertirá en un monstruo. Aunque esté totalmente convencido de que el mariconazo se lo merecía. De eso no tengo dudas, no señor. Ninguna duda.
Todos los días.
Todos los putos días teniendo que bregar con la misma mierda. Y entonces, de repente, lo volví a sentir. Otra vez. Una puta vez más. Y vi al responsable. Vi al hijo de puta que lo había hecho haciéndolo de nuevo a apenas unos metros de su último crimen. Vi a ese hijo de la gran puta. Y al hijo de puta aún mayor de su cómplice. Ellos siempre van con su cómplice para poder justificarse después.
Y estallé.
Estallé contra él, contra el cómplice y contra la puta pasividad de esta sociedad de mierda, por permitir estas cosas.
Estallé.
Ostias, y de qué manera.
Me agaché, recogía del suelo la mierda aún humeante que el cabrón acababa de cagar, me acerqué a él, le enganché por el cuello y le obligué a tragársela, ante la atónita mirada de su dueña, cuyos ojos parecían querer salírsele de las órbitas, paralizada de terror.
Putos perros de mierda…
Cayetano Gea Martín
11 comentarios:
Ah, no, lo justo, querido amigo, lo verdaderamente justo, hubiera sido hacérsela tragar a la dueña... eso es lo suyo.
Besos de retorno!!
Hay dos formas de decírtelo, pero sabes que siempre utilizo la incorrecta:
Estas como una puta cabra...
Madrid te sienta mal.
Y lo justo hubiera sido hacérselo tragar a la puta vieja de los cojones.
¿Tú no conoces a mi padre? Él se la hubiese hecho tragar sin ningún reparo...
Pobre perro. Quien se merece un castigo es la dueña por dejar que el animal vaya por ahí descargándose. Como corte al lector no está mal. Eso sí: algo violentilla la cosa, nene.
PeroKillo. Que sepas que gracias a la amable contribución de miles de perritos y perritas, Madrid es una de las ciudades mejor abonadas del mundo. Si no fuesen porque se pasan el día pisandolo tendríamos el mejor cesped del mundo.
Que bueno eres. Te odio, pero por envidia no te creas que es por otra cosa.
Joder, tengo que colgar una burrada para que me comentéis, jejeje...
Vaya... seguro que no fue para tanto hombre...
Bueno, el muundo es como así. Suerte con él!
Tras mi larga ausencia por este peculiar rincón he pasado por aquí a ver que tal marchan las cosas en el mundo, mundo de Kay, y me he encontrado con una crítica "apestosa", eso si en estilo de Kay. Vaya, no sabía que tenías tal odio a los cuadrúpedos que hacen tanta compañía y también sus necesidades, si es que el pobre animal no tiene la culpa de que a la sociedad no le guste que defeque dónde le de la gana.
A ver cuando te leo la próxima vez.
Mala baba, sólo es mala baba y el fruto de una tarde de aburrimiento desde la ventana de Viena contemplando a una incívica anciana dejando que su animalito defecara en la vía pública...
jajaja,hubiera sido mejor darle de comer a la dueña.Donde vivo hay alguien que va poniendo banderitas rojas en cada cagarro:))) por un lado te evita que los pises, pero...¡menudo trabajito!!hay que tener ganas.Besos,Kay***
Mmmm... Me gusta la idea de las banderitas...
Besotes, Dal
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