Soy la que pudo ser; soy aquella cuyo destino se torció en algún momento del camino, la que tropezó contra un alma negra y maloliente, la que ahora se arrastra cansada, vencida, enterrada, pequeño gusanito de tierra y fango, fango sobre mis hombros hundidos y en el cielo de la boca, de mi boca de imbécil derrotada, de despojo, de escoria sin valor, de materia inerte sin voluntad, ni siquiera de putrefacción, ni siquiera de rebeldía, sin ese grito que reverbera en el pecho de los seres humanos y proclama a los cuatro vientos grandiosas palabras de valor, sin calor en mis venas, sin vida en mi sexualidad mutilada, rota, castrada, incapacitada para dar y recibir placer tantos años de brutalidad acatada sin chistar, sin una lagrimita salada, sin una agradable muestra de humanidad que me permitiera estar a la altura de mis semejantes, ésos que están lejanos, en sus vidas normales de perrito, casita y Seat Ibiza, de fines de semana en Huertas y veranos en Benidorm, de sueños y anhelos, de ancianos que mueren de cáncer y de jóvenes que pasan a otra vida demasiado pronto, pobrecito, no somos nadie, no se puede hacer planes a largo plazo.
Lejos de la vida, de su miseria y bondad, lejos de sentir, de ser, de estar, lejos del amor, de la amistad, de unos padres a los que ver los domingos, papá con su jersey y su pipa en el sofá, majestuoso, viril y gentleman, con sesenta y pico años, canoso y de porte regio, pero cariñoso conmigo y con mamá, mamá linda, mamá guapa de pelo de peluquería, de camisa de Zara y falda de H&M, oliendo a Anais Anais, cocinando galletitas felices de ser devoradas por nietos, unos nietos que nunca verán, depositarios del odio de mi cónyuge y de mi patética frialdad, de mi falta de voluntad siquiera para ser madre, para dar calor materno a mis dos hijos, grande él y pequeña ella, heredero él de su padre y ella de mí, condenados a repetir los mismos patrones, apuntando maneras ya desde pequeñitos, con un ¿padre? que acudió tarde y borracho a la comunión del mayor, que le quitó a su hija pequeña las ganas de su regalo de cumpleaños a base de hostias, como un señor feudal, un señor feudal bajito y dentudo, de brazos raquíticos y pecho hundido, forrado de pelo negro apretado, más roedor que hombre, que suple sus carencias físicas con violencia incontrolada, un adicto al maltrato, un yonqui del dolor ajeno, que sólo encuentra placer en sus descargas de violencia, que sólo se siente medio hombre cuando me humilla, cuando vuelca toda su mierda, toda su frustración sobre mí.
Sobre mí; pobre ser glacial, que ni sufro ni padezco, más una mascota que un ser humano, una mascota sujeta a los caprichos animales de un amo furibundo y cobarde, de un ser vil y despreciable, que se arrastra con el resto de los mortales, que gimotea como un niño de teta cuando alguien se le enfrenta, miserable hasta la médula, maldito, cerdo y cabrón, coleccionista de odios, recolector de tempestades, gobernador de toda una montaña de mierda, demasiado grande para cualquier ser humano, rey de un castillo en ruinas, señor de nada, dueño de un hogar destrozado, de una casa en ruinas, de un piso huesudo, de fachada blanca y sucia, edificio de barriada en un lugar anónimo, en un barrio clónico del extrarradio de cualquier ciudad absurda en medio de la nada más absoluta, en un vacío tanto físico como psicológico, en una realidad truncada, dividida en mitemas, historias personales grises y repetitivas, vidas frías, vidas frías en un edificio frío, en cuyo tercero derecha se arrastra por el parqué necesitado de acuchillar una criatura lastimera de ojos hinchados y nariz rota, de labio amoratado y espalda con quemaduras de Fortuna; ¿cuándo descansaré por fin, triste cenicero humano?, ¿dónde hallaré paz?
¿Podré ser algún día remotamente feliz?, no, no, no, ni aunque me librara del monstruo que exprime mi vida, ni aunque rompiera las cadenas de espino que cortan las venas de mis muñecas, nunca podré librarme de su infame presencia, agazapado en un rincón oscuro y viscoso de mi mente, esperando, esperando, y saltando de repente a mi nuca, clavándose en ella con negras uñas, pasto de mucosidades resecas y polución diaria, introduciéndose en la carne, buscando con ansia de lombriz algún recodo último de integridad, algún bastión oculto de resistencia, para poder destrozarlo y devorarlo, y así desintegrar cualquier foco posible de rebeldía, con un último golpe homicida que me deje mentalmente vegetal, medio geranio, medio ameba, sin posibilidad de volver, de arreglo, nunca, nunca, en silencio mortal, llorando dentro del armario en el que me encierra cuando el Rayo Vallecano pierde, sin voluntad ni para orinarme encima, sola, a oscuras, silencio.
Silencio, ni siquiera me muevo, silencio, no puedo moverme, no, yo no, yo no soy, y si no soy no puedo moverme, siendo menos que nada, silencio, siendo mi nada la suma de todo, todo apenas nada, sin ser, sin ser no se sufre, sin sentido del yo no padezco, silencio, así es mejor, es mejor, es mejor ser una negación, un decimal negativo, no sufro, ya no sufro, no, silencio, no, porque no soy nada, porque me han condenado a no ser, a querer no ser, a preferir no ser, silencio, aquí a oscuras, sola, sufriendo, ¡no!, no sufro, porque no existo, silencio, no existo, no, no soy, silencio, yo no soy, soy la que pudo ser.
Cayetano Gea